Día: 8 de julio de 2021
Ver a Dios
-Mañana, después del recreo, se suspenden las dos últimas clases –nos dijo don Sebastián-. Recibiremos al señor obispo en visita pastoral.
Nos venía bien una tregua a tanta clase. El obispo de Jaén, reverendísimo monseñor Félix Romero Mengíbar, de tez morena y entrado en carnes, instalado en un sillón sobre una tarima de madera, parecía un iluminado mandatario llegado del cielo. Su reluciente anillo de oro, los cruces de manos y su forma espaciada de hablarnos le daba solemnidad a su presencia y a su parlamento. Nosotros, los alumnos de los cuatro primeros cursos de magisterio (al bachillerato elemental se le llamaba magisterio), sentados en la sala de conferencias, seguíamos atentos a sus ilustres palabras: “No basta con vivir –comenzó-. Necesitamos creer en la trascendencia. La muerte es la puerta a un más allá de plenitud y felicidad en la eterna contemplación de Dios. Vosotros sois afortunados porque viéndome a mí es como si vierais al Papa y quien ve al Papa está viendo a Dios”.
Absorto me quedé intentando ver al Papa y a Dios en su dignísima persona, pero no lo conseguí. Su monótono discurso logró distraerme y trasladar mi imaginación a otros mundos más acordes con mi edad. Pensaba en mi hermano Francisco, a punto de ingresar en el seminario de Baeza, ubicado en el frío y bellísimo Palacio de Jabalquinto, con su fachada gótica flamígera, su patio renacentista y su imperial escalera iluminada por una monumental lámpara. Podía llegar a obispo, ¿quién sabe? Yo sólo quería ser maestro. No por falta de ambición por aspirar a más, sino porque era mi verdadera vocación.