Bueno, siempre es complicado entender la teoría, por lo tanto me referiré a unos cuantos hechos concretos, sabiendo que voy a dejar interrogantes. Sabemos, como cierto, que el principio de causalidad es esencial para explicar la historia, pero no es menos cierto que, a veces, el azar te juega malas pasadas, desviando los hechos de los que sus causas predecían. Al azar, pues, me referiré a continuación.
Blas Pascal: matemático, físico, teólogo, escritor…del siglo XVII decía, más o menos, lo siguiente: “Si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, el mundo hubiese cambiado”. ¿Cuál era la razón de esta extraña aseveración? (Me ahorraré los detalles):
Tras el asesinato de Julio César por Bruto se forma en Roma un nuevo triunvirato formado por Octavio Augusto, Lépido y Marco Antonio.
Apartado Lépido, quedaban Octavio y Marco Antonio frente a frente, pero mientras el primero se asentaba en Italia, tratando de fortalecer su posición política y desprestigiando a Marco Antonio, éste, en el Próximo Oriente, mantenía unas relaciones tormentosas con Cleopatra. (Haceos una idea mediante el recuerdo de Richard Burton y Elisabeth Taylor, intérpretes de Marco Antonio y Cleopatra, aunque la belleza de estos actores no tenga nada que ver con los personajes históricos a los que nos referimos). El enfrentamiento entre Octavio y Marco Antonio se veía venir, y finalmente se produjo en la batalla naval de Accio (31 a. de Xto.), junto a las costas griegas. Fue un triunfo clamoroso para Octavio, al parecer porque Marco Antonio no había preparado bien la operación debido a su “enamoramiento” de Cleopatra (digámoslo en el sentido académico. Javier Marías sería un buen indicio en su libro “Los enamoramientos”). Tras esa derrota, Marco Antonio no encontró otra solución que el suicidio, y Cleopatra, apurando sus posibilidades al máximo, aún intentó embaucar, con sus extraordinarios encantos, tanto físicos como intelectuales, al propio Octavio (como lo había hecho antes con Julio César y Marco Antonio), pero los gustos estéticos de Octavio, posiblemente, no aceptaban la nariz demasiado alargada y curva de Cleopatra (la clásica nariz aguileña) con lo que el hechizo y la seducción de ésta fracasaron. Ante esta situación, Cleopatra optó por suicidarse mediante la picadura de una serpiente, una especie de “suicidio a lo divino”. La historia ha recogido, a menudo, el suicidio romántico de Cleopatra tras el propio de su amante Marco Antonio, aunque no creo que haya de desecharse el intento seductor de la reina egipcia sobre Octavio Augusto, el futuro emperador romano. ¿Era verdaderamente la nariz de Cleopatra el motivo fundamental de todos estos movimientos políticos y bélicos? Sin duda alguna, no, pero…han corrido ríos de tinta para su interpretación.
Cleopatra, reina de Egipto
En la Historia hay una serie de ejemplos que siempre me han hecho reflexionar sobre la posibilidad de que el devenir de nuestra historia hubiese sido diferente.Uno de ellos es el relacionado con Juana la Beltraneja e Isabel la Católica, hija y hermana por parte de padre, respectivamente, de Enrique IV de Castilla, conocido como “El Impotente”. Isabel la Católica se postula como heredera al trono de Castilla, tras la muerte de su hermano Alfonso y la imputación a Juana la Beltraneja de ser hija del ubetense D. Beltrán de la Cueva, y por tanto con ilegitimidad para reinar. Esta posible bastardía de doña Juana es, de alguna manera, confirmada por el propio rey al reconocer a Isabel como heredera al trono en el Pacto de los Toros de Guisando. Pero ese tratado es conculcado por Isabel, al casarse en secreto con don Fernando de Aragón, y Enrique revoca su decisión y designa de nuevo a su discutida hija Juana como heredera al trono de Castilla. De ilegítima pasa de nuevo a ser legítima hija del rey y, por tanto, su heredera incontestable. Tras la muerte del rey, el conflicto entre los partidarios de Isabel y los de Juana estaba asegurado. A Isabel la apoya Aragón, de donde era heredero su marido Fernando, mientras que a Juana la apoya Portugal, con cuyo rey, Alfonso V, había celebrado los esponsales, a la espera de ser confirmados por el Papa, por razones de parentesco. La guerra civil subsiguiente terminó con la victoria de las fuerzas que apoyaban a la impostora Isabel, con lo que la corona de Castilla se orientaría hacia la unión con Aragón. De haber triunfado Juana, la unión hubiera sido la de Castilla con Portugal. Así pues, el azar hizo que la Historia de España empezara a fraguarse a partir de la unión de las coronas de Castilla y Aragón, pero podría haber sido de forma diferente y, sin duda, los derroteros de la historia hubiesen tomado otro camino, mejor o peor, nunca se sabe.
