Atardece sin horas concebidas,
sólo atardece,
y es un nuevo milagro
la luz sobre los muros.
En la lenta liturgia del ocaso
la blanda luz morada,
que como un mar inunda
las azoteas, cubre
la piel de las murallas,
al tiempo que se abren
las puertas de la noche.
La medina se enciende
con candiles y lenguas
de incienso y alhucema.
El paso clandestino del silencio
deja en el polvo de las callejuelas
el rastro de lo eterno.