TRUCOS DE LA PROPAGANDA POLÍTICA
Mariano Valcárcel González
Las técnicas de propaganda han evolucionado mucho en estos años, diría que de tal forma y con tales medios que lo primordial en la misma es presentar lo ficticio, lo inverosímil, lo inexistente como real (mejor, hiperreal) e incuestionable. En todos los campos, pero mucho más en el campo de la política. Se pretende que no se distinga ni se discuta la realidad propuesta de la realidad a secas (o de la flagrante mentira). Y se consigue.
La cosa es viejuna, sí. Leí un artículo en el cual se mencionaba a Mussolini y la doctrina aplicada a la promoción de su imagen. Como aficionado a la fotografía (y titulado en esa modalidad) me ha gustado observar y estudiar esta faceta del arte fotográfico y su aplicación y utilización consciente y científica para la manipulación de la opinión pública. Al fin y al cabo todo lo nuevo, todo invento, se podía poner al servicio de cualquier causa si había expertos para ello.
Contemplando las fotos de Mussolini se entiende bien lo que planteo; planos en contrapicado para que resultase más grande (y destacase su superioridad) y sobre todo planos en los que su mandíbula inferior sugiriese fuerza y determinación. Su amigo Hitler optó por otro modelo icónico; cuerpecillo menudo y bigotito risible (aparte del flequillo rebelde), esa forma de saludar tan apática, sus maneras de pequeño burgués daban poco de sí, así que lo importante en él era la fuerza de su discurso, su torrente amenazador. Eso lo comprendió Goebbels y lo supo explotar; las imágenes suelen destacar por el entorno del líder, la puesta en escena de uniformes y banderas que lo arropa indicando que ahí radica su personalidad y su fuerza.
Pasando a Franco la cuestión de imagen no mejora. Poco tenía el general para mostrar, si no era su baja talla y sus formas regordetas añadida su redonda cara inexpresiva. Se podía acudir al escabel del balcón de la Plaza de Oriente para que se asomase algo más al mismo y que sus segundos se mantuviesen dos pasos atrás (para eliminar comparaciones), pero poco más; los cuadros tramposos que se le hicieron y dedicaron (como el de Zuloaga) eran eso, meros trampantojos ideológicos para ensalzar no solo su figura (idealizada) sino su doctrina política, o sea su dictadura personal. Si recordamos a sus generales tal vez el que tuviera una imagen más potente era Yagüe, los demás eran la mediocridad del militar de escalafón (incluso los ojos saltones del difunto Sanjurjo); desde luego excepción hecha del inclasificable Millán Astray por motivos evidentes.
Tal vez la belleza de José Antonio (buen modelo para utilizarlo como imagen icónica) le hubiese causado algún disgusto al general, de no haber sido fusilado oportunamente.
Los bolcheviques tenían consciencia de la necesidad de la propaganda y afirmar la iconografía revolucionaria y utilizaron hasta el hartazgo la foto de Lenin en sus días revolucionarios, sobre todo esa del mitin en plena plaza de Moscú subido en un rudimentario estrado (y escoltado por otros que luego “desaparecieron” de la foto y de la épica oficial). Los bustos de Marx, Lenin y Stalin fueron reproducidos (y lo siguen siendo en ciertos casos) en montajes “artísticos” adecuados a la doctrina del Partido y del Estado; no eran meras fotos, eran ya pancartas y murales que llenaron todos los espacios posibles. Precisamente del “padrecito” Stalin las fotos carecieron de épica, es curioso dado el culto a su imagen desatado, pero ese bigotazo ya era suficiente para identificar al líder. Y si no ahí estaba Mao para enmendar la plana.
En el bando republicano español Azaña poco aportaba a su utilización publicitaria (cara y cuerpo de intelectual introvertido y sedentario), tampoco La Pasionaria, pese a los intentos de sus seguidores, aportaba sino la reproducción de una mujer en apariencia viuda, siempre de negro, del pueblo llano, (aquí también era la voz lo importante). Se idealizaron, por la fuerza de los hechos, ciertos guerreros salidos de las milicias y de los partidos, se utilizaron sus poses y fotos bélicas como ejemplos a imitar; de entre ellos el de más fuerza visual fue Líster y sus amenazadoras cejas.
A mediados del XX los fundadores de dictaduras “socialistas” siguieron las normas iconográficas del modelo soviético tanto en fotografía como en murales medianos y grandes. Bustos de la tríada antes mencionada en los cuales a veces se caía alguno para poner al líder local o simplemente se añadía (como se ve en el mural de Mao).
Una excepción por la fuerza de su hallazgo y realización fue la fotografía canonizada hasta casi llegar al santoral del Ché. Esa instantánea pillada por la pericia de su autor ha quedado para la historia de la fotografía. Representa lo que fue en apariencia y luego lo que en realidad no fue pero se deseaba, la realidad de un mundo inexistente frente a la absurda y pedestre realidad de los hechos; hechos santificados por la muerte violenta.
Como la fuerza de la imagen se sigue considerando como tal y como tal necesaria y utilizable en nuestros años un ser como Trump no duda en echar mano a la misma para sus fines. Procedente de la experiencia televisiva este señor usa y abusa de las formas más básicas de la iconografía; banderas a tutiplén, masas uniformadas (pues sus seguidores visten iguales prendas) y vociferantes, gestos expresivos acompañados de frases cortas y tajantes en mensajes fáciles de entender, planos que no muestren sus defectos por la edad también tapados por un maquillaje absurdo… Viejunos trucos.
Muy bueno tu artículo, Mariano. Gracias.
De nada. A mandar.