DIÁLOGO POÉTICO con la PINTURA:
SUSANA Y LOS VIEJOS
(Artemisia Gentileschi, 1610)

SUSANA Y LOS VIEJOS
(Artemisia Gentileschi, 1610)

 

Recuerda Artemisia su adolescencia,
el amargo horror de la violación,
que revive con terror y repulsión
en tenebrosa y angustiada vivencia. Continuar leyendo «DIÁLOGO POÉTICO con la PINTURA:
SUSANA Y LOS VIEJOS
(Artemisia Gentileschi, 1610)»

Mis pinturas favoritas

Por Juan Antonio Fernández Arévalo.

A sugerencia de José María Berzosa, he querido transmitiros las razones y objetivos que me han impulsado a convertir en libro los comentarios de obras maestras de la pintura, que durante un tiempo publiqué en esta página web. Para ello, he contado con la generosa colaboración de mi amigo Antonio Lara, quien ha escrito un excelente Prefacio, cuyas valiosas reflexiones y magnífica prosa han enriquecido, sin duda, este modesto libro.

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Saturno devorando a su hijo

(Francisco de Goya)

Por Juan Antonio Fernández Arévalo.

Durante la década de los noventa, empieza a aflorar una compleja enfermedad en Goya, cuyo origen es incierto (sífilis, enfermedad cerebral o psíquica, problemas circulatorios…), aunque conocemos sus síntomas y resultados: ruidos en la cabeza, alucinaciones, pesimismo, depresión y sordera, esta última, la más conocida al haberle puesto, años más tarde, el nombre de “La quinta del sordo” a la casa o finca donde se refugiaba para pintar.

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Los fusilamientos del 3 de mayo

(Francisco de Goya)

Por Juan Antonio Fernández Arévalo.

Por no remontarnos más atrás, que nos llevaría a la digresión, podríamos tomar como punto de partida de la Guerra de la Independencia (1808-14) el tratado de Fontainebleau (octubre de 1807), por el que se autorizaba el paso por el territorio español a las tropas francesas, destinadas formalmente a la ocupación de Portugal y la consiguiente ejecución de un plan de “bloqueo continental” sobre Gran Bretaña, la gran enemiga de Napoleón Bonaparte.

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La familia de Carlos IV

Por Juan Antonio Fernández Arévalo.

(Francisco de Goya)

Pierde el tiempo quien pretenda adscribir a Goya dentro de un movimiento artístico concreto. Ni siquiera en un mismo periodo es posible etiquetarlo, porque observamos que cambia permanentemente, que mezcla estilos, que inventa formas distintas de pintar que nadie hasta él había descubierto.

En el artículo anterior, ya destacamos que no fue, precisamente, un pintor precoz; incluso fue desestimado en dos ocasiones en su intento por ingresar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Su viaje a Italia, donde obtuvo un buen reconocimiento, y su matrimonio con Josefa Bayeu, hermana de los pintores Francisco y Ramón Bayeu, le abrieron las puertas como pintor de cartones para la Real Fábrica de Tapices de Madrid y como pintor del rey, más tarde. Durante esa etapa, hizo un lento pero fructífero aprendizaje, siempre con la mirada puesta, desde luego, en su gran maestro en la distancia temporal, Diego Velázquez.

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Goya: símbolo de un mundo en transformación

Posiblemente no exista en la Historia de España un personaje que, como Goya, ilumine de una manera más clara un determinado periodo histórico, si exceptuamos, claro está, determinadas figuras reales que, para bien o para mal, llenan largas etapas de la Historia de España (Carlos I, Felipe II o Carlos III). Y no es que no haya figuras, en el mundo del arte, tan preclaras como el pintor aragonés. Velázquez y Picasso ‑sobre todo estos dos‑ están a su altura, si no le superan, pero las circunstancias históricas con las que coincide Goya, la trascendencia de su pintura crítica y comprometida, le dan un carácter de símbolo, de referencia de una determinada manera de concebir la vida y la sociedad. Su vinculación a posturas políticas y culturales que hoy llamaríamos progresistas y que entonces estarían ligadas al incipiente liberalismo político (distingámoslo ya del económico)[1] le hacen jugar un papel descollante.

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El neoclasicismo: David e Ingres

Por Juan Antonio Fernández Arévalo.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, las ideas innovadoras ligadas a la Ilustración cuestionan seriamente las estructuras políticas, sociales y económicas del Antiguo Régimen en Francia. La crisis económica, unida a la crisis de la Monarquía absoluta, desencadena un proceso revolucionario que culmina en la Revolución francesa.

Este contexto histórico se vería reforzado por un cambio radical en las ideas, que tendrá consecuencias en el mundo del arte. El arte aristocrático y alto burgués del rococó va a ser contestado y combatido por los filósofos y escritores más influyentes de la Ilustración, representada en buena parte por la Enciclopedia. Diderot, Voltaire, Rousseau… aportaron unas ideas de un mayor ascetismo moral, lo que, unido a otros acontecimientos destacados, como el descubrimiento de las ruinas de Herculano y Pompeya y la publicación de las obras de Winckelman reivindicando el mundo clásico, determinará la formación de un estilo que toma como espejo a Grecia y Roma. La eliminación de una decoración innecesaria, la simplicidad de las formas, el predominio del dibujo sobre el color y el equilibrio de la composición, serán características del nuevo estilo pictórico que, como no podía ser de otra forma, se llamará neoclasicismo.

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El rococó

Por Juan Antonio Fernández Arévalo.

Como dijimos en el artículo anterior, la actividad febril de los siglos de oro (XVI y XVII) generó un cierto agotamiento de ideas que dificultó el surgimiento de figuras tan señeras como Miguel Ángel, Tiziano, Tintoretto, El Greco, Rubens, Velázquez o Rembrandt, pero no impidió un giro espectacular en el gusto por el arte, por la sensualidad, el goce estético, el hedonismo o el protagonismo de la mujer[1] no solo como objeto pictórico de primera magnitud. El siglo XVIII es un siglo en que empiezan a forjarse las raíces de la libertad y el arte de la pintura no hace más que adelantarse a esa fiesta en que la libertad y la razón rompen los corsés impuestos por el dogma, la tradición y la moral. Por eso se le llama “El siglo de las luces”.

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Una retrospectiva de conjunto

Permitirán mis lectores que, tras más de una veintena de artículos de la serie “Mis pinturas favoritas”, haga una breve recopilación de la profunda evolución de la pintura en estos tres últimos siglos (XV, XVI y XVII). El agotamiento que se percibe en el siglo XVIII no se entiende sin la febril evolución de los tres siglos anteriores y especialmente del último. De ahí que, antes de comentar en su conjunto la pintura del siglo de las luces, recoja en un apretado artículo una visión sintética del recorrido de la pintura en los siglos citados.

Es incontestable que el arte, y particularmente la pintura, está siempre en continua evolución técnica, estilística e, incluso, iconográfica.

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Niños comiendo uvas y melón

(Bartolomé Esteban Murillo)

Hasta, al menos, la mitad del siglo XIX, cuando los gustos estéticos y estilísticos cambian radicalmente, la figura pictórica de Murillo se alza en fama y popularidad sobre todos los pintores españoles, incluido el gran Velázquez. Y si eso ocurre en España y en buena parte de Europa, en Sevilla, el triunfo de Bartolomé Esteban Murillo es apoteósico. Es el pintor sevillano por excelencia, a pesar del origen sevillano del autor de “Las meninas” o del sevillano de adopción, el ascético Zurbarán.

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