Cuando salí de la Safa, 4

10-08-2011.

Río sin retorno

No hay ninguna ‑entre todas las tonterías que los hombres somos capaces de llevar a cabo para ligar‑ que entrañe mayor riesgo ni tenga consecuencia más incierta que un sencillo saludo, consistente en decir:

¡Qué guapa estás esta mañana!

Uno lo dice sin darle importancia, más que nada por ser amable y, en ocasiones, por practicar la virtud de la caridad.

¿Qué problema iba a haber? Si era una compañera de academia, siete años mayor que yo, y además tenía novio… ¡Pues lo hubo!

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Cuando salí de la Safa, 3

01-08-2011.

Mi primer día como profesor

No quería llegar tarde. En el colegio, si te dormías, no pasaba nada: te ponían un siete en conducta, que estaba muy mal, pero de ahí no pasaba. Al leer tus notas, el padre Sánchez te metía un rapapolvo y luego seguía el hombre con su cantinela: «Religión, siete con “chinco”; Matemáticas, “chinco”; Gramática, “chinco” con “chinco”…». Y así, hasta el último de la lista, Manuel Verdera.

Me levanté a las seis de la mañana. Pensaba que, si me dormía, encontraría a los alumnos rezados y sentados, atendiendo a la explicación del Binomio de Newton por el señor bajito. Eso me preocupaba. ¿Y si me entregaba la tiza y me decía que siguiera yo? Porque el Binomio de Newton no me lo sabía muy bien. Tenía que darle otro par de repasos.

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Cuando salí de la Safa, 2

25-07-2011.

Cargado de vocación

¡Qué día tan bonito! ¿Os acordáis? Después de ocho años, a base de garbanzos y lentejas, llegaba al fin la hora del adiós. ¡Ya éramos maestros! Se humedecen los ojos al recordarlo. «La educación es la más noble profesión del hombre en la Tierra, después del sacerdocio», había dicho el padre Navarrete en infinidad de ocasiones.

—Padre, no puede imaginarse cómo siento en el pecho la llamada.

—¿Qué llamada?

—Pues cuál va a ser: la de mi vocación.

—¡Ah!

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Cuando salí de la Safa, 1

14-07-2011.

Tuve que buscar trabajo

Cuando terminábamos la carrera, nos quedaba pendiente la asignatura más difícil, la materia de la que nadie se preocupaba, una disciplina para la que no estábamos, en absoluto, preparados: buscar trabajo. En la Safa de aquel tiempo, había dos formas de conseguir plaza de maestro: si eras un alumno adicto y ejemplar te colocaban en Linares, Osuna u otro centro de Las Escuelas…; pero, si eras del montón y rebelde ‑como yo, que había aprobado a trancas y barrancas‑, tenías que buscarte la vida por tu cuenta. Era el justo castigo por pasar ocho años haciéndole quites a la expulsión y viviendo como la cigarra del cuento.

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Un ejemplo de vida: el padre Bermudo de la Rosa, y 4

12-07-2011.
El padre Bermudo fue un hombre muy querido por todos por su grandeza de corazón, por su discreción absoluta, por su entrega y su pasión por nosotros. Su único objetivo fue siempre ayudar y ser útil a las familias necesitadas de Andalucía, sin buscar el aplauso, sin afán de notoriedad, arriesgando incluso su seguridad personal. Su recuerdo despierta en mí la fuerza, la ilusión y la fe firme e inquebrantable de mis años de internado. Hace poco, cuando nos encontramos de nuevo los compañeros de aquel curso, treinta años después, algunos ya acompañados de nuestras esposas, quise también que mi hija, entonces de diez años, conociera las clases, los pasillos, los dormitorios y la iglesia, fuente de tantos recuerdos y vivencias.

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Un ejemplo de vida: el padre Bermudo de la Rosa, 3

03-07-2011.
Había empezado la política de becas. Casi todos teníamos alguna ayuda, aunque los más afortunados eran los de Formación Profesional, que recibían en algunos casos alrededor de veintidós mil pesetas por curso. Esta cantidad debía cubrir los gastos de estancia, formación, alimentación y transporte del titular de la beca. En aquel tiempo, una cifra así era un verdadero dineral. De este importe, el colegio se quedaba con una parte y entregaba el resto a los alumnos. Repartir, aunque sea el progreso, siempre es difícil y a pesar de que la cifra que el colegio devolvía ‑creo recordar‑ era de unas cinco mil pesetas, como las necesidades familiares eran tantas, hubo algunas protestas y descontento; y, finalmente, una especie de “rebelión de los becarios”.

