Recuerdos de la SAFA – 44: Magisterio sí, Magisterio no.
El 13 de febrero de 1967 se publicó en el BOE el decreto 193/1967. De entrada, nada peculiar, salvo que aprobaba la nueva Ley de Enseñanza Primaria, y de rebote, regulaba los estudios de Magisterio.
Unos meses después saldría la Orden que regulaba las Escuelas Normales:
Dicho así, parece cosa menor. Pero como quien no quiere la cosa, con una tipografía extraña, y una composición distinta del resto del articulado, se colaba una disposición que para nuestra promoción era un torpedo en la línea de flotación:
Recordemos que hasta ese momento, la SAFA tenía su propio Plan de Estudios de Magisterio: al principio, en los primeros años de su vigencia, era una larga carrera de hasta ocho cursos, con una exhaustiva formación intelectual y pedagógica y la inevitable presencia del componente religioso. Después, durante el primer rectorado del P. Bermudo, salió adelante la reforma del P. Aldana, que aprovechó la primera Ley estatal de Formación Profesional para resolver de forma harto inteligente la cuestión de las dos almas que convivían en la SAFA: la línea de formación técnica y profesional para alumnos de escasas capacidades económicas y la línea de formación más académica para proveer de maestros a las escuelas SAFA, que ya se estaban extendiendo por toda Andalucía.
Esta Formación Profesional safista, que se amoldaba al marco de la legislación estatal, empezaría a los 12 años, tras completar la Primaria, y constaría de dos etapas: dos cursos de Preaprendizaje (con asignaturas generalistas y una introducción a las especialidades técnicas) y tres años de Oficialía (con mayor peso horario de la opción profesional elegida, aunque manteniendo una importante apuesta por la formación humana y científica).
El complemento, para alguna de las especialidades, serían los dos años de Maestría, con una formación de muy alto nivel técnico, que era reconocido por los Centros de Enseñanza Superior (Escuelas de Peritos o Escuelas Técnicas Superiores).
Y ¿cómo se resolvía la vía del Magisterio? Pues cursando los dos años del Preaprendizaje y la opción de la Oficialía Industrial de Delineación (el título oficial era “Delineante Industrial y de la Construcción”, incluyendo dos especializaciones en una, lo que mostraba una vez más la calculada visión de los jesuitas: si alguien no continuaba con los estudios de Magisterio obtenía en todo caso una formación múltiple y de alto nivel). Al terminar tercero, se podía optar por ingresar en Magisterio (que serían tres años, sin el último de prácticas que antes se realizaba en la Escuela Primaria del Colegio o en otras de la SAFA) o continuar con Maestría Industrial, aunque eso significaba abandonar la SAFA de Úbeda, pues esa opción no se impartía en nuestro Colegio.
Esta nueva Ley de 1967 abortaba esta vía de la SAFA, pues sólo permitía el acceso a Magisterio con los estudios de Bachillerato (enseñanzas que no se impartían en ningún centro de la SAFA, ni estaba en los planes de la Compañía impartirlas). Así que nos quedábamos colgados… Nuevamente, los buenos oficios de los jesuitas ante el Ministerio y ante los valedores de la SAFA, entre los que se encontraba el propio Carrero Blanco, consiguieron una prórroga: los alumnos que terminaban la Oficialía ese curso 1966-67 podrían matricularse en Magisterio. Pero, ¿y los demás? En concreto, ¿qué pasaría con nosotros, que cursábamos 2º de Oficialía y quedábamos fuera de ese acuerdo? Cuando volvimos de las vacaciones de Navidad, esa preocupación embargaba nuestros corazones y los de nuestras familias, porque nos veíamos arrumbados en el margen del camino que habíamos empezado con toda ilusión cuatro años atrás.
A lo largo del trimestre apenas supimos nada del asunto, pues cuando preguntábamos nos decían: “Ya veremos, ya veremos, confiad en Dios”. En los ejercicios espirituales hubo una charla de un cura que había venido de Sevilla, un poco menos aburrido que los demás, que nos habló sobre la predestinación y la intervención divina en los pequeños detalles de nuestras vidas. Ahí aprovechó Antonio, un gaditano grandote y cándido, para preguntar, como quien no quiere la cosa, con una voz que no pegaba nada a su corpachón:
– “¿Y Dios nos va dejar abandonados en este momento, que tanto lo necesitamos?”
Para qué quieres más… El cura inspiró y con los ojos encendidos se lanzó a una larguísima disquisición sobre el libre albedrío, los planes de Dios para los mortales y la perfección del diseño divino… Con lo fácil que hubiera sido decir: “Niño, Dios no está para esas cosas…”
Pero no quedó ahí la cosa: como siempre, las antenas del Prefecto estaban extendidas y sintonizadas, y el sábado, en la última jornada de los ejercicios espirituales nos apartó a los delineantes en el aula que usábamos para las clases específicas y nos dijo que del tema se estaban ocupando las altas instancias y que confiáramos… pero a continuación nos dijo que no pasaba nada si no podíamos seguir hacia Magisterio y que pensásemos en qué sitio íbamos a hacer la Maestría Industrial de Delineación (creo recordar que sólo había dos sitios en toda Andalucía). Salimos de la reunión más chafados de lo que estábamos.
