AUTORRETRATO
(Alberto Durero, 1498)
Autorretrato en el que la belleza,
el equilibrio y la fina elegancia
reclaman para el pintor la prestancia
que distingue villanía y nobleza.
Juventud, distinción y lozanía
adornan la pintura “a la italiana”,
con el claro paisaje en la ventana
y el atuendo escogido en armonía.
Con Durero vuela el Renacimiento
hacia un cromatismo sin estridencia,
de colores vivos y luminosos,
donde se respira del Sur el viento
húmedo y suave de Roma o Venecia,
y el toque germano rubio y verdoso.