Adiós desde los cerros, y 4

05-08-2010.
Le desazona y aflige que este silencio, que esta noche oscura sin fin le envuelva en tragedia y decepción. Las mayores de su vida… Que le hacen morir de sólo pensar que su destino y el de todos los humanos pueda ser el abismo, la nada. Soledad divina y humana. Que no es bueno ni bello morir desencantado de haber vivido… por falta de fe.

Que la gente, familiares y amigos y aun discípulos amados pasen de él, lo asume. Es natural. La vida en esencia es cambio. Para mantenerse valiosa y en evolución renovadora necesita desprenderse de células decrépitas. Es un río la vida que imparable se va a la mar… Y cada quien, con gobernar su barquilla («entre las olas sola»), tiene bastante.
Él siente hace tiempo el despego de algunos de sus amigos más adherentes. Es natural. Si ya nada in puede ofrecerles…
Acertado anduvo en recatar su mal. A quienes por flaqueza o entraña confió su secreto, salvo uno, poco se preocupan de él… Es lógico que repartan su tiempo entre ocupaciones y familia… No se lo toma en falta. La gran soledad, su silencio y abandono infinitos le vienen de Dios. El Dios en quien creyó y a quien amó como a un padre. Solución y paño era en todas sus privaciones y desconsuelos. Y razón última de todos los aciertos y bienandanzas. Y desaparece ahora, sin dejarle vestigio alguno:
Por barbechos y rastrojos
rastreo y busco tus huellas…
Y de mirar las estrellas
me estoy quedando sin ojos…
¡Qué angustia, Dios mío!
Tocado de trascendencia, de aromas, de nociones divinas… no se atreve, le aterroriza considerarse ateo. Ni siquiera agnóstico…
Por más que en sus horas de paz o de angustia… extienda las manos y sólo noche y vacío encuentre, ¡¡quiero, necesito con toda mi alma, Dios mío, que existas!!
In te, Domine, speravi.
Non confundar in eternum…
Causa causarum,
miserere me¡…
Llegado este momento… hemos sentido adelantado el frío de la noche inexorable. Y viendo que la cháchara se apagaba… y que ya no nos queda más borra para rellenar días y folios, ambos extrañados colegas ‑personaje y narrador‑, olvidamos nuestras fútiles divergencias…
Yo, cuando me quejaba de lastrarme demasiado el texto con sus criterios y modos pedagógicos; o aireando su ajuste de cuentas con sus jesuitas. Él, porque más le hubiera complacido ‑el ánimo suelto y el sexo vivo‑ celebrar el encanto de las muchachas. Sus senos blancos como palomas y sus piernas altas y bien torneadas… Pero…
Cual para Paco de Lucía la guitarra, la educación ha sido para él un arte, una pasión, el sentido de su vida… Y añadió que Dios a él, al no matrimoniar, le había liberado de suegra… Pero que, a cambio, le había cargado bien de jesuitas de mil pelos y talantes. Y yo, su narrador, le contesté:
«No sé, Burguillos, si hemos conseguido descontaminarnos o no hemos querido… Pero ambos, fusionados, hemos de aprestarnos a tomar el último tren… ¿Nuestro postrer deseo? Prolongarnos unas horas en las manos de algún lector amigo. Gracias».

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