Cómo mirar un cuadro

Hay numerosas publicaciones sobre comentarios de obras artísticas (arquitectura, escultura y pintura, principalmente), pero no tantas sobre “Cómo mirar un cuadro”. Susan Woodford, de la Universidad de Cambridge, nos deleitó con un ensayo bastante ilustrativo, cuyo título es precisamente ése: “Cómo mirar un cuadro”. El objeto de mis artículos es la pintura y a ella dedicaré mis reflexiones, aunque sin esquivar la cita de otras artes, cuando sea preciso.

Los profesores de Historia del Arte (yo sigo impartiendo clases de esa materia en la Universidad a Distancia) nos hemos dedicado más bien a enseñar los fundamentos del comentario de ilustraciones de arquitectura, escultura y pintura; pero, quizás, hemos introducido, sin querer, una excesiva rigidez y un cierto encorsetamiento en la contemplación de la obra artística. En todo caso, era y es un peaje necesario, a mi juicio.

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La causalidad, el azar y el destino en la Historia, y 3

En la Historia hay una serie de ejemplos que siempre me han hecho reflexionar sobre la posibilidad de que el devenir de nuestra historia hubiese sido diferente.

Uno de ellos es el relacionado con Juana, la Beltraneja, e Isabel, la Católica, hija y hermanastra, respectivamente, de Enrique IV de Castilla, conocido como “El Impotente”.

Isabel, la Católica, se postula como heredera al trono de Castilla, tras la muerte de su hermano Alfonso y la imputación a Juana, la Beltraneja, de ser hija de don Beltrán de la Cueva y, por tanto, con ilegitimidad para reinar. Esta posible bastardía de doña Juana es, de alguna manera, confirmada por el propio rey, al reconocer a Isabel como heredera al trono, en el Pacto de los Toros de Guisando. Pero ese tratado es conculcado por Isabel, al casarse en secreto con don Fernando de Aragón, y Enrique IV revoca su decisión y designa a su discutida hija Juana como heredera al trono de Castilla. De ilegítima pasa a ser legítima hija del rey y, por tanto, su heredera incontestable.

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La causalidad, el azar y el destino en la Historia, 2

Más dudoso sería aceptar el destino como elemento integrante de la secuencia histórica, aunque no tendríamos empacho, creo yo, en considerar la posibilidad de que unas fuerzas ¿telúricas?, extranaturales (tomando lo natural como lo que controlo y entiendo) pudieran incidir en el desarrollo de la historia: personal, profesional, regional, nacional o internacional. En ese sentido, hace poco escribí un relato autobiográfico, que titulé El tintero olvidado. Lo resumiré brevemente.

Cuando tenía yo diez años, fui seleccionado para un examen que, de aprobarlo, me permitiría ingresar en la Escuela de Magisterio de Úbeda, que regentaban los jesuitas. Así es que un día de mayo me convocaron para dicho examen que, la verdad, no sabía muy bien ni en qué consistía ni para qué servía.

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La causalidad, el azar y el destino en la Historia, 1

Todos los historiadores y profesores de Historia saben –sabemos‑ que el principio de causalidad es esencial para entender los movimientos históricos. Los alumnos, cuando estudiáis un tema, comenzáis analizando las causas: internas o externas, próximas o remotas, profundas o superficiales; los antecedentes, que forman un hilo conductor por el que se accede al futuro, desde el pasado; y los factores: económicos, sociales, demográficos, políticos, ideológicos… cuya diferenciación con las causas, en ocasiones, es de pequeño matiz. En todo caso, causas, antecedentes y factores forman un núcleo definido que da forma al principio de causalidad. Y, en ese sentido, según acertada definición del historiador británico Edward Hallet Carr, el estudio de la historia es el estudio de las causas.

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La II República: ¿símbolo o estigma?, y 02

Heredaba la II República una España ruralizada y analfabeta al 50%, sin que los poderes políticos, económicos y sociales de la Monarquía se mostraran dispuestos a iniciar un mínimo proceso de reformas que aliviase la precariedad de una buena parte de la población que, en algunos casos ‑mujeres, campesinos, jornaleros‑, llegaba a límites difícilmente soportables.

