La causalidad, el azar y el destino en la Historia, y 3

En la Historia hay una serie de ejemplos que siempre me han hecho reflexionar sobre la posibilidad de que el devenir de nuestra historia hubiese sido diferente.

Uno de ellos es el relacionado con Juana, la Beltraneja, e Isabel, la Católica, hija y hermanastra, respectivamente, de Enrique IV de Castilla, conocido como “El Impotente”.

Isabel, la Católica, se postula como heredera al trono de Castilla, tras la muerte de su hermano Alfonso y la imputación a Juana, la Beltraneja, de ser hija de don Beltrán de la Cueva y, por tanto, con ilegitimidad para reinar. Esta posible bastardía de doña Juana es, de alguna manera, confirmada por el propio rey, al reconocer a Isabel como heredera al trono, en el Pacto de los Toros de Guisando. Pero ese tratado es conculcado por Isabel, al casarse en secreto con don Fernando de Aragón, y Enrique IV revoca su decisión y designa a su discutida hija Juana como heredera al trono de Castilla. De ilegítima pasa a ser legítima hija del rey y, por tanto, su heredera incontestable.

Tras la muerte del rey, el conflicto entre los partidarios de Isabel y los de Juana estaba asegurado. A Isabel la apoya Aragón, de donde era heredero su marido Fernando; mientras que a Juana la apoya Portugal, con cuyo rey, Alfonso V, había celebrado los esponsales, a la espera de ser confirmados por el Papa, por razones de parentesco. La guerra civil subsiguiente terminó con la victoria de las fuerzas que apoyaban a la impostora Isabel, con lo que la corona de Castilla se orientaría hacia la unión con Aragón. De haber triunfado Juana, la unión hubiera sido la de Castilla con Portugal. Así pues, el azar hizo que la Historia de España empezara a fraguarse a partir de la unión de las coronas de Castilla y Aragón; pero podría haber sido de forma diferente y, sin duda, los derroteros de la historia hubiesen tomado otro camino: mejor o peor, nunca se sabe.

Otro hecho importantísimo (quizá el más importante de la Historia) en que el azar juega un papel decisivo es el descubrimiento de América. Cristóbal Colón intentaba llegar a Cipango (Japón) y Catay (China) por la ruta occidental, partiendo de conocimientos ciertos, como la esfericidad de la Tierra; y de otros falsos, como la unicidad del océano y las dimensiones del planeta, sostenidos por todos los estudiosos hasta entonces, entre otros Marco Polo, el cardenal Pedro d’Ailly y Toscanelli ‑sus máximos inspiradores‑. Este importante proyecto lo ofreció primeramente en la corte portuguesa. Al ser rechazado, acudió a la corte castellana, en donde la receptividad, en especial de la reina Isabel, le permitió firmar las llamadas Capitulaciones de Santa Fe, en 1492, por las que se habilitaba a Cristóbal Colón a emprender el viaje hacia las Indias, por la ruta occidental. A pesar de la creencia del almirante en haber llegado a las Indias, la realidad fue el descubrimiento de un nuevo continente, cuya gloria ‑la del descubrimiento, más que la de su conquista y civilización, de dudosa legitimidad‑ estará siempre unida a la Historia de España. El azar, pues, supuso el adelantamiento de un hecho histórico que, más pronto que tarde, se hubiese producido indudablemente.

Los acontecimientos en que el azar quiebra determinadas líneas históricas son muy abundantes; aunque quizás no lo sean tanto, si analizamos que sin esos accidentes, o elementos azarosos, el devenir de la historia posiblemente no hubiese variado notablemente. Citaré algunos ejemplos:

En la batalla de Waterloo, fue derrotado Napoleón Bonaparte; pero pudo haber alcanzado la victoria. Hubo momentos en la batalla en los que Napoleón tenía el control absoluto y, posiblemente, hubiese conseguido vencer si las dudas propias, el dudoso cumplimiento de sus órdenes por parte de sus mariscales Ney y Grouchy y la resistencia eficaz y brillante del duque de Wellington y del prusiano Von Blücher no hubiesen inclinado el resultado del lado de las fuerzas aliadas contra Napoleón. Sin embargo, la pregunta sería: ¿De haber vencido Napoleón, como estuvo a punto de ocurrir, su imperio habría persistido mucho tiempo o se habría desmoronado?

Mi opinión es que hubiese sido casi imposible mantenerlo mucho tiempo más y que la batalla de Waterloo tan sólo adelantó unos meses, no más quizás, la destrucción del imperio napoleónico (la cantidad de soldados que mantener, el extraordinario presupuesto, la oposición interior y exterior de la mayoría de las naciones, el cansancio de la propia población francesa, el crecimiento de la oposición en Francia, etc.). Es decir, el principio de causalidad es mucho más fuerte y determinante que la actuación del azar.

Napoleón Bonaparte.

El asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austríaca, por un estudiante bosnio, desencadenó los mecanismos necesarios para el estallido de la I Guerra Mundial. Este asesinato fue un hecho azaroso, sin duda; pero ¿fue la causa real de la conflagración? ¿O, por el contrario, había otras causas profundas y remotas, aparte de unos antecedentes propicios, para la declaración de guerra? ¿No sería más lógico imputar a los sistemas bismarckianos de alianzas y a los conflictos locales de los Balcanes, entre otras razones, el clima favorable para el desencadenamiento de la Gran Guerra? Es decir, el azar quizás precipita la acción bélica, pero las causas son más remotas y profundas que el asesinato del heredero austríaco, con ser éste importante. Las causas, siempre las causas, son el sustento, la base y, casi, casi, el alimento del azar.

Aún más claro en este sentido aparece el asesinato de José Calvo Sotelo. La historiografía franquista ha querido hacernos creer que el asesinato del líder de la derecha radical fue el desencadenante de la Guerra Civil española. Mentira. Ni siquiera fue un chispazo, como en el caso anterior, puesto que el complot para el golpe de Estado, que se produjo cuatro días después, estaba desarrollado desde hacía bastante tiempo y sólo quedaban algunos detalles secundarios que no afectaban al adelantamiento o al retraso del golpe militar. Las causas profundas (de carácter religioso, militar, económico y social), una vez más, actuaron de manera convergente y provocaron la confrontación. La mecha y el detonante, es decir, el azar, la casualidad, el accidente y la contingencia, que marcan el comienzo de una guerra, no son suficientes para dar una explicación razonable del desarrollo del conflicto.

En definitiva, por no cansarles más, puesto que los ejemplos serían innumerables, podemos concluir que el principio de causalidad, las causas de todo tipo, es el que juega en la historia un papel esencial e imprescindible, sin despreciar, eso sí, el rol que pueda desempeñar, en un momento determinado, un hecho casual que puede hacer adelantar o retrasar los acontecimientos y que, en algunos casos ‑muy contados, desde luego‑, puede salirse de la línea que marcan las causas, los factores, los antecedentes y los hechos históricos para ocasionar nuevos derroteros de la historia.

Cartagena, mayo de 2009.

jafarevalo@gmail.com

Autor: Juan Antonio Fernández Arévalo

Juan Antonio Fernández Arévalo: Catedrático jubilado de Historia

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