«Nos vamos pudriendo», me dijo el otro día mi amiga la farmacéutica (que es a la que acudo diariamente para proveerme de “las chuches” de la vejez, como le llamamos eufemísticamente a las medicinas, y que, por desgracia ya me son imprescindibles para seguir viviendo con cierta salud y tranquilidad). Se lo había dicho un cliente -ya mayor- refiriéndose al proceso de envejecimiento que padecemos todos desde que nacemos, aunque cuando se note más y patentemente sea en la etapa de la senectud. ¡Y cuánta razón lleva! Conforme vas envejeciendo te vas dando cuenta de que algo se va deteriorando lenta y paulatinamente, tanto en tu interior como en el exterior, y que se te va haciendo patente en cuanto más años vayas cumpliendo. Todo vino porque hablamos de mis bisnietos y de la piel tan delicada y suave que tienen, cual si fuera de terciopelo, y cómo, con el paso de los años, se nos va poniendo arrugada, manchada, llena de lunares que antes o después derivarán en malignos, con verrugas por doquier… ¡En fin, un drama!