Experiencias educativas con opiniones sobre el fracaso y abandono escolar

Algún ex compañero de SAFA me ha pedido que toque algunos temas, entre ellos este que sirve de título a esta opinión personal, que obviamente no es más que eso, una opinión. Creo, no obstante, que hoy, jubilado, con 42 años de servicio como trabajador de la enseñanza o maestro, que es como me gusta que me nombren, puedo contar que he pasado por dar clases en el País Vasco, en los años duros de la emigración; allí saqué las oposiciones, tuve ofertas de la SAFA, para dar clases en algunos de su centros; pero me incorporé a la enseñanza pública y estuve en múltiples lugares y circunstancias, como indico a continuación.

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Amor y pedagogía

‑Anormal, anormal… no se puede decir que lo sea, pero este niño tiene un claro desequilibrio psicológico ‑era el diagnóstico que la psicóloga de la guardería hacía de mi hijo Diego después de que éste, en un descuido de su maestra, se hubiera colado en la secretaría y hubiese “ordenado” fichas, documentos, decorado…
Por un momento, y como en un golpe de flash, todo a mi alrededor se volvió blanco y estático.
‑¡Dios mío! ¿De qué parte de la familia de mi mujer habrá heredado este niño ese desequilibrio? ‑me preguntaba yo mientras conducía a todo gas mi velocísimo 850, ya de vuelta a casa con Diego‑. Tengo que consultar cuanto antes mis libros de Psicología.

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Repasando mi vida de maestro

Por Fernando Sánchez Resa.

¿Quién me iba a decir a mí (mientras me encontraba en la escuela de antaño) que cuando fuese mayor sería maestro? Me hago hoy esta pregunta porque, cuando yo estudiaba primaria y bachillerato, ni por asomo se me ocurrió nunca pensarlo; pero mira por dónde, cuando termino el bachillerato, compruebo que hay una escuela de magisterio en mi ciudad de nacimiento (Úbeda); y que, además, como mis padres son pobres y tengo un hermano menor que viene por detrás, no puedo permitirme el lujo de ir a Granada a estudiar Historia del Arte (a pesar de ser becario), que era lo que más me atraía por aquel entonces…

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Contratiempo

26-06-2011.

Al cruzar la delgada garganta que penetra en el valle; a las puertas de la inmensa explanada, cuna y regazo de nieves y ventiscas; cuando la luz de la mañana permitía contemplar la inmensa cima del Puigmal, donde el águila dorada se eleva con orgullo; a la vista de la soberbia atalaya del Coll de Finestrelles, en donde sueñan amorosas fantasías las crías del oso pardo; cuando empezaban a distinguirse las empinadas moles del Pic de Segre, morada del rebeco, del noble ciervo y el corzo triscador; cuando, varado en medio de la nieve, se adivinaba el contorno secular del santuario convertido en hotel; cuando se aproximaba a su destino, tras haber remontado despeñaderos, laderas y taludes; cuando sólo faltaban unos metros para llegar al pequeño túnel de madera, que comunica la estación con el hotel, tras un leve jadeo, triste y doloroso, el tren chasqueó con fuerza, intentó reanudar el viaje y, presa del cansancio, exhausto y agotado, se paró.

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Subida al valle de Nuria

11-06-2011.

Al monitor le hubiera gustado encontrar las palabras apropiadas para expresarles su agradecimiento y su respeto. Le hubiera gustado decirles algo importante, pero se quedó mudo, sin saber qué decir. Pensaba que cualquier cosa, que le viniera a la imaginación, sería inoportuna y volverían las risas. Ana Llorens, la profesora, y Oriol Escudé, el director de la escuela, parecían hechos de una madera especial. Iban de aquí para allá, sacudiéndose la nieve del anorak, golpeando el suelo con las botas, organizando a los muchachos, ayudándoles a subir el equipo y contagiando entusiasmo y vitalidad. Colocaban sacos, mochilas, bastones y esquíes, en el tren cremallera, único medio de transporte para acceder al valle. En pocos minutos, estuvieron instalados, los pequeños en el primer vagón y los mayores en el segundo y el tercero.

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El monitor de esquí

22-05-2011.

