¡QUÉ CALÓ!
Mariano Valcárcel González
¡Qué caló! Y manejamos el abanico con presteza, o acudimos a la botellita del agua un buche sí y otro también, nos colocamos un pañuelico sanferminero al cuello para empapar el sudor de la papada, nos despelotamos más o menos según lugar y circunstancias (y ¡hay que ver el despelote que se lleva según edades!) y si nos confinamos en casa le damos caña al aire acondicionado para regocijo de la compañía eléctrica. Como soy envidioso no entraré en si la casa es piso o mansión con piscina, para que no se me haga la boca agua.
Queriendo combatir también el sofoco nos apretamos la cerveza fresquita en casa y fuera de casa, que en este extremo es que hasta que nos sienta mejor. Y por ahí nos metemos en grave problema. Problema que puede traernos consecuencias y que sin dudarlo las está trayendo.
Eso de las terrazas de bares que debían estar medidas y parceladas fue como todo, norma que mancha hojas de papel y que se tarda más en redactarla que rapidez en cumplirla; o sea que no se cumple por lo general (cosa sabida). Ya nos damos con un canto en los dientes si los responsables del establecimiento sanean algo sillas y mesas cuando hay relevo. Nos sentamos porque necesitamos bebernos esas cervezas relajadamente y sin complejos, fuera mascarilla agobiante (¿qué mejor pretexto?) y dentro acompañantes, diálogo y ¡esto es vida! que ya nos hacía falta.
De salas de fiesta y discotecas vociferantes, claustrofóbicas, oscuras hasta engañar la vista y los sentidos la necesidad era imperiosa, no se dude, ¿qué si no esperarse en todo tiempo y lugar y más en épocas de veraniega fárraga?… Que allí, en esos antros, se van a contemplar absolutamente y a rajatabla las más estrictas normas de seguridad sanitaria. Y los nenes y nenas y demás fauna discotequera y festivalera que no sufran ni un pelín en sus ansias de vivir en libertad, faltaría más, que ya sufrieron bastante con los meses de confinamiento general y controlado. Le reclamaban al gobierno ¡libertad! los más adeptos al liberticidio, eso sí, rebozados de rojo y gualda. Pues llegó la libertad y…
Es verdad, que aquello no fue vida.
No lo fue para los miles y miles de personas que murieron (¿de qué vida hablamos si la perdieron?), para miles y miles de personas que padecieron los síntomas, para los miles y miles de personas que fueron de inmediato despedidas de sus trabajos (y quedaron con una mano atrás y otra delante, sin red de salvamento) o que se sintieron inseguras por un futuro inseguro, o las que habiendo puesto sus ilusiones en un nuevo negocio, en un nuevo trabajo, se les cortaba toda viabilidad de golpe y porrazo (como al feto que nunca llegará a desarrollarse)… Para todo este personal y más que me dejo en el teclado eso no fue vida y tal vez ni tenga perspectiva de que lo vuelva a ser.
Y no tendrá perspectivas porque se les pueden volver a cerrar las puertas (o ni siquiera llegar a abrírseles nunca jamás), pues no hemos hecho nada por asegurar el no retorno del mal o, en todo caso inevitable, nada por controlarlo y dominarlo.
Todavía no entienden (miento, sí que lo entienden, pero ni quieren ni lo pueden admitir) que primero es la salud y la vida y luego el trabajo y la economía. Sin salud no hay trabajo. Y no lo quieren entender quienes presionaron fuerte para que todo volviese a la normalidad, no a esa “nueva normalidad” inventada por eslogan gubernativo, sino a lo de siempre, que nos proporcionaría las ganancias de siempre. Vuelta a lo de siempre como si en verdad no hubiese sucedido nada.
Porque es eso o la nada. La ganancia inmediata y fácil o el cierre total, pero no el propiciado por sus decisiones empresariales sino, y esto es lo peor y lo que realmente será lo que suceda según se van viendo las cosas y sus resultados, porque el mal se extiende, se contagia, se expande otra vez y afecta de nuevo tanto a los grupos de riesgo ya expuestos como a los que creyeron salvarse del problema o al menos llevarlo sin apenas molestias o consecuencias.
Se cayó la economía, batacazo total, porque cayó el trabajo, ¿eso hay que explicarlo?, el trabajo que se mantenía en la situación anterior y que aunque lo neguemos ya ni es ni será la misma. El turismo si logra recomponerse será a medio y largo plazo; tierra en barbecho pues para nuevas cosechas. Y así el comercio minorista y mayorista y así la producción industrial en general y así todo…
Mientras los chavales y chavalas, que se ve sufrieron más que los demás con el confinamiento (pero no las estancias en las UCIS, tan penosas) respiran libres su vida de botellones, de quedadas, de citas más o menos masivas al margen de distanciamientos, mascarillas y demás zarandajas. ¡Se han llegado a juntar para ver quiénes se contagiaban o no!, y yo les sugeriría que puestos a experimentar que se ofrezcan voluntarios para probar las vacunas en curso, que además de experiencia es una aportación social y humanitaria.
Y uno con la calor sofocado con la puta mascarilla que invita a no salir de casa por tenerla que llevar y entonces que se cuece en su propio jugo, agua va y agua viene (o mejor cerveza fresquita desde luego) y ventilador ahí a tope y aire acondicionado que le produce un resfriado de aúpa y ya empieza uno a dudar si es que le ha atrapado el dichoso virus y esa moquilla que le sale no es ni más ni menos que la primera señal del desastre.
Mejor además que no se te ocurra acudir a un centro de salud. Primero porque no se andan muy receptivos si te llegas moqueando (y eres de cierta edad, que seguro llevas papeletas de la rifa) y además que si funciona mínimamente eso del rastreo (que vemos que no es precisamente lo que más les importa a los políticos) acabará tu familia y adyacentes conminados a cuarentena.
Y hablando de los políticos que ya ves tú que la madrileña, puesta la venda antes que la herida, se va montando un megahospital de emergencias pandémicas cuando en lo que debiese estar es en procurar atajar el temido rebrote en su origen (o sea, atención primaria y rastreo). Y el catalán demenciado que cifra todo en volver a la turra independentista y no en controlar los brotes infecciosos que le salen día tras día. La guinda, para que nos quedemos cabreados o deseando que les pille, a ellos, una buena infección, es observar que les importamos un pito y que van a lo suyo, sus chorradas sectarias que impiden el acuerdo necesario, viable y total para que podamos salir más o menos indemnes de todo este laberinto que se nos vino sin pensarlo ni controlarlo; (significativo, las cuestiones sociales se dejan para otra vez, o sea, esperando que se mueran de enfermedad o hambre otros cuantos).
Pues que en ello estamos y en el caló que nos tiene tundidos y con la mollera ardiendo, ¡qué le vamos a hacer!, ¡el año en que el virus nos visitó! (¡qué año ese, recordaremos si llegamos!).