Por Jesús Ferrer Criado.
Yo lo escuchaba atento y alarmado por sus palabras, pero no me atrevía a intervenir. Era evidente que la culpa no era toda de la chica, sino más bien de él; pero, tal como estábamos, lo prudente era callarse. Él continuó:
—Me obsesioné. Me pasaba el día y la noche maquinando la forma de matarla. Tuve planes completos para deshacerme de ella, impunemente pensaba yo. Yo, que ya había abandonado Málaga, volvía apenas podía, la espiaba, la seguía y perfeccionaba el plan. Saqué permiso de armas y me compré una escopeta. Estuve mucho tiempo dándole vueltas a mi crimen, con coartada y todo, por si alguien sospechaba. No es que me importara que me cogieran, pero quería vivir lo bastante para reírme en su entierro; para escupir en su tumba. Meses me tiré obsesionado con acabar con ella y, cuando ya estaba todo planeado y decidido ‑¡lo que son las cosas!‑, alguien hizo el trabajo por mí.