Como en todo puente vacacional, mi hija Margarita pensó que sería buena idea ir a un sitio próximo a Sevilla en donde podríamos pasar unos días inolvidables con nuestros queridos Abel y Saúl. Por eso, elegimos un lugar cercano de donde vivimos habitualmente para estar tranquilos y entretenidos tratando de conocer Écija, una ciudad tan cercana (a una hora exactamente de la capital andaluza), que bien merecía la pena visitar al fin.
La de veces que hemos pasado por su circunvalación o autovía, camino de Úbeda o de vuelta a Sevilla, haciéndonos siempre el mismo propósito: visitarla en profundidad, pues tiene tesoros en cantidad y calidad para no defraudar. Con nuestra decisión nos hemos sentido felices y agradecidos cuando, por fin, fuimos a patearla y conocerla, con fruición y largueza.
Como el jueves (veintisiete) era lectivo para la madre y vacacional para los niños y el abuelo jubilado, huimos de permanecer en nuestro domicilio habitual estos días, hasta que, después de comer, partimos, con un tiempo primaveral y soleado, de nuestra proverbial Sevilla (aunque con aviso de lluvia para el puente de Andalucía), tras una mañana, larga y trabajada, por parte de los mayores.