Otro hecho importantísimo (quizá el más importante de la Historia) en que el azar juega un papel decisivo es el ¿descubrimiento? de América. Cristóbal Colón intentaba llegar a Cipango (Japón) y Catay (China) por la ruta occidental, partiendo de conocimientos ciertos, como la esfericidad de la Tierra, y de otros falsos, como la unicidad del océano y las dimensiones del planeta, sostenidos por todos los estudiosos hasta entonces, entre otros por Marco Polo, el cardenal Pedro d´Ailly y Toscanelli -sus máximos inspiradores-. Este importante proyecto lo ofreció primeramente en la corte portuguesa. Al ser rechazado, acudió a la corte castellana en donde la receptividad, en especial de la reina Isabel, le permitió firmar las llamadas Capitulaciones de Santa Fe, en 1492, por las que se habilitaba a Cristóbal Colón a emprender el viaje hacia las Indias, por la ruta occidental. A pesar de la creencia del almirante en haber llegado a las Indias, la realidad fue el descubrimiento de un nuevo continente, cuya gloria –la del descubrimiento, más que la de su conquista y civilización, de dudosa legitimidad- estará siempre unida a la Historia de España. El azar, pues, supuso el adelantamiento de un hecho histórico que, más pronto que tarde, se hubiese producido indudablemente.
Los acontecimientos en que el azar quiebra determinadas líneas históricas son muy abundantes, aunque quizás no lo sean tanto si analizamos que sin esos accidentes, o elementos azarosos, el devenir de la historia posiblemente no hubiese variado notablemente. Citaré algunos ejemplos:
En la batalla de Waterloo fue derrotado Napoleón Bonaparte, pero pudo haber alcanzado la victoria. Hubo momentos en la batalla en los que Napoleón tenía el control absoluto y posiblemente hubiese conseguido vencer si las dudas propias, el dudoso cumplimiento de sus órdenes por parte de sus mariscales Ney y Grouchy y la resistencia eficaz y brillante del duque de Wellington y del prusiano Von Blücher no hubiesen inclinado el resultado del lado de las fuerzas aliadas contra Napoleón. Sin embargo, la pregunta sería ¿de haber vencido Napoléon, como estuvo a punto de ocurrir, su imperio habría persistido mucho tiempo o se hubiese desmoronado? Mi opinión es que hubiese sido casi imposible mantenerlo mucho tiempo más y que la batalla de Waterloo tan sólo adelantó unos meses, no más quizás, la destrucción del imperio napoleónico (la cantidad de soldados a mantener, el extraordinario presupuesto, la oposición interior y exterior de la mayoría de las naciones, el cansancio de la propia población francesa, el crecimiento de la oposición en Francia, etc.) Es decir, el principio de causalidad es mucho más fuerte y determinante que la actuación del azar.
NAPOLEÓN BONAPARTE
El asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austríaca, por un estudiante bosnio, desencadenó los mecanismos necesarios para el estallido de la I Guerra Mundial. Este asesinato fue un hecho azaroso, sin duda, pero ¿fue la causa real de la conflagración? ¿O, por el contrario, había otras causas profundas y remotas, aparte de unos antecedentes propicios, para la declaración de guerra? ¿No sería más lógico imputar a los sistemas bismarckianos de alianzas y a los conflictos locales de los Balcanes, entre otras razones, el clima favorable para el desencadenamiento de la Gran Guerra? Es decir, el azar quizás precipita la acción bélica pero las causas son más remotas y profundas que el asesinato del heredero austríaco, con ser éste importante. Las causas, siempre las causas, son el sustento, la base y, casi, casi, el alimento del azar.
