Por Emilio Hernández.

Lo del columpio de la duda, vale; pero, cuando el otro día nos reunimos en Valladolid unos pocos de los tuyos, pude apreciar que tantos años de vaivén, de ir y volver, no han sido capaces de marear tu alma, tu corazón, tu voz… Tu voz sonaba igual de rotunda que cuando hace cuarenta años enredabas ya entre los jesuitas de las escuelas de Cristo Rey, tratando de innovar sin que se notara mucho, porque la inercia era y es la fuerza más dominante en las instituciones establecidas y añejas, quizá un poco rancias, y no está ni estaba bien visto por las jerarquías que alguien que ni era ni dejaba de ser cura tuviera ideas un tanto revolucionarias sobre el sistema educativo y pedagógico. Lo revolucionario ‑permítemelo como licencia‑, convendrás conmigo ahora que es muy bonito mientras se planifica y se lucha; pero, al final, debajo de los adoquines, no hay arena de playa…