Llegó a Barcelona con veinte años recién cumplidos. Había pasado la mayor parte de su vida en un internado al que lo llevaron poco después de cumplir los siete. Recorrió Cataluña, desde los Pirineos hasta el delta de Ebro, aceptando cualquier ocupación que le permitiera ganarse un duro, la mayoría de veces, honradamente. Lamentablemente, a pesar de que ponía el alma en los trabajos, no siempre estuvo a la altura. Para qué nos vamos a engañar.

I – La maleta

Ahí está pensó el monitor, cuando el lujoso automóvil se detuvo ante la puerta de la pensión—.

Aún era de noche. El chófer salió del coche y llamó al timbre.

Bajo enseguida —le avisó por el telefonillo—.

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La cartera

26-10-06.
A Enrique Hinojosa, que parece que sabe de esto.
Si alguna peripecia de mi ya pretérito magisterio me ha hecho reflexionar sobre la condición humana, abarcando un campo mucho más amplio que el de la propia anécdota, ha sido sin duda ésta que me dispongo a contaros con toda la exactitud de quien todavía la tiene presente casi en sus más nimios detalles. Aunque recuerdo nombres y apellidos y aún encuentro por la calle a alguno de sus protagonistas, evitaré los verdaderos nombres así como la reiteración explícita de frases y situaciones que en aquel momento fueron realmente atosigantes.

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Anónimos «granaínos» o viceversa

ADOJAL es una asociación almeriense a la que pertenezco y que me da ocasión para reuniones, excursiones, comidas y cosas así; cosas de jubilados. Aclaro para criptógrafos curiosos que estas siglas pertenecen a Asociación de Docentes Jubilados de Almería. Ni qué decir tiene que la inmensa mayoría somos maestros y maestras.

 

En una visita guiada a la Alcazaba, le comentaba a un compañero, de los que como yo han paseado la carrera por diversas provincias, este asunto nuestro de la página web y la posibilidad de hacer en Almería algo parecido, teniendo en cuenta que en Adojal estamos más de doscientos cincuenta socios; eso significa muchísimos años de experiencia y de experiencias en tiempos heroicos, desasnando zagales en cortijadas a las que todavía en los sesenta sólo se llegaba en mula. Pero no va el tema por ahí.

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Historias de la puta mili (universitaria, por más señas)

 

(De cómo un infeliz aspirante accedió a la fama sin derramamiento de sangre ni riesgo de vidas o haciendas)

 

En el verano del 65 le tocó a mi generación Safa abrazar temporalmente el noble ejercicio de las armas. Pienso que casi todos optamos por las llamadas Milicias Universitarias que ‑aclaro para los más modernos‑ era una mili elitista hecha a medida de los universitarios para que no perdieran cursos, por lo que se hacía en los meses de verano, coincidiendo con las vacaciones. Naturalmente no era suficiente un verano, sino tres: el primero ibas de aspirante, o sea, milicio sin graduación; el segundo verano ya tenías consideración de sargento; y si no habías hecho el ganso más de la cuenta, el tercer verano ya ibas a un campamento o a un cuartel, con el grado de alférez, a que los militares profesionales se rieran un poco de ti. Haberte divertido en demasía podía suponer que las, llamadas, prácticas las hicieras de sargento, lo que significaba, se diga lo que se diga, una cierta humillación, a tenor de lo jerarquizada que es la institución militar. Esa amenaza era sin duda un acicate incluso para los que presumían de antimilitarismo, los pasotas, como hubiéramos dicho, de existir entonces la palabra.

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La venganza de «El Alimoche»

Después de dos años en la sierra de Cádiz, mis pecados y cierta ignorancia me llevaron a Cataluña. De primeras me adjudicaron una Unitaria en Badalona de donde, por una merecida supresión debida a las pésimas condiciones del local, pasé a un Colegio enorme. Hablamos de los primerísimos setenta, una época en la que estos centros hervían de políticas y por tanto de rivalidades enconadas que se sumaban a las naturales antipatías que inevitablemente se crean en estos colectivos a cuenta de las injusticias de siempre en el reparto del trabajo, y del increíble egoísmo que se respiraba en corros, pasillos y reuniones. Eran los tiempos de las ahora casi olvidadas permanencias, cuyo cobro y reparto producía vergonzosas discusiones a cuenta de la falta de celo que algunos demostraban en la exigencia del pedagógico tributo.

 

 

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