Recuerdos de la SAFA – 25: Del pimpón a la OJE

Recuerdos de la SAFA – 25: Del pimpón a la OJE

Como lo de jugar al billar o al pimpón cada día quedaba fuera de nuestras posibilidades económicas, buscábamos otra opción y nos enteramos de que había un sitio donde se podía jugar por la cara. ¿Dónde estaba esa maravilla? En la OJE… Algunos compañeros externos nos indicaron el lugar: en el tontódromo, en un edificio de trazas modernas, con la fachada retranqueada, junto a otro con porte antiguo y banderas de Falange en el balcón.  Yo no me atreví a ir a esta sede, por mi condición de interno de los jesuitas y mi limitada libertad de deambular, no fuera cosa que por jugar una partida de billar o pinpón gratis me metiera en un lío.

Hogar de la OJE. Sala de pimpón. Principios década 60

Me acordé de que en mi pueblo, y supongo que en muchos otros, existía esa opción: la OJE tenía abierto un local al que llamaban el “Hogar”, frente a la iglesia, en un edificio muy grande de ladrillo, en cuya planta baja estaba Correos. Allí podías jugar al futbolín, al billar y al pimpón, amén de otros juegos de mesa más intelectuales (el ajedrez) o entretenidos (el parchís).

Estandarte de la OJE

Recuerdo que tras salir de clase (que nos daban en el salón del Ayuntamiento) pasaba siempre por delante de él camino a mi casa, así que una una tarde me paré a echar una ojeada, con mi amigo Tomás. Tras subir a la primera planta, nos encontramos un local de amplias habitaciones, con sillas plegables apiladas en la pared, una pizarra, unos retratos de Franco y de José Antonio, un escudo de una cruz con un león y una bandera azul con un ave blanquecina (un cisne o un águila, no sé) que lucía un tablero de ajedrez en la barriga. Pensé que era por lo del juego. Unos chavales jugaban al futbolín, al billar o al pimpón y otros esperaban.

Un señor alto y fuerte se nos acercó y a mi pregunta de qué había que hacer para jugar me dijo que tenía que hacerme un carné. Me quedé sorprendido ¿un carné? ¿Solo eso? Bueno, y tenía que traer una foto y la firma de mi padre. Me dijo que también organizaban “marchas” y me enseñó un almacenillo lleno de tiendas plegadas, cuerdas, macutos, banderines y demás chismes de acampada. Flipé en colores: todo eso por un carné! ¡Mi primer carné! Subí corriendo a mi casa, a dar la buena nueva y pedir una foto mía, y me encontré con la rotunda negativa familiar. Mi desilusión me duró semanas, pese a que me explicaron someramente el motivo.

Luego me enteré de que si ibas con un amigo que tuviera el carné (y conocía a varios que lo tenían) podrías jugar al futbolín, al pimpón o al ajedrez, aunque eso sí, de “marchas” nada.

Cuando entré en la SAFA de Riotinto descubrí que en los veranos se organizaban unos campamentos, con cierta colaboración de la OJE (nunca tuve claro si era mucha, poca o nada), que para la mayoría era una estancia durante el mes de julio en la playa de Mazagón, en el paraje conocido como el Pico del Loro, y para algunos otros, una acampada en la Sierra de Aracena.

Mazagón. Campamento SAFA en la playa Pico del Loro. Década de los 60

Con este horizonte, eché mano de mis parcos ahorros y me fui a la única librería del pueblo, en la calle de la Reú, y compré un libro que fue un descubrimiento para mí: Aire libre. Creo recordar que era de la editorial Doncel, que era la que publicaba todo lo que tenía relación con el Frente de Juventudes (De hecho era la editorial de nuestro libro de F.E.N. –Formación del Espíritu Nacional para los de generaciones más jóvenes, o sea, la herramienta de adoctrinamiento franquista- reconocible por la fotografía de la conocida escultura existente en la catedral de Sigüenza). Era un manual sobre lo que uno podía necesitar al salir al campo o a la montaña: cómo hacer fuego, plantar la tienda, construir un horno para mantener las brasas, fabricarse perchas con ramas, hacerse un sombrajo para conservar los alimentos y el agua frescos, orientarse por las estrellas, distintos nudos en función de las diferentes necesidades…, en fin, cosas útiles para los que andábamos zascandileando por la sierra o por los cerros de la Ribera del Jarrama, único sitio cercano al pueblo que tenía algunos bosquetes de pinos dignos de tal mención, que apenas sobrevivían en medio de las masivas repoblaciones de eucaliptos que hizo La Forestal para surtir de materia prima a la Papelera de San Juan del Puerto.

