Viajantes, y 04

Por Jesús Ferrer Criado.

Yo lo escuchaba atento y alarmado por sus palabras, pero no me atrevía a intervenir. Era evidente que la culpa no era toda de la chica, sino más bien de él; pero, tal como estábamos, lo prudente era callarse. Él continuó:

—Me obsesioné. Me pasaba el día y la noche maquinando la forma de matarla. Tuve planes completos para deshacerme de ella, impunemente pensaba yo. Yo, que ya había abandonado Málaga, volvía apenas podía, la espiaba, la seguía y perfeccionaba el plan. Saqué permiso de armas y me compré una escopeta. Estuve mucho tiempo dándole vueltas a mi crimen, con coartada y todo, por si alguien sospechaba. No es que me importara que me cogieran, pero quería vivir lo bastante para reírme en su entierro; para escupir en su tumba. Meses me tiré obsesionado con acabar con ella y, cuando ya estaba todo planeado y decidido ‑¡lo que son las cosas!‑, alguien hizo el trabajo por mí.

Continuar leyendo «Viajantes, y 04»

Viajantes, 03

Por Jesús Ferrer Criado.

Era evidente que el alcohol nos había afectado a los dos, pero mi silencio encubría mejor mi estado. Él se bebió su vaso casi al tirón y se puso otro. Viendo que yo remoloneaba con el mío, se levantó y trajo de la cocina un plato de cacahuetes salados.

—Pica de esto, que te gustará; pero no dejes que se derrita el hielo.

Me ofreció el enésimo cigarrillo de la noche y se lanzó a hablar casi como si estuviera solo.

Continuar leyendo «Viajantes, 03»

Viajantes, 02

Por Jesús Ferrer Criado.

Cuando le dije que era maestro, que acababa de dar mi primer año de clase y que después de un largo internado me apetecía muchísimo salir y ver con mis ojos lo que decían los libros y el NODO, el hombre sonrió como si conociera mi historia.

—Yo fui, un tiempo, profesor de instituto en Málaga, pero lo dejé. La enseñanza puede ser un paraíso o un infierno. La palabra “Claustro de Profesores” ya te lo avisa. Un sitio cerrado, una olla a presión.

Continuar leyendo «Viajantes, 02»

Viajantes, 01

Por Jesús Ferrer Criado.

Verano del sesenta y cuatro. Yo volvía en autostop desde Santiago a Sevilla. Terminada la carrera y con unos duros en el bolsillo, quería comerme el mundo y me atrevía con todo. Había salido de Osuna, con un macuto a la espalda, dirección Santiago de Compostela por Córdoba, Madrid, Valladolid, etc. Siempre en autostop; entonces estaba de moda y era una forma de viajar que proporcionaba un atractivo extra cuando ibas solo, porque el conductor que te recogía lo hacía buscando conversación y compañía, lo mismo que buscaba yo, además del transporte, claro.

Continuar leyendo «Viajantes, 01»

Carta a una gran amiga

Por Fernando Sánchez Resa.

Querida María José:

Aunque esta carta te la escribí hace ya bastantes años (exactamente, el 17 de Mayo de 2003), quiero reeditarla para público conocimiento…

Ya las aulas de tu amado colegio están vacías… Escogiste un viernes tarde para no distorsionarlo y decir adiós a esa vida, en la que tu larga y fructífera labor (con proyectos inacabados en lontananza) fue tu mejor marchamo, al haber pasado por este “valle de lágrimas” haciendo el bien. No quisiste que la vejez nublase de tinieblas tu mente… Supiste soportar, como valiente guerrera cotidiana, los embates que la vida, desde muy niña, te fue enviando. Conseguiste ser luz y guía en esta nuestra sociedad mediática en la que el lujo y la molicie siguen siendo los entresijos cotidianos de nuestro vivir.

Continuar leyendo «Carta a una gran amiga»

Recordando a don Manuel García Tejada

Era un nueve de junio de 1999, muy cerca ya de las vacaciones estivales, cuando un hombre, con ochenta años cumplidos, dio por terminada su estancia en la Tierra y se marchó a hacer su último y definitivo “examen de amor” al Dios en quien tanto creía y confiaba. Se encontraba muy malito ‑¡qué mal ha de encontrase uno para morirse!‑, y con ansias fundadas de dejar este mundo para siempre, pues ya había cumplido su misión…

Continuar leyendo «Recordando a don Manuel García Tejada»

La abuela de Zacarías

Podríamos haberlo llamado el CLUB DE LAS SEGUNDAS ESPOSAS, pero era simplemente una reunión de matrimonios en un apartado cortijo de la sierra, un sábado de octubre, con los días acortándose poco a poco, mientras el ambiente refrescaba y los chopos se doraban junto al río, que llevaba, casi en silencio, un modestísimo chorrillo de agua.

La sierra estaba bonita y ya empezaba ese tiempo precioso en que tanto apetecen unas chuletas a la brasa, con alioli y un par de vasos de vino. Era una tradición reunirnos, en la sierra, los tres matrimonios unidos por una leal amistad y por el hecho curioso de ser tres divorciados, casados el mismo verano con sendas muchachas solteras.

Continuar leyendo «La abuela de Zacarías»

El tintero olvidado

(A mi padre)

Hace más de cincuenta años, los niños utilizábamos tinteros y plumas metálicas para escribir; no es como ahora, que usan preciosos bolígrafos de colores capaces de ilustrar cuadernos maravillosos.

Un tintero era un pequeño frasco, lleno de tinta, en el que se mojaba continuamente con una plumilla que se introducía en un palo largo y redondo, llamado «palillero».

Me parece que fue mi tía María, que era también mi madrina, quien me había comprado aquel tintero, de marca Pelikan, que era el que mejor tinta contenía de todos los que se vendían en las papelerías.

Continuar leyendo «El tintero olvidado»