Recuerdos de la SAFA – 32 : La música en la SAFA (I)
Ya desde el primer día de clase pude ver que la música era algo que tenía mucha presencia en nuestra vida en el colegio. Sin embargo, cuando nos dieron el horario de clases no aparecía por ningún lugar como asignatura. Con el tiempo me di cuenta de que esa actividad estaba presente de forma transversal en todo lo que hacíamos.
Así, ya el primer día de clase, se presentó en una hora de estudio un profesor que no conocíamos, que dijo llamarse D. Isaac y que nos iba a enseñar el himno de la SAFA. Estuvo poco más de un cuarto de hora, porque él tenía que irse con su grupo y nosotros teníamos clase con Don Bernardo.
Pronto volvimos a tener noticias de él: dos días después, en una hora que figuraba como Actividades Complementarias, nuestro Tutor seglar, Don Jerónimo, nos dijo que iba a buscar a D. Isaac, que quería ensayar de nuevo el himno de la Escuela, pues no había quedado muy bien en la primera sesión. Y tanto que no quedó bien, pues en tan breve espacio de tiempo solo dio lugar a que Bonachera escribiera en la pizarra la letra y poco más. Todos la anotamos en nuestros cuadernos y tratamos de pillar la entonación que hizo en tan breves minutos, sin éxito alguno.
Efectivamente, al poco apareció esa figura ya conocida, con su corbata medio anudada y su perpetuo cigarrillo en la comisura de los labios. Nos dijo que sólo dedicaríamos esta sesión a aprendernos la letra y a familiarizarnos con la melodía, para lo cual carraspeó y entonó:
Nos quedamos sorprendidos por la voz que guardaba tras esa ronquera tabacosa, pues cantó a capella las primeras estrofas del himno, señalando con el puntero la estrofa previamente escrita por Bonachera en la pizarra.
Luego nos dijo: “¡Vamos a probar!”, y allá que nos lanzamos con más entusiasmo que oído. Por alguna razón que se me escapa, se nos daban bien la primera estrofa y el estribillo pero se nos atragantaban las dos centrales. D. Isaac mostró su entrega y su paciencia, y nos hizo repetir cada estrofa por separado hasta que vio que las teníamos más o menos dominadas.
Al cabo de los días y tras múltiples ensayos nos lo aprendimos bastante bien y desde luego no nos faltaron ocasiones de cantarlo.
En estos ensayos en el aula D. Isaac de vez en cuando se paseaba entre los pupitres pegando el oído a cada uno de nosotros y luego, al terminar la estrofa, decía “Tú, tú y tú, dadme vuestros nombres”. Ante nuestra cara de susto, aclaró pronto la cuestión: “tranquilo, es para haceros pruebas para el coro».
Unos días después, nos citaron a una decena de compañeros, para que en el recreo nos quedásemos en el edificio de aulas, pues íbamos a ensayar con el coro. Y allí que fuimos, uniéndonos a algunos otros chicos que como nosotros formaban parte de la voz tiple. D. Isaac nos aclaró que ensayaríamos solos, porque los alumnos tenores y bajos, por llevar más años en el colegio, ya se sabían la mayoría de las piezas que se cantaban en la misa, pero que, nosotros los novatos, teníamos que ensayar más para ponernos a su nivel. Y de ese modo nos perdíamos uno o dos recreos semanales o las horas de Actividades, para ensayar una y otra vez los himnos litúrgicos.
El que más nos costaba era, curiosamente, el Gloria, no por su letra (que más o menos la conocíamos), sino porque la tesitura coral era complicada, el juego a tres voces la hacía aún más difícil y a veces nos atropellábamos en las entradas:
«Gloria in excelsis Deo,
et in terra pax hominibus bonae voluntatis.
Laudamus te.
Benedicimus te.
Adoramus te.
Glorificamus te.»
A mediados de curso nos dijeron que iríamos a dar un concierto a un pueblo vecino y que para esa ocasión teníamos que ensayar más todos los cantos que ya conocíamos e incluir un Credo, con una letra larguísima, que no nos la aprendíamos por más que D. Isaac lo intentaba. Al día siguiente se presentó con un folio ciclostilado con la letra para que no siguiéramos pronunciando burradas en nuestro latín macarrónico:
«Credo in unum Deum
Patrem omnipotentem,
factorem coeli et terrae,
visibilium omnium et invisibilium.
Et in unum Dominum Jesum Christum,
Filium Dei unigenitum.»
Llegado el día, nos subimos todos, muy temprano, tras un desayuno apresurado, a un autobús, con los ojos brillantes de emoción por lo novedoso del viaje. El destino: Villanueva del Arzobispo, donde se reabría o se reinauguraba una iglesia, no estoy muy seguro. Ese pueblo era el originario de varios de nuestros compañeros, por lo que su emoción era mayor y además en él había otro colegio SAFA. Es más, nos enteramos que fue aquí donde empezó el Magisterio SAFA, con internado, y que nuestro centro de Úbeda era posterior.