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Contratiempo

26-06-2011.

Al cruzar la delgada garganta que penetra en el valle; a las puertas de la inmensa explanada, cuna y regazo de nieves y ventiscas; cuando la luz de la mañana permitía contemplar la inmensa cima del Puigmal, donde el águila dorada se eleva con orgullo; a la vista de la soberbia atalaya del Coll de Finestrelles, en donde sueñan amorosas fantasías las crías del oso pardo; cuando empezaban a distinguirse las empinadas moles del Pic de Segre, morada del rebeco, del noble ciervo y el corzo triscador; cuando, varado en medio de la nieve, se adivinaba el contorno secular del santuario convertido en hotel; cuando se aproximaba a su destino, tras haber remontado despeñaderos, laderas y taludes; cuando sólo faltaban unos metros para llegar al pequeño túnel de madera, que comunica la estación con el hotel, tras un leve jadeo, triste y doloroso, el tren chasqueó con fuerza, intentó reanudar el viaje y, presa del cansancio, exhausto y agotado, se paró.

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Un ejemplo de vida: el padre Bermudo de la Rosa, 2

18-06-2011.
 «Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis y se realizará. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto sea duradero. De modo que todo aquello que pidáis al padre en mi nombre os será concedido».
El padre Mendoza iniciaba la inesperada plática de aquella tarde con estas palabras del evangelio de San Juan. Nos habían reunido a todos los alumnos de Magisterio, desde “Prepa” a octavo curso, en la iglesia del colegio.
Llegaron más tarde los de Formación Profesional. El rector se encontraba en Madrid buscando ayuda para la institución. Los problemas parecían muy graves; tanto, que aquella noche haríamos turnos de vela ante el Santísimo para pedirle que, en Madrid, atendieran y ayudaran en sus demandas al padre Bermudo. La situación era crítica a juzgar por la solemnidad y la tristeza que reflejaban los rostros de curas y profesores.

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Subida al valle de Nuria

11-06-2011.

Al monitor le hubiera gustado encontrar las palabras apropiadas para expresarles su agradecimiento y su respeto. Le hubiera gustado decirles algo importante, pero se quedó mudo, sin saber qué decir. Pensaba que cualquier cosa, que le viniera a la imaginación, sería inoportuna y volverían las risas. Ana Llorens, la profesora, y Oriol Escudé, el director de la escuela, parecían hechos de una madera especial. Iban de aquí para allá, sacudiéndose la nieve del anorak, golpeando el suelo con las botas, organizando a los muchachos, ayudándoles a subir el equipo y contagiando entusiasmo y vitalidad. Colocaban sacos, mochilas, bastones y esquíes, en el tren cremallera, único medio de transporte para acceder al valle. En pocos minutos, estuvieron instalados, los pequeños en el primer vagón y los mayores en el segundo y el tercero.

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Un ejemplo de vida: el padre Bermudo de la Rosa, 1

02-06-2011.
Corrían los primeros días del mes de noviembre. Aquel año había sido especialmente lluvioso y las piedras de los edificios que componen el conjunto de la explanada del colegio mostraban sus tonos dorados más intensos y brillantes que de costumbre. Una bruma, más propia del norte que de una ciudad andaluza, humedecía el ambiente, envolviendo en suave niebla la escena de aquella mañana de otoño en el internado. Decía Rafael Alberti que «siempre asombra el otoño más que la primavera».
Era mi primer curso en Úbeda. Atrás quedaron los cuatro de internado en Villanueva y, a pesar de mis pocos años, ya era un veterano en la Institución. Podría decirse que a pesar de no ser muy voraz, por aquel entonces ya habría consumido unos doscientos cincuenta kilos entre garbanzos y lentejas. En la Safa, cuando se trataba de establecer el tiempo que faltaba para que un alumno terminara su proceso de formación y abandonara las Escuelas, siempre se recurría a la ironía y a los garbanzos o a las lentejas para dejar sentado que no era cosa de días: «¡No te quedan a ti garbanzos que comer!», nos decían los mayores, en plan de burla.

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