Recuerdos de la SAFA – 6. La comida

Recuerdos de un safista – 6. La comida

En ese momento, sonó el timbre, y Don J. interrumpió a nuestro compañero, diciéndole “Vale, vale, ya seguirás en otro momento. Recoged, que ya viene Don Isaac, y le gusta ser puntual”. Y tan puntual: no había terminado de decirlo cuando un enérgico toque en la puerta dio paso a un señor con el pelo canoso, ondulado y peinado hacia atrás, con una chaqueta cruzada de mezclilla color beige y marrón, una corbata no muy bien anudada, y  un cigarrillo amarillento en la comisura de los labios.

Don Isaac en clase. Década de 1950

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Recuerdos de la SAFA – 5. La primera clase

Recuerdos de un safista – 5. La primera clase

La primera clase, de Matemáticas, marchó bien, sobre todo para alguien como yo que no tenía especial predilección por los números, por no decir que no los tragaba en absoluto. Pero Don B. explicó los polinomios de una manera que yo los entendía según los escribía en la pizarra. Y eso no me había pasado nunca.

Con su vozarrón enunciaba los elementos, los escribía y nos miraba con sus ojos oscuros que penetraban en nuestras mentes, y decía “¿Lo habéis entendido?” Y la verdad es que sí, lo entendía todo. Pero cuando empezamos a multiplicar, dividir y reducir polinomios, ya empecé a ver chiribitas en la pizarra… Yo tomaba notas aceleradas en mi bloc, para no perderme nada.

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Recuerdos de la SAFA – 4. Vamos a clase

Recuerdos de la SAFA – 4. Vamos a clase

Hoy debería estar en Úbeda, celebrando con mis compañeros de clase el reencuentro cincuenta años después de despedirnos en la explanada de la SAFA, cada uno a su destino, fuese éste el que fuese. Y no son los recuerdos de ese último día, sino los del primero los que se amontonan desordenadamente en mi memoria, y el tiempo transcurrido hace que se mezclen con otros similares pero acaecidos años después.

Ese día primero lo abordamos con los ojos muy abiertos, con un plus de contención e incluso temor, porque todo era nuevo para nosotros. Pero sobre todo, al menos para mí, todo tenía unas dimensiones que me desbordaban: el dormitorio, la iglesia, el comedor, los pasillos,… todo era desproporcionado y severo, apabullante y llamativo. Intentaba comentar todo esto con los únicos amigos que tenía hasta ese momento, los dos que vinieron conmigo desde la SAFA de Riotinto, el chispeante N. y el formal S.G. Pero los dos estaban tan impactados como yo, y poco más podíamos decir de “¡Mira qué…!”

Ese primer día dedicamos el primer tramo horario a recibir instrucciones y a conocer las normas de la casa. Lo primero, el horario. Y vimos que empezaríamos temprano todos los días (a las 7:15), salvo los domingos (suspiro de alivio) que nos levantaríamos… a las 8:00 (puf!!). Los sábados era algo distinto: las mañanas como cualquier día, pero las tardes se apretaban un poco para permitir un breve paseo de poco más de hora y media.

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Recuerdos de la SAFA – 3. El comedor

Recuerdos de un safista – 3. El comedor

Tras la que me pareció interminable misa, formamos filas, dejando salir antes a los mayores, con lo que nos quedamos casi los últimos. Nos llevaron al comedor, bajando unas escaleras y atravesando un largo pasillo con ventanas a nuestra izquierda, que daban a un patio donde había unas canastas de baloncesto.

Comedor SAFA. Autoservicio.

Entramos en un comedor enorme, con mesas de ocho, donde hay colocadas unas tazas de duralex y unos platos verdes de plástico. Sentados por riguroso orden, esperamos en total silencio a que unos niños mayores que nosotros repartan trozos de pan mientras otros cargan con unas enormes cafeteras metálicas, y van sirviendo un líquido oscuro y humeante, que me supo a algo intermedio entre un jarabe y un sopicaldo de hierbas. Eso sí, estaba calentito.

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Recuerdos de la SAFA – 2. La misa.

Recuerdos de un safista – 2. La misa.

Esa primera noche en Úbeda se me hizo muy corta: cuando creía haber cogido el sueño (o eso me pareció a mí), un estruendo me despertó: el Hermano P. se movía por el pasillo instándonos a salir de la cama y vestirnos, pues en pocos minutos teníamos misa. ¿Misa? , ¿misa hoy, martes?, nos preguntábamos unos a otros. Un chico de Villanueva, ya experto en estas lides, nos musitó: sí, sí… En ese momento no podía imaginarme cuántos cientos de Glorias y de Kyrie Eleison me iba a tragar…

Había unos lavabos junto a la entrada, donde medio adormilados nos chapuzamos la cara y las manos, y corriendo nos colocaron en fila.

Internado. Lavabos.

Esto no era tanta novedad para mí, pues en la escuela se hacían filas para entrar y salir, pero no podía imaginar la precisión y marcialidad que llegaríamos a alcanzar en la SAFA. Nos dijeron: ¡ordenarse por estatura! Yo miré aquí y allá, y cuál no fue mi sorpresa al ver que tenía el dudoso honor de encabezar las filas con otro compañero de Montellano: éramos los más bajitos.

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Recuerdos de la SAFA 1 : A resultas de un aniversario

Recuerdos de un safista – 1 : A resultas de un aniversario

A la hora de escribir estas líneas, debería estar preparando los detalles de un deseado viaje a Úbeda. Cosas sencillas: confirmar la reserva del hotel, mirar si hay alguna actividad interesante en esas fechas, buscar en las redes comentarios sobre algunos restaurantes para catar sus delicias, mandar algunos whatsapp a los amigos para quedar… Pero nada de eso se da ahora: una pandemia mundial ha borrado esas expectativas.

Íbamos a celebrar el 50º aniversario de haber terminado los estudios, y pensando, pensando me ha venido a las mientes cómo los había empezado.

Aún con cierta niebla en la memoria, recuerdo que mi primera imagen de Úbeda fue un muro de piedra con una verja metálica, una iglesia con un enorme mural en relieve, una explanada de tierra y un edificio con un arco de entrada. Era de noche y hacía frío, para ser principios de octubre. De pie, aferrando mi maleta de cartón con una soga atada para evitar que se abriera, esperaba que me indicasen qué hacer y a dónde ir. Miraba con los ojos como platos ese edificio y estaba muy atento a los compañeros mayores que yo, que se movían con envidiable soltura.

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