Mi amigo y vecino Miguel P. se apuntó a la OJE y se fue de campamento a la Sierra de Cádiz. Y a su vuelta nos contó los ritos a los que estaban obligados, como izar y arriar bandera y cantar himnos que nosotros no conocíamos, como el

“Prietas las filas, recias marciales
nuestras escuadras van
hacia el mañana que nos promete
Patria, justicia y pan”

Campamento. Salto del plinto.

Nos habló de una disciplina castrense, propia de los uniformes que les dieron, con sus camisas azules y sus pantalones pardos, la enseñanza del orden cerrado, que es como se llamaba a lo de desfilar de tres en fondo, saludar a los jefes y mandos en posición de firmes brazo en alto y demás parafernalia. Todo esto nos parecía un remedo de un ejército de niños. Pero Miguel, que era un prodigio de actividad y el culmen de la sencillez, venía encantado, porque pudo hacer mucho deporte, conocer a muchos nuevos amigos (me dijo que había varios chicos de la SAFA de Riotinto, de Úbeda y de Andújar), comer a dos carrillos y evadirse de la vida cotidiana del pueblo.

Lo que nunca entendió muy bien eran las prédicas que los mandos les lanzaban todos los días, citando a José Antonio Primo de Rivera como dechado de virtudes, diciéndoles que los españoles éramos “portadores de valores eternos”, repitiéndoles la consigna “vale quien sirve” (que a nosotros nos parecía una obviedad: lo que vale, vale. Y por eso sirve. Y lo que no vale, no sirve. Pues no, no iban por ahí los tiros de la Falange, sino por lo del servicio a los demás. Y eso, dicho a niños que estábamos acostumbrados a hacer mandados a todo el mundo sin rechistar, no cuajaba. Lo del servicio nos venía de fábrica. En fin, que no éramos muy espabilados para los jerarcas de la OJE), y lo de “la unidad de destino en lo universal”, que nunca pillamos del todo. Sí se quedó con una cosa que le repetían cuando estaban en el campo: “La Polar es lo que importa”. Y aunque nunca le encontró utilidad en su vida laboral, no dejaba de repetirlo, soportando por ello nuestras chanzas.

Me dijo que los chicos de la SAFA se enteraban de todo, y eran capaces de memorizar las consignas y de responder adecuadamente a las preguntas de los mandos. Yo, con orgullo de casta, le dije que es que en la SAFA nos enseñaban muy bien…

Así que Miguel, que tenía carné de la OJE, nos colaba a media pandilla en el “Hogar” a jugar al pimpón, a los futbolines y hasta al billar.

Un par de años después nos liamos con un billar muy raro: pusieron una mesa nueva con seis agujeros en los lados y un montón de bolas de colores, que había que meter en dichos agujeros. No sabíamos muy bien las reglas, pero nos dijeron que las de color entero eran de un jugador y las del círculo con un número eran del otro. Y que el que metía la negra, con el 8, perdía la partida. Y ahí nos tienes, dando tacazos a troche y moche, hasta que Ricardo, queriendo dar efecto de retroceso, le hizo una enorme rasgadura en el tapete verde, y el encargado grandote nos echó con cajas destempladas. Unos días después vimos un parche mal pegado donde estaba la raja, y todo siguió tal cual.

En los campamentos que organizaba la SAFA en Cazorla también había cosas como las que me contaba Miguel, aunque bastante más livianas. Ya sabíamos desfilar (en el Colegio siempre íbamos en fila de un lado para otro, y todas las semanas desfilábamos por la explanada para izar bandera en el balcón de la portada, tras cantar el himno) y lo de obedecer a ciegas era el pan nuestro de cada día, así que no nos chocaban esas normas. Lo del himno de la OJE nos pilló con la guardia baja, pues nadie se lo sabía, aunque las prédicas no nos sonaban raras, tras tantas misas, ejercicios espirituales y sesiones con el Director Espiritual de turno. Total, nada nuevo bajo el sol.

