Tatú

Hoy quiero hablar de uno de mis grandes amores cotidianos, aunque sean muchos y variados, como podrán comprobar, en estos veintidós meses de vida que llevo aquí, en Sevilla. Me llamo Saúl, ya sé decirlo graciosamente y lo he interiorizado como mi nombre de pila.
Mi enamoramiento por los intereses glósicos (y de juego) van en aumento, no solo en español, sino en francés o inglés; lo que me hace aprender cada día nuevas palabras que voy coleccionando, como las estampitas que mi madre o abuela atesoraban en su infancia; o mi hermano Abel tiene guardadas en cajas, primorosamente. Así, sé decir au-revoir (cuando me marcho) o the moon (al ver todas las noches la Luna, en el firmamento, desde las Setas o mi calle). El «¡hola!» no lo olvido nunca cuando llego a algún sitio o estoy -juntamente con mi hermano- en el alfeizar de algunas de las ventanas de mi piso, sorprendiendo gratamente a todo viandante que pasa; y que no tiene más remedio que responderme o sonreírme…


Tengo un amor espontáneo a un animal de cuatro patas al que le tengo mucho cariño y afecto especial. Es un perrito salchicha que vive en el piso de al lado de mis abuelos maternos; y al que tengo la suerte de ver todos los días, varias veces; aunque ahora, en este verano lo echo mucho de menos, pues se marchó en julio a un lugar privilegiado de la costa mediterránea con sus amos y allí estará solazándose tan ricamente, seguramente sin acordarse demasiado de mí. Estoy deseando que vuelva antes de que me lleven en septiembre a la guardería de Kindermundi y ya esté más ocupado. No sé si él me echará tanto de menos como yo lo echo a él. Hemos ido creciendo juntos, ambos cumpliendo días y meses, aunque, según he oído decir a mi abuela Margarita y a Carmen, su dueña, sus meses y años son más intensos y veloces pues cada año de su vida animal son siete de los humanos, aunque al principio estábamos hermanados. Así, mientras yo voy lentamente escalando mi evolución psicológica y personal, él ya me ha adelantado bastantes lustros en su perruna vida…
Tengo que reconocer que me gusta estar presente cuando lo saca su amo, Antonio, por las mañanas, muy temprano, a eso de las ocho; y tanto mi hermano Abel como yo ya estamos esperándolo, con alegría y expectación, en el alfeizar de nuestra cocina para saludarlo, siempre que podemos, aunque estemos desayunando para irnos al cole de Abel. Noto que él se alegra tanto como nosotros, meneándonos su rabo y tratando de sobarnos desde la calle, en señal de amistad y contento.
Siempre que llego a visitar a mis abuelos maternos me acuerdo de él; y, nada más salir del ascensor, ya empiezo a llamarlo con mi particular palabra, que tanta gracia le ha hecho a todos, especialmente a su dueña, Carmen, puesto que la he oído decir que, si lo volviera a inscribir en el registro, ese sería el auténtico nombre que le pondría: Tatú (Tatoo, en inglés). Su nombre y apellidos completos son: Tango Bob Esponja. Los apellidos son voluntad expresa de su nieta Isabela, una enamorada del susodicho personaje televisivo, que bien lo entiende y juega mucho con él haciéndole, a veces, perrerías, aunque siempre cariñosas; pero es que lo quiere tanto como mi hermano y yo, o más…
Cómo le gusta acariciarme y lamerme por todos lados. No se cansa… Yo no le tengo susto puesto que es mi amigo y veo que viene en son de paz y no de guerra como otros, como ocurrió este verano en el cerro de Torre del Mar, en donde, mientras paseábamos tan ricamente mi hermano Abel, mi abuelo Fernando (al que lo llamo siempre “ío”, en lugar de “abu” como le dice -o decía- mi hermano) y yo, nos salió ladrando brutalmente un perro mal educado y grosero que parecía que nos querría comer, desde un balcón, que me hizo llorar. Menos mal que mi “ío” me cogió en brazos y se me pasó el mal rato pronto…
Hay momentos, como en la siesta o a la tarde-noche, en que noto a Tatú sumamente cansado y sin ganas de calle, como a veces me pasa a mí, aunque para la buena verdad no me canso tanto como él de ir, con cualquiera de mis familiares, callejeando por las calles céntricas y próximas a mi domicilio, jugueteando siempre y sumamente alegre (y más si voy buscando chapas para coleccionarlas, como mi hermano), como si fuese un niño más mayor de lo que soy, machacando los charcos de agua que veo, tirando los coches o grúas de juguete debajo de los coches aparcados de mi calle o a mitad de la calzada para que los machaquen los coches que pasan o poniéndome encima de las tapas metálicas callejeras para decir si dan susto, si es que suenan. Me encanta ir de comprar con mi “ío” llevando el carrito de ruedas de la compra, yo solo, que abulta más que yo, y que llevo casi tumbado porque no alcanzo a más, levantando sonrisas y admiraciones allá por donde marcho. «Vaya personaje, menuda ayuda llevas»; «Cucha que personajillo»; «Menudo secretario te has echado»…, oigo que le dicen a mi “ío”.
También sé pedirle a la “ía”, clara y exigentemente, una moneda o un cigarro de chocolate nada más llegar a su casa, todas las mañanas, e ir relatándole las cosas que hay en el frigorífico mientras me lo regala y pela…
¡Au-revoir!, amiguitos, os dejo ya porque mi mamá me va a llevar a tomar un helado o batido de chocolate, para refrescarme, a la plaza del Museo, en este verano tan caluroso que estamos pasando, en esta ciudad maravillosa en la que vivo.
¡Ah!, quiero que vuelva pronto mi amigo Tatú. Me acuerdo tanto de él…
Sevilla, 16 de agosto de 2021.
Fernando Sánchez Resa

8 opiniones en “Tatú”

  1. Una vez más imagino, leyendo su relato, lo feliz que serán Abel y Saúl cuando, de mayores, disfrutarán la lectura de esas pequeñas Grandes historias suyas, de la pluma de su «ío»!
    Divino regalo para unos nietos, Fernando.
    Un gran abrazo.
    Valeria.

  2. ERES UN FENÓMENO COMO ABUELO. QUE DISFRUTES MUCHO DE ESOS » MOMENTOS «LLENOS DE TERNURA DE TUS NIETOS. OJALÁ SEPAN VALORAR Y ESTOY SEGURA DE QUE LO HARÁN ,ESE TIEMPO TAN PRECIOSO QUE LES DEDICAS . ENHORABUENA, AMIGO .

  3. Muchas gracias, Lupe, por tus amables palabras, producto de nuestra sólida amistad y el afecto tan especial que le pones a todo lo que escribo…
    Un abrazo

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