Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.
Ramón Quesada nos hace una alabanza de su ciudad natal, Úbeda, esbozando un seguimiento que lo inicia con anterioridad a la declaración de la Unesco. El balance es altamente positivo, a la vista de la cifra de visitantes ‑en la mayoría‑ desconocedores de su patrimonio y de lejana procedencia. Interesante la cita que hace de Eugenio D’Ors, sin olvidarse de aconsejar al que llega en reincidir en su visita.
Cuando retrocedo con la memoria a otros años del turismo de Úbeda y siendo muy respetuoso con el anterior, aprecio que el de hoy es más heterogéneo, numeroso y entendido. Más culto ‑si me aceptan la definición‑, pues he observado, igualmente, que ya viene con la lección bien aprendida y que tiene, aunque relativo a veces, conocimiento de lo que va a ver. Y si antes de ser declarada ciudad Patrimonio de la Humanidad, el turismo era menor y determinado, hace poco he sabido que, en el segundo trimestre de este año de 2006, se han superado, a nivel regional, los nueve millones y medio de visitas, según los resultados de la Encuesta de Coyuntura Turística de Andalucía que ha realizado el Instituto de Estadística de la región andaluza.
Fenómeno complejo que “fabrica” Úbeda por su parte, mediante la exposición de su riqueza monumental e histórica. Imán que ha traspasado todas las fronteras, pueblos y ciudades y que le ha valido para ser codiciada. En Nobísimo glosario, edición 1995, dice Eugenio D’Ors que «alabemos a Úbeda donde lo que trae extrañeza es cabalmente la perfección…»; y termina: «¿Cómo ha sido posible tanta belleza en este rincón de España?». Y desde luego que es agradable que Úbeda, en turismo, vaya ascendiendo, porque ello indica que, como nos da a entender su recepción, la ciudad sea atracción para países que ni sospechaban de su existencia hace unos años. Pero…, ¿a quién hemos de darle las gracias? Para mí, está claro: al pueblo, a sus hijos, que han sabido mantener su patrimonio aireándolo urbi et orbi oralmente y en libros y artículos, sin menospreciar, claro está, a la autoridad que nos rige, que, con su celo, se preocupó también de, salvando dificultades, ofrecernos la ciudad turística de nuestros días. La verdad sea dicha aunque…
Úbeda, por su historia y su arte, bien merece ser observada en grandes dosis, pero detalladamente, despacio, sin distraerse, poniendo atención para que no se olvide ni un sólo rincón, ni una piedra de su estructura urbana en la que al turista le esperan más de noventa hectáreas de piedra labrada de estilos diversos, aunque predomine el renacentista. Tampoco, como digo, ha de olvidarse su historia, escrita en libros, revistas y folletos informativos que pueden adquirirse en librerías o solicitados en la Oficina de Turismo. Así pues, cualquiera, en Úbeda, se encuentra a gusto. Esta sólo le exige que, visitada y estudiada, vuelva usted, turista, de nuevo, porque seguro que otras cosas van a atraerle. Un detalle antes desapercibido es suficiente para el regreso, ya que Úbeda, aunque se mire con lupa, siempre tiene algo oculto. Y porque, en definitiva, Úbeda es ciudad que seduce.