Las tormentosas relaciones entre Cataluña y España requieren de una buena dosis de pedagogía política a uno y otro lado del Ebro que sirva para recomponer los jirones rotos a partir de la diada del 11 de septiembre y, sobre todo, tras la irresponsable convocatoria electoral de Artur Mas y sus resultados subsiguientes.
Pienso que una España sin Cataluña sería como un cuerpo seriamente mutilado con sus funciones claramente mermadas y con la amenaza de producirse una metástasis de imposible recomposición biológica y fisiológica.
Oigo, sin embargo, en las charlas de bar o de café, unos comentarios anticatalanes no reproducibles y, en sentido contrario, unas expresiones de rencor y de desdén hacia España que, unas y otras, ni entiendo ni comparto.