En tiempos difíciles y revueltos (como los que vivimos actualmente en España y en el mundo), la mente siempre se agarra a algo que le proporcione bienestar y contento para que la vida le sea más llevadera y menos monótona y triste. Así se aumenta la propia resiliencia…
Por eso, ahora, me estoy acordando de la excursión gratuita que hicimos, tiempo ha, al yacimiento arqueológico de Cástulo (Linares) para pasar una jornada entretenida, culturalmente agradable y bastante calurosa, pues el verano quería ya empezar a devorarnos en aquellas planicies desconsoladas. Todo ello, gracias a la gentileza del Museo Arqueológico de Úbeda, de la mano de su irrepetible y dinámica directora, María del Mar Capel, que actualmente está de vuelta trabajando en su tierra almeriense, tras los muchos años de servicio incondicional a su amada Úbeda. Nunca podremos los ubetenses agradecerle bastante su extenso servicio.
Nuestra salida comenzó con mucha ilusión y esperanza, tras agruparnos todos los excursionistas ante el I.E.S. “San Juan de la Cruz” de Úbeda (Jaén), a las diez y media, con la premonición de pasar un viaje agradable pero con calor a reventar. Tomamos el autobús que nos llevaría al yacimiento arqueológico de Cástulo, lugar recóndito de nuestra geografía provincial, no demasiado conocido, pertrechados de un buen talante en el que los saludos cordiales, las chanzas y el buen humor iban a ser el preludio y los principales ingredientes de la completa jornada turística y mañanera que se nos avecinaba.
Tras ir admirando tranquilamente el extenso paisaje olivarero que dista Úbeda de Linares, accedimos al yacimiento arqueológico de Cástulo. Nuestra visita iba a ser dirigida por Francisco Arias quien sabía un montón del asunto.
Primero fuimos al Centro de Interpretación, con charla y vídeo incluidos. Mientras el ponente lo explicaba todo con un tono relativamente bajo, las porteras molestaban por detrás con sus charlas destempladas. Ya hacía calor y el Lorenzo empezada a mostrar su tarjeta de visita más veraniega.
Allí nos enteramos de que la ciudad de Cástulo estuvo habitada desde el III milenio a. C. y que fue la capital del los iberos oretanos, jugando un papel primordial en las guerras entre romanos y cartagineses. Y que logró
prosperidad e importancia gracias a su proximidad a los ricos yacimientos mineros de Sierra Morena y a su estratégica situación entre el valle del Guadalquivir y la Meseta. Siendo su momento de máximo esplendor entre la época ibera, los años de influencia cartaginense y la época romana, llegando a alcanzar 40 hectáreas de extensión, por lo que fue una de las más grandes ciudades de la Hispania prerromana. El teatro, el anfiteatro y un templo dedicado al culto imperial de época romana (con notables mosaicos, fragmentos de la muralla y de la red de desagües), así como varias necrópolis y tumbas iberas son sus edificios y excavaciones más importantes.
Luego, salimos al exterior para ir haciendo hasta ocho paradas en su extenso y tórrido territorio, en las que se nos iba explicando detalles de su historia y de lo que allí veíamos e imaginábamos.
Empezamos a caminar por el camino en donde estaba la muralla de la ciudad, un gran descampado soleado en el que nos encontraríamos a otros grupos y soldados cartagineses y/o romanos que hacían su guardia correspondiente, producto de la fiesta que Linares había celebrado en esa semana, en la que hasta habían casado a Aníbal con Himilce…
Pasamos y visitamos lo que quedaba de un templo cartaginés con guardia cartaginesa. Luego observamos el aljibe o cisternas de agua, añorando que el ponente tuviese mejor voz e interpretación de su discurso, al contrario de las otras representaciones teatrales con las que nos cruzamos que -a veces- oscurecían u ofuscaban su explicación.
Quedamos enterados de que el foro estuviese en un cortijo próximo y vimos un pozo de seis metros de profundidad con cisternas. También encontramos un soldado cartaginés que hacía de guía; y bien que gritaba…
Después, llegamos a admirar al emperador Domiciano, cuya vivienda, hacienda y monumental mosaico fueron mandados destruir al caer en desgracia en Roma. Fue providencial que se destruyera, ya que cayó la pared encima del mosaico de teselas de piedra, por lo que lo dejó casi intacto para la posteridad, a falta de algunos trocitos que los mismos niños del lugar se llevarían alguna vez para sus juegos o coleccionar sus tesoros. Se le llama “Mosaico de los Amores” pues representa a erotes con escenas de caza,
mientras nuestro guía explicaba ce por be las escenas en el mosaico contenidas, en el que se ve claramente las diosas: Minerva (diosa de la sabiduría, las artes, la estrategia militar, además de la protectora de Roma y la patrona de los artesanos); Juno (diosa del matrimonio y reina de los dioses); Venus (diosa del amor, la belleza y la fertilidad a quien se adoraba y festejaba en muchas fiestas y mitos religiosos romanos)…
A su vez, nos advirtió que había otros mosaicos cercanos, de estado de conservación regular, con miles de teselas acumuladas.
