¡Pisando charcos…!

Cuánto me divierto con mi amado ío (abuelito en mi argot personal), pues me deja hacer muchas cosas y me lo explica todo de pe a pa. De hecho vamos hablando como dos personajes de la misma edad, tanto cuando bajamos a Kindermundi como cuando subimos a casa o estamos de paseo solos. Yo que de por sí (y por mi edad: dos años y siete meses) soy un preguntón empedernido y se me caen de la boca continuamente los porqués sobre cualquier cuestión. Menos mal que él es muy paciente y me despeja todas mis múltiples incógnitas; y al ser yo una esponja lo aspiro todo y voy aprendiendo poco a poco muchas cositas importantes en mi singular e incipiente vida. Me llamo Saúl Sola Sánchez para que sepan quién les habla…
Hay una película musical “Cantando bajo la lluvia”, (Singin´ in the Rain), de 1952, dirigida por Gene Kelly y Stanley Donen y protagonizada por Gene Kelly, Donald O´Connor y Debbie Reynolds que podría ser una alegoría a lo que voy a contar en este relato autobiográfico, en el que voy pisando charcos y haciendo mil y una tomas mentales de mi gracia, inocencia y salero, cual cinta cinematográfica actual al ir inventándome uno y mil juegos y apreciaciones sobre los charcos o cosas anejas, sabiendo que “la lluvia en Sevilla -nunca mejor dicho- es una maravilla” y más en los tiempos de sequía que corremos; y todo lo que a ella le rodea, si va de la inventiva de un infante, con suma imaginación, buen humor y muchas ganas de comerse el mundo para aprehenderlo, miel sobre hojuelas…

 


Mis primeras impresiones y sentimientos sobre la lluvia y la pisada de los charcos, aunque sin botas, solamente andando por el filillo para no mojarme en demasía (haciéndole todavía caso a mi abuelito materno que tanto me quiere), pues no me quiero poner las botas katiuskas clásicas ni hecho polvo, porque la primera vez que lo hice se me salieron y tengo metido ese síndrome en mi linda cabecita. Estoy aprendiendo y ensayando, inventándome mentirijillas y presentándolas como si fuesen verdades para, luego, al poco tiempo, rectificar diciendo «te he mentido, ío…»; soy muy alegre y casi siempre estoy contento (quitando cuando tengo sueño, hambre o algo que me preocupe) y súper rebosante de salud y ganas de vivir que transmito a todo aquel que se acerca a mí…
Ya distingo lo que son las cacas de los perros y/o de los animales de dos patas, así como los “meaos” por el colorcillo y el tufo que expanden, etc. para poder esquivarlos y no llevármelos a casa impregnados en las ruedas de mi cochecito o en el calzado…
Bajamos (Abel, ío, mamá y yo) a la guardería Kindermundi, cualquier mañana, y nos encontramos en mitad de la calle González Cuadrado un pajarillo machacado por las ruedas de algún vehículo poco cuidadoso, seguramente por haberse caído del nido. ¡Cruel y dura realidad que me cuesta aceptar…! Al verlo yo le pregunto al ío «¿por qué no puede comer?». Su respuesta es espontánea «porque está muerto y ya no tiene ganas de comer». Y para completar la anécdota, Abel pregunta que adónde va ese pájaro después de muerto, si al cielo, y el abuelito le contesta, sin dudarlo, «al cielo de los pájaros, cómo no, para ser feliz y ver a sus antepasados y amigos difuntos…»


Las subidas desde Kindermundi a casa son mucho más relajadas y provechosas que las idas ya que la prisa no nos atenaza en demasía, pues yo siempre quiero volver preferentemente a casa de la ía (por la golilla de las monedas de chocolate), andando y llevando a ratos la mochila de mi hermano Abel tirando titánicamente de ella, siendo la admiración de todos los sevillanos y turistas que me ven, soltándome algún que otro piropo o frase graciosa como “si la cartera pesa más que tú, cariño y/o miarma; qué chiquitín y guapo eres…” Otros ratos le pido a mi ío que me ponga el manillar del carrito a mi altura y lo llevo empujándolo con una fuerza descomunal, desde atrás, tanto que impresiona, sin que se me vea; estilo las hormigas cuando desplazan trabajosamente un hermoso grano de trigo u otro material pesado para ellas. No es el primer transeúnte que queda gratamente extrañado de que vaya el carrito solito andando, hasta que descubren el pastel y su cara sonriente y expresiones varias bien delatan su grata sorpresa…
Ahora estamos ya en casa con la abuelita y voy a jugar con los coches o los bolos a ver si le gano al ío… Mi aumento de vocabulario va en progresión aritmética, al contrario del ío que va en regresión geométrica total… ¡Qué envidia me tiene al tener ya el cerebro un tanto rayado (se lo noto), por mi memoria y vocabulario sin fin, con esa sonoridad tímbrica que tanto me caracteriza!


