Recuerdos de la SAFA – 45: Un recuerdo a los talleres
Con el revuelo que causó la noticia de que los Delineantes podríamos seguir en el colegio, nadie estaba para dar clases, y menos de Prácticas de Dibujo, cuyo temario ya teníamos prácticamente concluido y las notas casi puestas; así que nos arremolinamos en la explanada de talleres, hablando como cotorras todos con todos. Como el calor apretaba a esas horas, nos refugiamos bajo la arboleda que había junto al Taller de Delineación, y nos sentamos en el largo murete que sustentaba el campo de recreo del Grupo de Primaria.
Como era evidente que prácticamente serían nuestras últimas jornadas en esas aulas, pronto empezamos a contarnos anécdotas de estos años que habíamos ocupado esas naves de paredes de piedra y techo de chapa o Uralita.
Empezó Juan, un “chispas” divertidísimo, con un gracejo especial para contar las cosas, que se remontó a las peripecias de su paisano, “El Pollo”, que ya cursaba Maestría:
– “Raro era el follón en el que el Pollo no estuviera liado. Recordaréis que el maestro del Taller de Electricidad, D. Juan Antonio, tenía una moto “Lambretta”. Un domingo por la tarde, al no poder salir por estar castigado, «El Pollo» y un amigote bajaron a los talleres y vieron que el de Electricidad estaba abierto, cosa rara. Sabían que la moto la guardaba allí. No lo pensaron dos veces: sacaron la moto al patio y se pusieron a dar vueltas por turnos, con un par de caídas en la curva del cine. Tan enfrascados estaban con la moto que no se percataron de que el Prefecto, en sus habituales paseos leyendo el breviario, entraba por el portón de Talleres. El Pollo casi lo atropella. La bronca, claro, fue mayúscula, y el castigo acorde. Creo que no volvió a salir de paseo hasta finales de curso. Lo curioso es que el que menos se enfadó fue D. Juan Antonio, el dueño de la moto.”
Tomó la palabra Antonio, un hombretón de la Sierra, que había optado por Ajuste y Matricería, y que ya se ganaba unos duros en vacaciones trabajando en una fragua, en Orcera:
– “A quien no voy a olvidar es a Don José”
– “¿A quién?”, preguntamos
– “Al Maestro Tiznajo, hombre”
Aclaremos que éste señor era el maestro de Taller de Fragua, a quien el primer año nos dijeron que debíamos llamarlo Don José. Pero a él no le sonaba nada bien y nos pidió que lo llamásemos Pepe, a secas. Finalmente, la mayoría de nosotros optamos por llamarlo don Pepe.
-“Os acordaréis de cómo nos enseñaba a fabricarnos las herramientas aprovechando piezas recuperadas de acero, en particular las ballestas de los camiones, sin ayuda de maquinaria alguna: la forja, el yunque y el martillo. Martillazo va y martillazo viene”.
–“Es verdad, recuerdo que fabricábamos cuchillas para el torno con las ballestas del viejo camión Renault, porque eran de un acero de calidad superior”
– “Era el único que nos dejaba fumar en horas de taller, con lo que andábamos todos con el pitillo en la comisura de los labios, en plan Bogart, y los más lanzados los encendían con la punta al rojo vivo de una pieza de hierro.”
Alguno comentó que, en la hora del desayuno, compartía con nosotros su barra de pan y sus jícaras de chocolate, aunque otros recordaban que solía desayunar una lata de sardinas en escabeche. Fuese cual fuese su dieta, todos coincidían en que no tenía empacho en compartirla con aquellos arrapiezos que miraban las viandas con ojos caníbales.
– “No sé cómo no pasaron más cosas, con las barbaridades que hacíamos. Era raro que no tuviésemos quemaduras en el mono por las chispas que saltaban de la forja, porque alguno le daba al fuelle con demasiado ánimo”
– ¡Y la de veces que terminaba la pieza al rojo vivo en el suelo porque, cuando íbamos a cortarla con la tajadera, el que la sostenía no mantenía apretadas las mordazas!”
Martín, un tipo bonachón de Villanueva del Arzobispo, a quien el mono blanco de los delineantes se le había quedado tan pequeño que no podía ponerse la parte superior y la llevaba anudada a la cintura, los interrumpió:
– “Yo no olvidaré los primeros días en el taller de Dibujo, trazando bisectrices y medianas a lápiz y completando una y otra vez una plantilla de rotulación del 12. Pero hoy no sé si lo podré dejar…”
Esto nos sorprendió, porque todos creíamos que tenía claro seguir con Magisterio:
– “Pero bueno, Martín, si en Dibujo más que manos tienes manoplas…!”
– “Ya, ya, pero ahora, al final, me da nosequé dejarlo. Yo creía que al terminar Tercero podría elegir; pero así, de sopetón, me quedo descolocado…”
– “Pero si sigues con Delineación tendrás que dejar el Colegio”
– “Es que ahora me encanta el Dibujo. Recuerdo esas repetidas láminas del formato 1 (su nombre correcto era DIN A-4), esas vistas de las piezas (alzado, planta y perfil, terribles), esas secciones de tornillo y tuerca woodwork (nosotros la llamábamos budbur), esos ganchos de curvas enlazadas (en verdad, eran una pesadilla, nunca calculábamos bien el centro de las curvas y terminábamos arreglando los enlaces a mano, con una plumilla del 0,1), esas…”
– “Calla, calla, Martín! Si tus láminas tenían más raspados que los cuernos de los toros de las corridas de Úbeda!”
