Valores

Que a usted, o a mí, no nos llevan a la política apuntados con pistola es hasta ahora cierto.

El ejercicio de la política se supone realizado de modo voluntario: voluntaria es su accesibilidad, voluntaria la permanencia (salvo supuestos varios), voluntaria su motivación personal. Y a tal voluntariedad sólo se le puede oponer vocación de servicio público (ojo, no privado ni a afines en exclusiva), como justificación ética y moral.

Esa es la justificación real de todo el tinglado montado alrededor del ejercicio de la política democrática. Debería serlo al menos. Pero se ve de inmediato, en cartón de la muñeca, que lo anterior es vano convencimiento de almas cándidas. Antes por el contrario, es justificación tomada al pelo cuando ese engaño se manifiesta a las claras. Servicio público… ¡amos, anda!

Vayamos a que puede servir como servicio, digamos que, de corte “moral y virtuoso en un marco de camino religioso”. O sea, que por el camino del ejercicio político se puede llevar a la sociedad a una mejora en su vida religiosa. Sería una forma, discutible sin duda, de ver esa labor cívica.

Al fin y al cabo, toda la vida de todas y cada una de las personas es una vida política, se quiera o no, se admita o prohíba, pues las decisiones, acciones u omisiones que se toman en orden a la vida particular o social son de carácter político. Y en ello estamos inmersos.

Cuando conozco de personas que ejercen (o ejercieron) cargos políticos de importancia, de gran trascendencia para la sociedad, que están adscritas a una confesión cristiano-católica, que militan en la misma (en general y como más sabida en el Opus Dei), siempre me surge la grandísima duda de qué hacen ahí, por qué están en esos puestos (me da que los ponen o los inducen a ello), qué pretenden…

Qué pretenden… Parece ser que persiguen aquello de “el fin justifica los medios”, mas dudo mucho de los fines que persiguen. Con claridad, olvidan adrede (porque no puede ser que no lo sepan, en personas tan formadas y religiosas) lo de “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Mezclando lo último con lo anterior, utilizan los medios del César para llegar a los fines de Dios. Es más, se pretende que sea Dios (o sea, sus intérpretes) quien nos marque los pasos del César.

Y ello éticamente es reprobable. Parecería que buscan el engaño para tergiversar su función, que, insisto, es el servicio público y no el servicio a Dios. Puede que aduzcan que lo primero que pretenden es servir a Dios, que esa es su finalidad y creencia (para salvarse); bien, pero háganlo a su costa, no a la de los demás.

Y, sin embargo… ¿Buscan en efecto en servicio a Dios? “Por sus obras los conoceréis”… ¿Sus obras son las de los servidores de Cristo?

Estos ministros o altos cargos confesionales militantes que permiten lo que históricamente hemos vivido (dictadura, represión) o ahora se vive (injusticia, latrocinio y enriquecimiento ilícitos u ocultos, desprecio del sufrimiento de la ciudadanía, servilismo ante el capitalismo más atroz), ¿actúan como ciudadanos que nos administran a la luz de unas leyes supuestamente laicas o a la luz del beneficio exclusivo de sus creencias y de quienes las dirigen? Da la impresión de que tratan de poner sordina a lo anterior, en orden a que puedan ir logrando sus fines ocultos. Como también tratan de dejar bien ocultas sus contradicciones personales, en sus oscuros rincones de la mentira y de la falsedad, hipocresía de marca, que luego le es perdonada con penitencia ridícula, pues que “su fin sí que justifica los medios”.

No pueden estar justificados quienes se van dando golpes de pecho todos los días, en sus misas y reuniones, en sus exámenes de conciencia dirigidos por el guía espiritual correspondiente, aunque este los absuelva, si su obra pública y de gobierno es bien contradictoria con la obra que debería realizar un buen cristiano, un cristiano de verdad y que debería seguir la Verdad del Evangelio, no tergiversarla, confundirla y cambiarla por una cascarilla de beaterío farisaico. Y si su verdad les impide declararla y servirla honestamente, sin contradicciones con sus exigencias como políticos, dejen la política.

Fuera, de la administración política, los fariseos. Hacen más daño que un tumor. Son ellos mismos el tumor de su propio ejercicio, de su justificación y credibilidad. Son su propio desprestigio. Día a día nos inundan con casos y más casos de desvergüenza, de ramplonería zafia, de desprecio absoluto a la dignidad de los administrados y, aunque no se lo crean ni lo admitan, de su propia dignidad; y, en muchos de los mismos, andan metidos estos políticos confesionales y militantes; se nota que sus conciencias dejaron hace mucho tiempo de lavarse; únicamente les echan capas y capas de mentiras exculpatorias.

Lo siento. Esto está así y así hay que indicarlo. No es sectarismo, es necesidad de dar un soplo de viento a un cielo tan espeso, cargado de tanta nube opaca y opresora. Es la palabra lo que nos queda, despojados de la representación democrática y del derecho a manifestar la indignación en público.

Vuelvo al principio. A nadie lo llevan a la política a punta de pistola. Puesto que el ejercicio de la política les puede suponer un grave conflicto de conciencia (es un suponer), sálganse de la política y tengan sus principios intactos, que es lo que a una persona con ética le corresponde hacer. Pero, parece que es cierto: carecen de verdaderos principios. O de valores, que tanto invocan.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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