Como es en el siglo IV cuando se oficializa el cristianismo, los expertos tienen sesudos debates sobre la pila bautismal -decorada con cristales- que se encontró en 2014. También sobre la patena con Cristo, que se reconstruyó. Arias contó que hubo un fogatín en el siglo I a. C. y con el lío se quedó la patena en el edificio; solo se han encontrado tres tumbas, en ese edificio religioso con enterramiento de muertos.
La foto de la patena encontrada, casi completa, dio la vuelta al mundo, ya que hasta en Japón y EE.UU. se enteraron y dijeron que era, en lenguaje vulgar, “un pelotazo”. Aseguran los expertos que se fabricó en Roma, en los talleres de vidrio de primera calidad, y que hasta el encargo lo habrían hecho los propios emperadores.
Los guías de otros grupos turísticos, que estaban a nuestro lado, se oían mejor que el nuestro, pues estaban dramatizando lo que ya nuestro guía nos había contado.
Luego, nuestro arqueólogo contó que también encontraron dos fragmentos de otra patena cerca de allí e incluso a dos cadáveres, en posiciones raras, descubriéndose que fueron dos asesinatos efectuados en el siglo VII. A su vez nos habló de los sarcófagos visigodos descubiertos en una zanja honda…
Escuchamos la noticia de la destrucción del edificio con actores que oímos mejor que a nuestro guía. También se han encontrado monedas pequeñitas (que valían poco, por aquel entonces, como si ahora fueran céntimos de euro) y cerámica de diferentes fechas que se llevan al museo Cástulo de Linares, que ese día no íbamos a visitar. Algunos nos prometimos que mejor sería ir en otra ocasión y más pausadamente, como ya lo había yo hecho en anteriores ocasiones. Nuestro ponente se veía que sabía mucho más, pero le traiciona su tono de voz; todo ello agravado por el calor que hacía y en aquel espacio abierto, lo que constituían unos obstáculos insalvables.
Hicimos una penúltima parada en el centro físico de la meseta en la que estábamos instalados, lo que nos sugirió bonitas elucubraciones sobre cómo sería el centro de la ciudad de Cástulo -que hasta la fecha no se había encontrado- pero que era un edificio del siglo II de la época romana o de los siglos IV o V, sin asegurar que fuese una información clara y convincente.
Lo que sí pudimos observar fueron la calle, las cloacas, el patio y no sabemos si una zona porticada. Quiero recordar que allí nos conocimos, mi esposa y yo, hacía ya más de cuarenta años, en un revelador y acertado viaje de segundo de magisterio de la Safa de Úbeda, cuando ambos éramos muy jóvenes y teníamos casi toda la vida por descubrir.
En aquel momento sonaron móviles que nos hicieron salir de nuestros dulces recuerdos, plantificándonos la voz de un mensaje con voz de beeeeeee… ¡Qué cosa más ordinaria e inoportuna!
Mientras el ponente nos seguía relatando todo lo que se había descubierto en aquel lugar: ollas con almejas, lámparas de aceite, urna con lucernas judías con gran estrella…
Hicimos la última parada mientras mi imaginación empezaba a dispararse gracias a las elucubraciones o averiguaciones científicas de los arqueólogos que han estudiado sobre el terreno en este privilegiado lugar, añadiéndole lo que se conoce por casualidad. Había, ante nuestra mirada, seiscientos metros cuadrados de termas que se conservan, por lo que mi esposa y yo nos hicimos fotos, lo mismo que otros muchos viajeros que querían recordar aquel momento y lugar siempre. Más de uno, nos hicimos la promesa de volver a ver el castillo y muchas cosas más. Todavía no la hemos cumplido…
Los aplausos de los excursionistas brotaron espontáneamente y todos enfilaron sus pasos para volver a coger el autobús y regresar al mismo sitio de donde habían partido, con bastante hambre y sed; y muchas ganas de contar a sus familiares o amigos la gran jornada vivida en aquellas tierras linarenses.
¡Ah!, y llegamos a una acertada conclusión: no hace falta viajar a Italia, Grecia, Islas del Egeo… para disfrutar de una antiquísima civilización y ver un mosaico tan extraordinario, tan bien conservado y que está tan cerca de nosotros.
En el viaje de vuelta comentábamos -algunos amigos- cuánto no se podría excavar y conservar con el dinero usurpado por los políticos corruptos de todas las épocas y, especialmente, de la época en que nos ha tocado vivir; teniendo en cuenta el consejo del arqueólogo que nos había acompañado en la ilustrativa visita turística: es mejor no poner al descubierto yacimientos que, luego, al no tener dinero para su concienzudo estudio se pueden perder para siempre; por eso es mejor taparlos y esperar a un mejor momento para hacerlo, en el que no tengan que estar mendigando unos bizarros arqueólogos presupuestos para sus investigaciones arqueológicas, con el fin de conocer mejor nuestro pasado remoto que está tan cercano y que tanto se repite en todas las civilizaciones…
Úbeda y Sevilla, 27 de abril de 2020.
Fernando Sánchez Resa