Vicisitudes de la vejez, 33

Como tengo tanto tiempo para pensar, una pensionista muy mayor como yo, se pregunta el por qué bastantes padres actuales educan tan mal a sus hijos (salvo honrosas excepciones), con el conque de que no quieren que pasen las vicisitudes o necesidades que padecieron ellos de pequeños, los sufrimientos propios del vivir cotidiano, el aprendizaje de la vida que siempre se va tramando y trenzando de una manera no programada o accidental y habiendo muchos factores o variables que intervienen para que no se pueda llevar a cabo todo lo que a cada progenitor le gustaría para que su hijo fuese muy feliz, siempre. Cosa improbable para todo ser humano, en cualquier edad y etapa evolutiva de la que hablemos, pues del error, el sufrimiento y las contrariedades se aprende mucho más que de la vida plácida y muelle que nos proporcionen, ya que nos pueden hacer unos vagos o blandengues de campeonato…

No abogo, con esto, a que haya que martirizar a nadie ni que sea preciso volver al castigo físico o psicológico para educar correctamente. Todos sabemos que cada época tiene sus costumbres, sus tipos de comidas, sus diferentes diversiones, su modo particular de ver la vida…, pero sí hemos de reconocer que la educación que se imparte actualmente es más blandengue y no por ello conseguimos que nuestros hijos, nietos o biznietos sean cada día más resilientes para la vida, en general, con sus renuncias, enfermedades, trabajos, necesidades emocionales, etc. La educación siempre ha sido un reto y lo va a seguir siendo para cada generación que quiera que sus descendientes consigan crecer y aprender todos los rudimentos más importantes de la vida, que no sólo es un oficio, amor a la literatura y al prójimo, emparejamientos esporádicos o permanentes, aceptación de su personalidad, sexualidad y sexología…
Todo esto enlaza con el problema de la educación reglada, en general, que aunque parece que hemos ido avanzando en muchos aspectos académicos y de aprendizaje satisfactorio, en otros nos hemos ido reblandeciendo, estancando o retrocediendo, pues la familia nuclear (el padre y la madre, principalmente, aunque a veces ayudados por los abuelos o tíos, más antiguamente que hoy) se ha ido deslizando en la dejanza y el consentimiento total, hasta derivar en lo que se le llama “la utilización de la plastilina” para todo, como se hace en los jardines de infancia o parvularios, pero que poco a poco su práctica -o digamos su dinámica- ha ido ascendiendo lentamente, pero con paso firme, a otros estamentos e instituciones escolares y ha pasado a ser instrumento importante y necesario de aprendizaje y desarrollo en la primaria, incluso en la secundaria, y hasta en el bachillerato, blincando a la universidad donde los profesores (los que tienen valor para proclamarlo) han puesto el grito de alarma alertando de que “la plastilina” ha llegado a la universidad, porque poco provecho se puede sacar a muchos de los educandos universitarios de las nuevas generaciones que no saben leer bien, subrayar, memorizar, esquematizar, abstraer y entresacar lo importante de lo innecesario, en definitiva. La plastilina llegó a la universidad hace bastante tiempo para quedarse y así seguimos. No sé hasta cuándo… La prueba la tenemos que muchas de nuestras universidades españolas, por no decir casi todas, están en los rankings medios o finales de las universidades del mundo.
Sin olvidar que las pantallas, en general, y las de los ordenadores, smartphone, iPad o tablet…, en particular, están haciendo su agosto entre nuestras tiernas (y no tan jóvenes) generaciones, sin que los padres y el estamento docente y político se hayan plantado de una vez por todas para que no devoren a nuestros hijos, nietos o biznietos. Parece que actualmente se está moviendo algo en España (otros países, como siempre, nos llevan la delantera en este tema) de prohibir, hasta cierta edad, que un infante disponga a tiempo parcial -o a cualquier hora- de una pantalla que le obnubile y sorba el seso. Tiene que pasar, como ocurre en otros aspectos o temas de la vida (ya ocurrió con la matemática de los conjuntos en nuestra ultramoderna enseñanza, etc.) que hasta que no se cae un avión, no se investiga a fondo el porqué ha ocurrido eso…
Tampoco me hace ninguna gracia la modernidad del matrimonio abierto, que se lleva ahora tanto y está tan socialmente en boga: igual que uno se puede tomar un café o una cerveza con un amigo o amiga, conocido o desconocido, qué más da, es hasta aconsejable hacer el amor, o por decirlo finamente: tener relaciones sexuales esporádicas (lo que toda la vida se ha llamado fornicar) y salir tan contento y satisfecho de ello, haciéndolo con cualquiera, a la primera de cambio que se presente.
Y lo que no tiene parangón ni freno es lo de Netflix, que es una plataforma (de las varias que existen) que sigue al pie de la letra los dictados de los nuevos cánones de convivencia que nos quiere imponer la agenda 2030 o los que nos mandan realmente o pretenden hacerlo, ya que es una magnífica correa de transmisión de lo que esta nueva sociedad nos exige; así cada peli o serie de sus diversos capítulos tiene que tener sus relaciones homosexuales, lésbicas o LGTBI si no, no es tal Netflix, lo manda el guion para que tenga éxito actualmente… Quieren destruir la sociedad occidental basada en que hay dos sexos definidos por naturaleza, no infinitos; pues el masculino con el femenino ya no mola tanto, es un aburrimiento, por eso es más picante y divertido explorar otras opciones más novedosas, aunque siempre hayan existido, pero ahora de una forma más divulgada, directa, abierta y formal, tratando de suplantar la normalidad (hombre con mujer o viceversa), introduciendo otras opciones que rompan esa monotonía con la que nos ha dotado la naturaleza, hasta ahora….
¡Vivir para ver! Si mis padres o abuelos levantasen la cabeza, se volverían a ir al “otro mundo” despavoridos y sin ganas de volver por aquí…

Sevilla, 4 de febrero de 2024.
Fernando Sánchez Resa

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