Jaque mate al diálogo en dos “nivolas” de Unamuno, 05

Si esto es así, es decir, si para el escritor Unamuno la novela es una especie de texto que reproduce diálogos hablados y autodiálogos de los personajes, quizás sea interesante conocer la opinión del bilbaíno a propósito aquella famosa afirmación ‑«Escribo como hablo»‑ del renacentista Juan de Valdés.

Unamuno cree que la máxima de Juan de Valdés no es realizable, porque piensa que no es posible una equivalencia entre oralidad y escritura. Lo declara en un artículo de 1892 titulado A propósito y con excusa del estilo. Cartas abiertas, de libre divagación con estas palabras:

«“Escribe como habla”, suele decirse en son de elogio. Si se escribiera como se habla, ¡menudo trabajo era el del lector! No es posible escribir como se habla».

La argumentación de Unamuno se basa en la deficiencia de la lengua escrita en su ámbito suprasegmental o paralingüístico, como dicen con acierto los lingüistas; por eso añade:

«No es posible escribir como se habla. Se habla con la voz, con el tono, con las inflexiones de aquélla, con los ojos, con las manos […]. El punto, el punto y coma, los dos puntos, el acento, la interrogación, la admiración, son un pobrísimo arsenal de signos para la inmensa variedad de matices que en acentos, en pausas, en tonos, lleva consigo el lenguaje hablado. Para que un escrito pudiera reproducir un discurso hablado, sería preciso añadir a nuestra ordinaria escritura todo un sistema de anotación musical».

Y termina diciendo:

«No, no es posible escribir como se habla. […]. En la conversación ordinaria, rara es la frase que se termina y el concepto que se redondea. El diálogo común es una sucesión de jirones de frase, de oraciones a medio hacer, de expresiones incompletas, porque es mucho más lo que se presupone que lo que se dice».

¿Cómo se conjuga, entonces, en las novelas de Unamuno la imposibilidad del «Escribo como hablo» con la equivalencia vida igual a diálogo?

Utilizando una vez más uno de esos malabarismos conceptuales de los que él tenía el secreto, Unamuno lo soluciona diciendo:

«Muchas veces he dicho que en vez de que alguna vez se diga de mí “habla como un libro”, prefiero que de alguno de mis libros, y a poder ser de todos, se diga: “¡habla como un hombre!”».

Es decir… que, frente a la norma del «escribe como hablas», Unamuno propone más bien la del «escribe como vives». Lo cual es perfectamente coherente si tenemos en cuenta que su poética existencialista está basada, como ya he dicho, en el principio de la realidad de la ficción; o, si se quiere, en que la ficción de la realidad es tan real y tan viva como lo puede ser cualquier otra representación de la vida. Y es esto, en definitiva, lo que diferencia la teoría unamuniana, de vida igual a ficción, de la mímesis del Realismo: si el personaje unamuniano vive dialogando y vive por y en el diálogo, ese hablar, que es vida, debe reproducir, si quiere ser consecuente, el diálogo del vivir.

Por lo tanto, si el personaje unamuniano «habla como un hombre», y si Unamuno reproduce el habla viva de los personajes en sus textos, no lo hace solo para compensar o suplir las deficiencias de la lengua escrita, a las que se refería en la cita anterior: lo hace también, y quizás sobre todo, porque necesita ser consecuente consigo mismo, desde una perspectiva funcional y orgánicamente vinculada a su pensamiento existencialista (1).

 

***

(1) Quizás sea ahora el momento adecuado para leer los textos escritos que reproducen «diálogos hablados y autodiálogos» en las obras tituladas Niebla (1931) y La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez (1930). Pero si el lector, ya los conoce o no desea hacerlo, puede omitir su lectura y continuar con la entrega siguiente, la n.° 6.

antonio.larapozuelo@unil.ch

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