Úbeda de mis amores, y 2

 

24-03-04.

 

Mayo no era pródigo con Úbeda en flores ni praderías. Olivares, cereal y rudos barbechos. Pero en algo era regocijante. ¡Qué alivio! En mayo maduraban los habares… Cada jueves, realizábamos el paseo por un pago distinto para que el esquilmo fuese mejor prorrateado. El hortelano de las Escuelas se quejaba de… “los niños de don Jesús”.

 

 

“—Peores que plaga de langostas son —decía—. Y don Jesús nunca los ve…”.
Y a mis chicos les cambiaban el pelo y la cara.

Por mayo fue… Cuando hace la calor… Cuando si el amor prende hasta las piedras arden… Alta, más que yo. Airosa como una palma. Verdes los ojos. Estaba, hablaba y se movía siempre serena, acompasada. Toda ella era armonía, proporción. La tez y el cabello de un rubio germánico hiriente. Casi venenoso. Veinte años como veinte rosas recién abiertas en un vaso helénico.

Espiga granada en oro,
espiga rubia espigada
con un nórdico relámpago
en su límpida mirada.
Reina fue de los juegos florales y así la cantó el poeta premiado. Yo, a sabiendas de que perseguía a una estrella, espié sus balcones. Y la esperé como recluta, pegado a la estatua del General Saro… Y paseé con ella. Y en el cine le dejé en el oído palabras estremecidas…
Aquello no era amor, era cuartana de león… Pensaba yo si no estaría enfermo… Tantos flechazos y siempre con “puérulas”… Sin duda yo era un “menorero”. ¿Sería reacción contra un amor proteccionista, absorbente? ¿O sería que tantos años parado el reloj, cuando lo eché a andar no remontó el retraso…? O bien pudiera ser una predisposición natural. Que a veces pienso que bella como bella lo es más la flor del almendro que su fruto.
A la luz de esta hoguera ¡cuántas lindezas soñé y escribí! Cursilerías anacrónicas eran de un corazón retardado.
A pesar de todo, para mí fue algo maravilloso. Un bello recuerdo que nunca he olvidado. Y nunca me ha dolido como la cicatriz de un fracaso. Esta niña me dio la hondura de mi capacidad amorosa. A los cinco minutos de conocernos me había narcotizado… Consciente de ello, se desmarcó del grupo y ya tuvimos unos minutos aparte… Y me dejó acompañarla desde el Parador hasta su casa… Yo le hablé de su don de fascinar… Y se alborozaba oyéndome. Y le gustaba estar conmigo.
¡Cómo se lucía en la Vespa! Volaban tras ella ojos, corazones… lujurias…
Acercábamos a buen ritmo las almas. Y yo empezaba a perder apetito y sueño… Acaso porque también anhelaba acercar los cuerpos. Y su nombre, como a un mozuelo, se me escapaba sobre cualquier superficie.
De cuantas mujeres llevaba revisadas y tratadas, ninguna me había trastornado así… Ninguna se me había presentado como la solución taumatúrgica de todos mis males… Indecisión, soledad íntima, hambres retrasadas, años ayunos de cariño… Y tantas penas como caben en un corazón grande y sensible… ¿Por qué el cielo me ponía la flor de mis remedios en rama tan alta?
Yo seguía sorprendido de que pasease conmigo tanto tiempo… Nada de tejos por mi parte. Aun así me satisfacía profundamente dejarle ver sin recato que su compañía, su presencia y su aroma eran ya parte sustancial en mi vida. Nunca olvidé que era un amor imposible. Me lo confirmó aquel día… Pronto suspiré yo por los jugos de su boca… Alguna vez besé su pelo… Y le tomé las manos. Me dio una foto preciosa… Pero los labios…
Ya entrado junio, ¡las vacaciones…! Ella debiera irse a la finca con sus padres… Yo, quizá acuciado por la separación, anduve esos días más ávido y vehemente… ¡Qué dignamente me enfrió!
—Aunque me apeteciera —me dijo—, una cosa es el amor y otra la amistad…
Y yo, que me costaba renunciar al sabor, a la marca de sus labios, le supliqué que me la dejara al menos en el puño de la camisa… Y con sus iniciales y una fecha, 19/6/1956, me dejó la huella carmínea de su boca…
Años, lustros, guardé yo parte de mi historia amorosa en el puño de una camisa blanca.
Y como en la película… Aunque se me fueron aquellos encuentros, y se hubiera marchitado el esplendor sobre la hierba y la gloria de las flores, no era cosa de afligirme… Porque la belleza del episodio perdura en mis recuerdos…
Pasado el tiempo, consideré sosegadamente cómo, de haber fructificado aquel amor torrencial, cómo hubiera evolucionado… Que siempre los tornados acaban por desbravarse…
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