Nada más llegar nos llevaron directamente a la iglesia. Cada uno de nosotros cargaba con la túnica blanca y el crucifijo de madera con un largo cordón que era nuestro uniforme. Los mayores, con su funda de traje. Como aún faltaba más de media hora para el comienzo del acto, D. Isaac nos llevó a la sacristía y ensayamos una vez más los pasajes más complejos, para que no hubiese sorpresas indeseables.
Los nervios nos comían, sobre todo a los más pequeños, cuando atravesamos la nave, ya con mucho público, para subir por una escalera al coro alto. Tras nosotros, los tenores y bajos, con sus chaquetas oscuras y sus pajaritas negras, todos formalitos pero con una enorme soltura que yo les envidiaba.
La misa era concelebrada, con el Obispo presidiendo, y cuatro curas concelebrando: uno de SAFA Úbeda, otro de Villanueva, y otros dos, que para mí eran desconocidos. Por lo que vimos, se había elegido un formato muy ceremonioso, y tuvimos que cantar partes que normalmente eludíamos en la SAFA. Eso sí, en las más lucidas (el “Sanctus” o el “Kyrie Eleison”), cantadas a tres voces con mucho ornato, procuramos lucirnos, y debimos lograrla visto el brillo de satisfacción en los ojos de D. Isaac…
Terminada la misa, nos llevaron a comer, y he de decir que fue de los mejores menús que disfruté ese año: entremeses, arroz, un filete con patatas y un flan.
También había grupos más o menos informales, de guitarras y bandurrias; incluso a veces con un acordeón y una armónica, que cantaban canciones populares y alguna que otra versión folk. No les faltaba entusiasmo, pero los medios de que disponían eran muy limitados, pues como mucho podían usar un micrófono conectado a un amplificador que sonaba a lata rajada. Pero no había fiesta de Navidad en el patio de columnas o de fin de curso en la nave del cine que no contase con una o dos actuaciones de este tipo de comparsas, que contaban con nuestra entusiasta aprobación.
Pero el culmen de la música era el grupo SAFA… Pero de eso hablaremos próximamente…
(Continuará…)
Yo también pertenecí al coro y a las innumerables misas gregoriana que cantábamos en Úbeda los domingos. Para lo del conjunto safa, escribe al único vocalista del conjunto, José María Ruiz Vargas. Entrañable amigo
Gracias, Antonio. Trataré de contactar con este compañero. Buscaré su email, por si quiere aportar sus recuerdos para el próximo artículo.
Yo conocí el grupo a partir de 1963. Luego ya entraron compañeros de mi promoción.
De lo que se entera uno leyéndote…
Enhorabuena por tu memoria y capacidad de investigación…
Tu historia de la Safa se va a quedar completa y armoniosa…
Un abrazo
D. Isaac Melgosa Albillos. Y en la tuna, recuerdo especialmente a Pepe y a Santos, que con la guitarra eléctrica hacía el punteo en «La Santa Espina» y algunas otras canciones que sonaban a gloria.
Gracias por tu participación, Ramón. Fueron tiempos dichosos. Y la música nos ayudó a llevarlos adelante.
Móvil del vocalista del conjunto safa, José María Ruiz Vargas, 610882099. Estará encantado de contarte anécdotas de sus actuaciones
Yo también estuve en el coro, aun recuerdo una canción que cantábamos en la iglesia, decía algo así. «Estrella de los mares, (bis) , en tus ojos de niño resplandecieron, resplandecieron. Te acuerdas madre, (bis) a tus pies cuántas veces, recé la Salve, rece la salve…… Yo también en la salida que hicimos. En la foto del coro soy el primero por la izquierda
En el 58 o 59 siendo yo escolar de 3° de Primaria con D. Francisco Ocaña Corpas, Insigne profesor , fuimos al coro, a probar Rafa Cayola, excelente tenor y un servidor.
A él lo aceptaron, a mí no…; pasado unos cursos, en Magisterio, sí me pidieron cantar en la Coral.
Le llevaba el hermano Casares.
¡ Entrañables y bellos recuerdos de nuestra SAFA !!
Yo también pertenecí al coro en los años 70. A partir de 3° de Primaria con D. Isaac Melgosa, también nos impartía francés, D. Isaac Melgosa nos seleccionaba para el coro escuchando nuestra voz y entonación en graves y agudos. Recuerdo al Párroco D. Eusebio, excelente persona y también al hermano D. Diego Casares y tocando el piano Doña Juanita, la estanquera de la calle Trinidad, tenía un tesón y una tranquilidad excelente en los ensayos. SAFA, un gran proyecto de grandes personas y grandes momentos vividos, enhorabuena por la trayectoria educativa de los centros SAFA, y como no, dar las gracias por la educación recibida.