Aún más claro en este sentido aparece el asesinato de José Calvo Sotelo. La historiografía franquista ha querido hacernos creer que el asesinato del líder de la derecha radical fue el desencadenante de la Guerra Civil española. Mentira. Ni siquiera fue un chispazo, como en el caso anterior, puesto que el complot para el golpe de Estado, que se produjo cuatro días después, estaba desarrollado desde hacía bastante tiempo y sólo quedaban algunos detalles secundarios que no afectaban al adelantamiento o al retraso del golpe militar. Las causas profundas (de carácter religioso, militar, económico y social), una vez más, actuaron de manera convergente y provocaron la confrontación. La mecha y el detonante, es decir, el azar, la casualidad, el accidente y la contingencia, que marcan el comienzo de una guerra, no son suficientes para dar una explicación razonable del desarrollo del conflicto.
En definitiva, por no cansarles más, puesto que los ejemplos serían innumerables, podemos concluir que el principio de causalidad, las causas de todo tipo, es el que juega en la historia un papel esencial e imprescindible, sin despreciar, eso sí, el rol que pueda desempeñar, en un momento determinado, un hecho casual que puede hacer adelantar o retrasar los acontecimientos y que, en algunos casos, muy contados desde luego, puede salirse de la línea que marcan las causas, los factores, los antecedentes y los hechos históricos para ocasionar nuevos derroteros de la historia.
Cartagena, mayo de 2009.
¡Hola, Juan Antonio! Lo que creo es que la relación causalidad/casualidad ha ido cambiando a lo largo de la propia historia. Antiguamente, la concentración de poder en un hombre confería a la casualidad gran poder determinista. El curso de la historia podría decidirse por cómo había dormido un caudillo la noche de antes, por un ataque paranoico del líder o por su muerte inesperada. Hay imperios que cayeron después de la muerte súbita del líder; Atila, por ejemplo. Entre lo positivo del progreso estuvo la disminución del factor casualidad porque la nueva organización de las sociedades no permite la concentración de poder en un solo hombre. Y esto lo digo incluso por el famoso ‘maletín’ nuclear. Por lo que he leído, ni siquiera Putin tiene el poder por sí solo de levantarse un día con mala leche, abrir el maletín y pulsar el botón rojo para dispararnos unos misiles con ojiva nuclear. Su decisión tendría que pasar por un consejo de militares. Igual ocurre en los EEUU. Afortunadamente, la vida de millones ha dejado de depender de un solo hombre.
NOTA: no sé por qué esto, en pequeño, me recuerda a Navarrete Loriguillo; de él dependíamos enteramente y tenía nuestro destino en sus manos; si un día se levantaba de mala ostia y te expulsaba, tu vida cambiaba brutalmente. Eran unos tiempos verdaderamente medievales en pleno s. XX.
Gracias, Juan Antonio.
Querido amigo: Llevas mucha razón en lo que dices. Efectivamente, cuando se trata de sociedades tribales, con estructuras políticas, sociales y económicas muy simples, las decisiones unipersonales son inapelables. Esto sucede en la Historia antigua y en el feudalismo (en la Alta Edad Media). Sin embargo, cuando se trata de imperios (Roma, Egipto, Persia, en la Historia Antigua) o ciudades bien estructuradas, como Atenas, también en la Historia Antigua, la complejidad hace más difícil la decisión de un solo caudillo. Eso mismo sucede en el feudalismo con el Imperio bizantino o el árabe.
A partir de la Baja Edad Media, las sociedades evolucionan, surgen las relaciones precapitalistas, y los territorios y sus estructuras dificultan aún más las decisiones caudillistas. Y así llegamos a la Edad Moderna y Contemporánea, y los territorios se van convirtiendo, poco a poco, en naciones o estados, crece la burocracia y la administración, etc, etc, (que esto se convierte en rollo).
Es decir, que ya no hay apenas lugar para la casualidad o el azar.
Lo has descrito muy bien y solo he querido precisar lo que tú conoces igual que yo.
Y, aún así, tampoco habría que descartar que alguna casualidad tuviese efectos importantes en el devenir de la Historia.
Gracias por tu comentario y perdona mis digresiones.