A la vuelta de Semana Santa, el P. Rector, más proclive a la empatía con el alumnado, se reunió con nosotros en la misma aula, nos habló y se comprometió a intentar todas las vías para incluirnos en esa solución pactada para los de 3º. La diferencia fue abismal, nos imbuyó un hálito de esperanza. Yo pregunté por los de 1º de Oficialía, pues mi paisano y buen amigo Gregorio estaba en un sinvivir, pero nos dijo que se quedaban fuera por razones de edad, que ahí el Ministerio se había cerrado en banda.
Así que sólo nos quedaba confiar en los buenos oficios del P. Rector y la archiconocida “mano” del P. Ciganda con las altas jerarquías. Bueno, y la ayuda celestial, claro: desde abril empezaron las rogativas, rezos, triduos, novenas, vigilias y rosarios nocturnos.
Y no íbamos sólo nosotros, los afectados, iba todo el colegio. Por turnos, tras la cena, nos arrodillábamos en la capilla pequeña, la que había en el túnel de comunicación del edificio del internado con el de aulas de Oficialía, para impetrar la intercesión de la Virgen, de los santos jesuitas (se citaba mucho a San Estanislao de Kostka, no sé por qué, y me preocupaba, porque si bien es cierto que era de nuestra edad, era un mal augurio saber que murió con 18 años) y de todos los santos. Noche tras noche, turno de preces. Nosotros lo cumplíamos con mucho mayor fervor, claro está. Tantas horas arrodillados no nos incomodaba: creíamos que ese sacrificio serviría de algo.
No sé si fueron nuestras oraciones (supongo que no) o las gestiones en Madrid (seguro que sí), pero lo cierto es que a mediados de Junio, casi en el tiempo de descuento, nos convocó el Rector. Estábamos en el estudio preparando alguno de los múltiples exámenes finales que teníamos por esas fechas, y ya se sabe que si no aprobabas todas las asignaturas ibas a durar menos que una peseta en la puerta de una escuela.
Yo estaba atascado con la Física y Química que me costaba más esfuerzo que tres o cuatro asignaturas juntas. En concreto no terminaba de pillarle el tranquillo a la formulación química y lo de cuadrar las valencias, pero la cara arrebolada del cura Oviedo me hizo pensar que la cosa era importante, porque no dejaba de meternos prisa para que saliésemos del estudio y nos fuésemos al aula que había enfrente, él que siempre solía ser comedido y nada amigo de alharacas (en público, porque en privado era muy extrovertido. Bueno, a fin de cuentas era gaditano, aunque tenía pinta de sueco).
Al poco llegó el P. Rector, que sin circunloquios nos dió la buena nueva: de forma excepcional para los que lo deseáramos, se nos eximía de cursar el tercer año de Oficialía y accederíamos directamente a Primero de Magisterio junto con los compañeros del curso de Tercero de Oficialía. Eso sí, teníamos que aprobarlo todo en junio pues había que llevar los listados a la Inspección para que diese el visto bueno y autorizaran nuestra matrícula. La alegría fue explosiva. Risas y lágrimas se mezclaron en un maremágnum emocional. Yo me abrazaba a mi paisano Nieves, porque los dos teníamos claro que si se nos hubiese cerrado la puerta de Magisterio, nuestro futuro era entrar en la Compañía de Minas de Riotinto, que con el título de Delineante y mucha suerte significaba un puesto en la Oficina Técnica; y si no, a contramina (las galerías subterráneas) como tantos compañeros nuestros.
Esa tarde no hubo clases, pues el alboroto afectaba por igual a profesores y alumnos. Nos tocaba Prácticas de Dibujo Técnico, así que bajamos a los talleres con nuestros compañeros de Torno, Fresa y Electricidad. En la explanada de talleres nos juntamos en grandes grupos y quizás anticipando que en pocos días acabaría el curso y al siguiente nos disgregaríamos en itinerarios distintos y que por ello el próximo curso no volveríamos a compartir las largas horas de Taller, surgió una corriente de recuerdos, en que cada uno contaba lo que le había acontecido.
Pero ésto merece un capítulo aparte.
(Continuará…)
Muy interesante. Sonrisas y lágrimas.
Hola, José Luis. Por fin me he enterado del galimatías de plan de estudios que tú o otros seguisteis. Y entiendo la ansiedad que os corroía pues al temor de ser expulsado por tan ímprobo y réprobo prefecto se unía un futuro muy oscuro dictado desde Madrid. Yo solamente sufrí el primero de estos terrores, el local.
Tu desarmonía con la Química me ha traído a la memoria a don Doroteo Ocaña que fue mi primer profesor de Química, de quien guardo un buen recuerdo. Era don Doroteo muy didáctico y nos enseñaba reglas nemotécnicas, v.g., ico, el más rico; oso, el más menesteroso; así el ácido sulfúrICO es más rico en oxígeno (SO4H2) que el menesteroso ácido sulfurOSO (SO3H2) ¡Qué cosas!