El abuelo y su nieto

(Domenico Ghirlandaio)

La elección de esta obra para su comentario quizá tenga que ver con la edad y condición de abuelo. A mí me produce una atracción que, aún careciendo de la grandeza y grandiosidad de las obras de otros autores más reconocidos que Ghirlandaio, no es una obra menor. La sensibilidad y ternura que trasmite la hacen especialmente encantadora, y su técnica elaborada y valiente nos presenta uno de los más bellos retratos del Renacimiento italiano.

De todas formas, no despreciemos la aportación de Ghirlandaio a la pintura humanista del Renacimiento (según Vasari, Ghirlandaio es un pintor dignísimo, en cuyo taller se formó nada menos que el gran Miguel Ángel). Su abrumadora presencia en Florencia, y también en Roma, en los frescos laterales de la capilla Sixtina, indican la apreciación de Ghirlandaio por los grandes mecenas del arte, sean los Médicis o los papas.

El cuadro fue pintado hacia 1480, en un pequeño formato de 62 por 46 cm, mezclando la técnica del temple y del óleo, pues el empleo del aceite se había extendido rápidamente por Italia.

Es un retrato doble (poco frecuente en Italia y bastante utilizado en la pintura flamenca y alemana [Van Eyck: El matrimonio Arnolfini; Quentin Metsys: El cambista y su mujer; Hans Holbein, el Joven: Los embajadores]) en el que aparecen las cabezas y parte de los bustos de ambos personajes, en donde se narra una entrañable historia de amor familiar.

El rostro feo y cansado del viejo se transforma con la ternura de su mirada, propia sin duda del embeleso y embobamiento de un abuelo hacia su nieto (en principio se creyó que se trataba del retrato de un ayo con el niño, pero más tarde se abrió paso la interpretación de un abuelo con su nieto). Por su parte, la expresión del niño, llena de dulzura e ingenuidad, acrecienta aún más su belleza natural. Pareciera que el abuelo, con la tranquilidad de ánimo de esos momentos, estuviera contando algo o respondiera a alguna pregunta de su nieto.

A través del dibujo, claro y definido, contundente en la nariz deforme del anciano, Ghirlandaio, siguiendo la estela del retrato flamenco, lleva el realismo a un extremo de veracidad incontestable.

A excepción del gris canoso de la cabeza del abuelo y del amarillo dorado de la rizada cabellera del infante (un tanto artificial en color y forma), el color rojo brillante invade todo el espacio escénico, que sería agobiante de no ser por la apertura de una ventana, a la manera italiana, que libera de tensión el cuadro.

A través de la ventana se observa un paisaje un tanto rígido y estático, aunque con profundidad, equilibrio y estilización formal. Esta composición del cuadro en forma de L, con presencia paisajística siguiendo los cánones de la perspectiva, fue exportada desde Italia; de ahí la profusión con que Velázquez la utiliza para plasmar magistralmente los cambiantes paisajes de la sierra de Guadarrama.

En definitiva, un cuadro bien construido en su composición y de nobles emociones en su narración: la experiencia revestida de ternura del anciano enlazada a un rostro infantil lleno de belleza e ingenua curiosidad.

Cartagena, abril de 2013.

jafarevalo@gmail.com

Autor: Juan Antonio Fernández Arévalo

Juan Antonio Fernández Arévalo: Catedrático jubilado de Historia

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