– “Ya, ya lo sé. Pero qué quieres, ahora resulta que me gusta”
Menos mal que Manolo cambió el tercio y lo llevó a su terreno, el taller de Torno:
– “Yo estoy a gusto en Torno, y sobre todo, con D. Ricardo. Es muy organizado, todo lo lleva planificado y siempre intenta que nos sintamos como en una empresa.”
– “Pues yo estoy siempre asustado, porque rara vez consigo que la pieza salga como él quiere. Siempre tiene alguna pega, cuando no es por el afinado es por la tolerancia. Es un pejiguera” dijo Enrique.
– “Pero hombre, Enrique, es que tus piezas parecen obra de un tuerto, siempre están con el eje torcido o con errores de medida de un dedo…”
Según dijo esto, se hizo un pesado silencio: Enrique era un poco estrábico.
Afortunadamente, no pasó a más la cosa, porque Juanito saltó:
– “Mucho planificar y mucho rollo, pero yo estoy harto de sacarme las virutas de acero de la cara y las limaduras de los brazos. Nuestros tornos son del año catapún, y el nuevo “Microtor” solo lo usan los buenos, de los que D. Ricardo se fía”
– “Bueno –dijo Manolo, apuntándose a la salida del lío que le proporcionaba Juanito- , nos han prometido que el año próximo vienen unos tornos nuevos, de Bilbao, de una empresa que los dona gratis, y que sólo hay que ir a buscarlos. Y lo de que te salten las virutas es porque no tienes cuidado y le metes mucha carga al torno.”
– “¡Qué carga ni que niño muerto! ¡Me tengo que acercar porque las cuchillas están embotadas y no veo por dónde cortan, la taladrina parece aguachirri y el torno tiene menos fuerza que la defensa del Betis!”
– “Oye, sin ofender – salté yo – que tampoco tu Atleti está para muchas chulerías…”
No tardó en saltar Naranjito (bueno, así le llamábamos, porque era un gaditano que se hacía querer y le llamábamos por el diminutivo de su apellido, nada que ver con la impresentable mascota de un Mundial de infausto recuerdo)
– “Mira, pisha, no te quejes… Llevo dos años haciendo los mismos montajes de cuadros eléctricos, en los mismos paneles, con los mismos relés y conmutadores, encendiendo y apagando las mismas bombillas, en serie y en paralelo…” Y hacía gestos cómicos con sus manos y con su cara, que a todos nos hacían reír… “Ya me los sé de memoria. Y ahora que han llegado materiales nuevos de Abengoa, y que empezamos a usar contadores, dinamos, alternadores y motores, se acaba el curso… Y este verano tengo un trabajo de ayudante de electricista en el taller de mi tío, que se piensa que yo soy Edison o algo así…”
– “¿Vas a trabajar con tu tío, el del taller del Barrio de la Viña? Pero si ese tío tiene más mala sombra que un yanqui en Carnaval!” – Soltó Iglesias, gaditano él también.
En eso que vemos venir a D. Manuel, el profesor de Ajuste hablando con D. Alejandro, de Electricidad y con otro profesor más, que venía de traje, sin la típica bata gris o azul.
– “A ver, chicos, os presento al nuevo profesor de Taller, D. Juan Antonio Jiménez, que se incorpora el nuevo curso. Es Ingeniero y viene del ICAI de Madrid. Vais a aprender mucho con él.”
Le miramos con ojo crítico: traje, gomina, corbata perfectamente anudada… y al deslizar la mirada hacia abajo cundieron unas risitas apenas contenidas: calzaba unos zapatones enormes, con la punta levantada.
Naranjito no tardó en soltar por lo bajini:
-“Este tío se queda dormido de pie”
Baste decir que de ahí en adelante, se quedó con el mote de “Coturnos” hasta que dejó el colegio años después. Mote que conocían todos sus colegas, incluido el Jefe de Talleres, D. Jaime Roselló, y ninguno de ellos dijo ni pío.
Hablando de D. Jaime, nuestro compañero Faluqui, mayor que nosotros, nos contó una anécdota que a todos nos hacía mucha gracia:
En clase de Tecnología, forzado a contestar innumerables preguntas de besugos, cortó por lo sano y les contó por qué los jesuitas lo habían contratado: por su gran invento.
-“¿Y cuál fue?”, preguntaron.
– «El tubo macizo”.
Ante tal despropósito, sólo Joaquín siguió preguntando. Y D. Jaime contestando:
– “Muy sencillo, un tubo cilíndrico macizo. Muy firme, seguro y que no se parte nunca. Eso sí, tenía un problema: se desperdiciaba mucho líquido, porque adolecía de un fallo de diseño: el agua circulaba por el exterior del tubo.”
Más asombrados por tal desvarío, siguieron preguntando, y con una sonrisa de oreja a oreja, les espetó:
– “Tuve que modificar el invento, para que el agua circulara por el interior. Tras varios años de estudios y pruebas, encontré la solución: había que hacer, nada más y nada menos que un agujero en el interior del tubo macizo…”
– “Aaahhh”, dijeron todos, ya en el rollo y despiporrados de risa.
-“Claro, pero tuve que cambiar el nombre al invento…”
– “¿Y cómo le llamó entonces?”
– “Pues el canuto, hombre, el canuto…”
(Continuará)
Mi agradecimiento a Dionisio, Jesús, Paco, Manolo, Pedro, Pepe, Antonio, José Luis, y a tantos y tantos que con sus recuerdos han permitido construir este relato atemporal.
Magistral, José Luis, magistral