En el campamento del Frente de Juventudes que era obligatorio en segundo de Magisterio para obtener el título de no sé qué de Educación Física, sí que había mandos con camisa azul, boina roja al hombro y bigotillo, pero lo del orden cerrado, las guardias bajo los luceros y el “Cara al sol” no tenían el menor éxito. Los tiempos iban cambiando…

Recuerdo que desde el colegio de Úbeda se alquiló un autobús para llevarnos hasta el campamento, que estaba en Río Madera, dentro de la Sierra de Segura. El viaje se nos hizo muy largo (más de tres horas), pero el recorrido por esas sierras nos atrajo a todos de forma definitiva. La carretera, tras dejar el muro del Tranco a nuestra derecha, tenía un trazado sinuoso desde Hornos, pero tras el cruce de las Capellanías, en que dejábamos la carretera a Pontones, tenía una bajada terrible para desembocar en un increíble paraje: una amplia extensión arbolada, con un bar a la izquierda y una casa de comidas a la derecha. A partir de ahí la carretera seguía el curso del río Madera, una maravilla, donde se sucedían alamedas y choperas en campos llanos en la orilla derecha del río, y profundos pinares en la orilla izquierda, más abrupta.

La entrada al campamento estaba marcada por un aparatoso monumento con el escudo de la OJE y un cartelón de pretensiones rústicas, con las letras grabadas en tablones de pino. El autobús nos llevó hasta la explanada principal, donde se abrían más de una treintena de tiendas de campaña, en torno a un alto mástil donde ondeaban tres banderas, la nacional, la de Falange y una con una cruz en aspa, que luego supimos que era la de los requetés.

Acudió a recibirnos el jefe del campamento, Don Ángel Jesús C.M., que curiosamente era nuestro profesor de F.E.N. en la Escuela de Magisterio, lo que nos hizo sentir mejor, pues así teníamos a alguien conocido en lo más alto, que seguro tendría alguna consideración con sus alumnos.

Tras repartirnos en las distintas tiendas (más cómodas y espaciosas que otras que habíamos conocido anteriormente) y dar un paseo para conocer las instalaciones (amplias y generosas, dicho sea de paso: varios módulos de baños, un comedor enorme, un bar con bancos y mesas, varias naves de diverso uso, distintas instalaciones deportivas, y hasta un buzón de Correos) llegó la hora de la revista: concentración en la explanada, agrupación en filas, por tiendas, lectura de un escrito, palabras del Jefe de Campamento, instrucciones de organización y funcionamiento para el período que se iniciaba y unas consignas. Inmediatamente, hora de cenar. Y saltó la sorpresa: la comida en general era abundante y hasta sabrosa. Se podía repetir el primero tantas veces quisieras, lo mismo que el postre. Y en todos los días que estuvimos allí no puedo decir que me quedara sin comer porque el menú fuese indigerible, como sí me había pasado alguna vez en la SAFA.

Al día siguiente, y así durante toda la estancia, empezábamos con diana, aseo, desayuno, arreglo de las tiendas y un par de clases teóricas y prácticas sobre la función del monitor deportivo en una escuela. Tiempo para el baño en alguno de los remansos del río Madera que pasaba a lo largo de toda la parcela del campamento, juegos encima de un tronco que hacía de pasarela y a mediodía la comida, seguida de tiempo para el descanso (la siesta se agradecía, pues aunque estábamos a cierta altura, el calor de Julio se dejaba notar). Por la tarde, sesiones de vida en el bosque, actividades en el pinar, (nos encantaban las escalas, las tirolinas y los puentes entre los pinos laricios), algunas prácticas deportivas  y nueva clase teórica, esta vez de F.E.N., que gozaba de muchísima menos atención que las otras, con gran incomodo de D. Ángel Jesús. Incluso en más de una ocasión se suscitaron enconados debates sobre la actualidad política del momento, hecho que evidenció cómo estaban cambiando las cosas, y cómo esas verdades hasta entonces universales e inconmovibles eran rebatidas por la lógica de los tiempos.

