(Sorolla, 1909)
Esa luz cegadora, esplendorosa,
de claridad sublime, incorruptible,
que destila sus rayos, invisible,
pervive inmortal en la Malvarrosa.
Sorolla detiene el Sol un instante
y la brisa mece el blanco vestido
de las damas, y un soplo agradecido
acompaña tenue el porte elegante.
Pero el Sol, el horizonte escondido
y el aire abrazan a la mar rendida
en la espuma blanquiazul de la orilla.
Y surge esa luz blanca y amarilla,
que Baudelaire cantara enardecido,
y eterniza su playa preferida.