Subiendo veo los poquillos charcos que hay hoy y hasta que no consigo que al final me ponga la pernera izquierda mojada, de pasar machacándolos (ya no le hago tanto caso al abuelito), una y otra vez, no paro con los pocos que nos vamos encontrando en el camino de vuelta. Y es que me estoy tomando toda la confianza del mundo…
«Monstruo patrulla…», «monstruo patrulla…», repito y canto, una y otra vez, con mis coches que llevo en las manos, imitando a los dibujos animados que veo y me los bebo; llevándolos con tanta gracia sobre las paredes de las fachadas o zócalos de las casas de las calles por las que transitamos de vuelta de Kindermundi; pero, yo mismo aclaro «por las paredes del piso de la ía no, que se manchan», repitiendo como un dulce monito lo que siempre me dicen mis íos y mamá. Allí, en casa de la ía, los monstruos patrulla se convierten en coches voladores que van por el aire o el suelo, nunca por las paredes para no mancharlas. Sigo salpicando, una y otra vez, por los charcos y le pregunto a mi fiel acompañante «¿Te gusta, ío?; ¿Te gusta, ío?…» y él (de cachondeo) me dice que no, por lo que me río, ya que capto perfectamente su broma e ironía… ¡Soy tan inteligente, según escucho decir a mi alrededor continuamente, que no tengo más remedio que creérmelo…!
Como estaba con el coche “papín” (refiriéndome a Rayo McQueen) al dar un topetazo ha pegado un salto y luego le he preguntado al ío «¿Te ha gustado?». Y le voy refiriendo -con mi lenguaje tan idiosincrático-; y, claro, todo el mundo se queda admirado cuando pasamos por la plaza de Feria o de los Marqueses de la Algaba, cuando me ven…; y digo pillinamente que he pisado los “meaos” que ya conozco por su color y olor hasta que llegamos a la tranquila y celestial calle Espíritu Santo, próxima a casa…


¡Lo que casco y hablo! Hoy el ío me ha dado dos galletas, una para dársela a mi amigo Nico (a quien muchas veces veo vocalizar hacia él la palabra ga-lle-ta, desde dentro del escaparate en el que se encuentra, en la guardería Kindermundi, cuando está a punto de salir); pero no se la doy allí por no armar la mari morena y que todos quieran galletas a mogollón; otras veces se la doy (en la calle, claro) también a Pablo, a la guapa Clara o a su madre Elena; y/o a Iago o a su madre (Xenia) para que se la dé a él, mi gran amigo. Mi abuelito habla con Sara (la madre de Nico) comunicándole que ya sé lo que es verdad y mentira; de hecho echo muchas mentirijillas a mis familiares más cercanos, aunque, al poco tiempo, me desmiento diciendo que es mentira y no verdad. Y Sara le dice al abuelito «qué inteligente es, cómo carbura tan alto con la edad que tiene». Otras veces hablamos con Kevin, (el padre de Nico) que es muy simpático y agradable…


Me gusta tirar las envolturas de las dos monedas de chocolate (que todavía quedan desde los Reyes Magos) a la basura, tras habérmelas zampado primero, eso sí, habiendo sido peladas por el ío, ambos bien sentados y en el mismo sitio del sofá del salón (para mí y los niños de mi edad, la parafernalia es muy importante y el protocolo repetitivo también: se ha de hacer todo siempre de la misma manera para que mi conciencia quede tranquilla, si no me pongo nervioso); ¡ah!, ya sé pulsar con mi piececito derecho el cubo de basura de la ía, para que se abra la tapadera y echarlas, a la vez, mientras digo «huele mal y/o a peste».
Cuando pasamos por la última casita de la calle Espíritu Santo (subiendo de la guarde), tan mona y coqueta ella, le aclaro al ío que yo quiero vivir en ella y que se abre con la llave por la puerta de entrada; soy todo un dechado de inteligencia multifactorial y qué bien me explicoteo. Mi abuelito refiere que como nos descuidemos me haré político; Dios no lo quiera…


Le refiero al ío si puedo pintarlo como lo hice, el otro día, a mi papá cuando se despertó; y prosigo contándole que fue con un pincel y que yo mismo me coloreé la mano también… Como voy engarzando mi discurso, tan ricamente, nadie se aburre ni un momento de estar conmigo. Todo el mundo se queda pasmado de lo que sé, hablo y digo…
¡Ah!, cuando pasamos por las motos aparcadas en la plaza San Juan de la Palma, delante de las monjas del Espíritu Santo, sé decir los colores de cada una de ellas con una seguridad y una certeza absolutas. ¡Admirable y portentoso con solo dos añitos, oigo referir a mi alrededor, cuando el ío cuenta mis hazañas a la ía, a mi mamá o Abel…!


Me gusta que me cante el ío para dormirme «A la una, a las dos, a las tres de la mañana se levanta el panadero con su pantalón de pana, apareja el borrico y le echa el serón y se va a Zaragoza a vender pan de Aragón… Vendo pan de Aragón, muchachitas, venid, que lo tengo barato y me tengo que ir…» Me cuenta que era una de las canciones preferidas que le cantaba a su hermano y a él su querida abuelita Pepa (mi tatarabuela materna). ¡Qué pronto pasó el tiempo…!
Estábamos el otro día en Torre del Mar (Málaga) mamá, Abel y el ío. Mientras ella cogía ropa del tendedero, llamó al ío, diciéndole «papá, llévate esto al otro cuarto», y yo, al oírla, y comprobar que se había equivocado, no tuve más remedio que rectificarle diciéndole que era el ío, no papá…; para que se enterase la despistada.


Y para rematar, el otro día, asistí a un espectáculo lamentable: vi cómo iba una niña alemana en brazos de su padre llorando, sacada contra su voluntad de su casa. Me conmovió de veras ver lo que pasaba y saqué mi propia y lógica conclusión: que lloraba porque no la llevaban con su ío. Así se lo comuniqué a él; y, luego, se lo contó a la ía y a mi mamá. Como yo quiero tanto al mío y lloro tan desconsoladamente cuando se va de mi lado, pienso que no ando descaminado en mi apreciación…
Sevilla, 8 de mayo de 2022.
Fernando Sánchez Resa

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