Al segundo día de estar en el campamento, llegó un camión cargado de chismes, entre los cuales descargaron dos mesas de pimpón nuevecitas, con gran alborozo nuestro. Rápidamente nos dirigimos a D. Ángel Jesús para preguntarle cómo se iba a organizar su uso. Y cuál no fue nuestra sorpresa cuando nos dice: “Pues organizarlo vosotros. Os nombro encargados”, y nos entregó dos cajas de pelotas y ocho raquetas. Nos miramos el uno al otro y nos dijimos “Ya tenemos el chollo”. Y desde entonces, en la lista de equipos para jugar siempre había apuntados más parejas de la SAFA que de los demás centros. Y cuando nos cargamos la primera caja de pelotas y se lo dijimos a D. Ángel Jesús, nos dijo “No preocuparos. Pasado mañana habrá más”. Dicho y hecho, a los dos días llegaron cuatro cajas de bolas y otras ocho raquetas.

Al curso siguiente, 3º de Magisterio, éramos de los mejores al pimpón en los futbolines de la calle Gradas.

(Continuará…)

Recuerdos de la SAFA – 23: Los futbolines

Recuerdos de la SAFA – 24: Los billares

 

Autor: José Luis Rodríguez Sánchez

Presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos de Magisterio de la SAFA de Úbeda (AAMSU)

4 opiniones en “Recuerdos de la SAFA – 25: Del pimpón a la OJE”

  1. Muy bien escrito; muy expresivo. Solo echo de menos que no cites en qué año(s) sucedían las cosas que narras. Como comenté en otra ocasión, tengo la impresión que la segunda mitad de los sesentas fueron más regresivos que la primera mitad, años que yo viví en Úbeda, hasta que me largué en 1965. Por ejemplo, para 1964-65 los «camaradas» Mariano y Joaquín de la OJE de Úbeda eran unos sujetos desacreditados y sin apenas poder. No sé si después tuvieron más influencia. Del camarada Mariano le he leído a Muñoz Molina un testimonio devastador. El tal fulano me suspendió todas las FEN y gimnasias en el Instituto de Úbeda, donde me presentaba por libre. Cuando leo algo de la generación Z con las dos crisis que han vivido los pobriños y miro hacia atrás, hacia nuestra propia postadolescencia y juventud, me dan ganas de echar mano a mi pistola, como decía aquel dramaturgo nazi alemán refiriéndose a Goebels (entsichere ich meinen Browning). No deseo que nadie viva de nuevo nuestras experiencias, pero a partir de ellas podemos relativizar la trascendencia de los tiempos presentes. Gracias, José Luis por este fresco que nos traes al recuerdo.

    1. Gracias, Alfredo. El campamento preceptivo para obtener el título de Magisterio lo hice en el verano de 1969. Por cierto que otro compañero me ha recordado las marchas nocturnas, hasta Segura de la Sierra, de las cuales volvíamos reventados.
      El campamento en Mazagón de la SAFA de Riotinto se realizaba durante los 60. La foto es de 1964.
      El profesor de F.E.N. que cito era bastante más tolerante que los anteriores, a los que conozco por referencias. Quizás porque la época en que lo conocí (1967-70) las cosas eran distintas, aunque el ambiente disciplinario general era muy restrictivo. Sobre este último apartado, tengo previsto escribir un artículo sobre el concepto de disciplina que se aplicó a mi promoción.
      Un abrazo

  2. El campamento de Río Madera coincidió con dos efemérides fundamentales para el futuro: la llegada del hombre a la Luna y la jura sucesoria del entonces Príncipe Juan Carlos ante las Cortes (y el General que lo ponía allí). No los vimos pues al menos los acampados no teníamos televisión (decían que la señal no llegaba). Era sin embargo digno de ver cómo al ir hacia la cruz de banderas los mandos se peleaban por no agarrar la del requeté, pues se suponía que ellos eran falangistas puros y no admitían la monarquía (postureo total).

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