En ese contexto, la II República acepta el reto y, en su primer bienio, claramente reformista, inicia (de ahí su valor simbólico) una frenética actividad política y legislativa, encaminada a acometer los inaplazables retos que la situación requería. Sin lugar a dudas, no hay ningún otro periodo en la Historia de España, y posiblemente tampoco en la europea, en el que se hayan afrontado reformas de tanto calado y de tanta trascendencia en tan escaso tiempo. Con resultados dispares, es verdad, pero con la voluntad política, en general, de solucionar problemas ancestrales que anclaban España en épocas más ligadas al feudalismo residual que a la revolución industrial incipiente.

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La II República: ¿símbolo o estigma?, 01

Hay fechas o períodos en la historia de cada país que suscitan sentimientos, reacciones o posicionamientos rígidos que difícilmente varían.

Una de esas fechas es la proclamación de la Constitución de Cádiz el día 19 de marzo de 1812. A lo largo del siglo XIX, la Constitución de Cádiz fue objeto de ataques virulentos por parte de las clases más reaccionarias de nuestro país: terratenientes, nobles, clérigos… tomaron la Constitución como un auténtico estigma que había que borrar hasta de la memoria, como se encargaría de decir Fernando VII. Para otras clases sociales, más ligadas siempre con el progreso y la modernización del país, la institución gaditana actuó siempre como un símbolo o modelo al que imitar. De ahí que la historia constitucional de España sea una historia pendular en la que la Constitución del 12 actúa de modelo positivo o negativo, bien para imitarla, bien para desterrarla de nuestro horizonte legal. Y, así, las constituciones del XIX fueron progresistas o conservadoras en función de los dirigentes políticos de ese momento. En la actualidad, sin embargo, como tantas veces en la historia, la Constitución de Cádiz pasa por ser un foco de iluminación para todos; incluso para aquellos cuya acción política se distancia claramente de aquel espíritu liberal con el que el texto gaditano ha pasado a la historia.

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El padre Theotonio: un hombre bueno

Me ha extrañado que nadie haya reparado en una pequeña esquela funeraria aparecida el domingo pasado en el diario “El País”, donde se registra el fallecimiento de Vicente Theotonio Cáceres, un jesuita inteligente, tolerante y, sobre todo, buena persona.

Su etapa de Magisterio que, como sabéis, forma parte de la formación académica de un jesuita, discurrió en nuestra Escuela de Magisterio de Úbeda. Su timidez y humildad no impidieron descubrir una gran humanidad y una inteligencia brillante y progresista, sin exhibicionismos. Como “maestrillo” de la 1.ª División, llegó a ser un gran amigo de todo el que se acercaba a él. Era el padre Theotonio un auténtico confidente para quien traspasase la rígida disciplina de horarios y comportamientos. Su complicidad, siendo nuestro inspector, hacia el robo de palomas en el que nos confabulamos todos los alumnos del curso, es un ejemplo de prudencia y mesura.

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El estado de las autonomías

08-08-2012.
Hace unos días, Esperanza Aguirre, presidenta de la comunidad autónoma más ficticia de España, hacía unas declaraciones en las que insinuaba, a través de la devolución al Estado de las competencias más importantes, la posibilidad de la demolición del Estado de las autonomías, y parece ser que Rosa Díez, con el oportunismo que le caracteriza, estimula una decisión de este tipo, que nos llevaría al vaciado del Estado consagrado por la constitución.

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Yo también fui funcionario

18-07-2012.
Mi querido José María:
Como paso unas horas en mi casa de Cartagena, debido a visitas al médico de turno (las “peplas” se van haciendo más numerosas y constantes) tengo acceso a internet y me permito abusar una vez más de tu paciencia. Me ha parecido muy bien el artículo del catedrático de Derecho constitucional. Yo, modestamente, escribí otro en enero que se parece bastante. Si lo crees oportuno, publícalo. Como siempre con mi afecto y cariño hacia ti, Juan Antonio. 
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