Con cuánta ilusión se jubila uno pensando que ha llegado a la “tierra prometida” y que todo lo que te llegue, al menos en un primer período (que esperas sea lo más largo posible), todo será bueno y reconfortante…
Mas, conforme entras en ese estadio, una vez pasan los primeros compases de novedad y contento, te vas a adentrando en un terreno desconocido a la espera de que no surjan contrariedades mayores que lo echen todo por tierra: rebaje de pensiones, enfermedad no prevista, familiares cercanos tocados de alguna desgracia o accidente…
Y para seguir, y no rematar, que se te presente una pandemia de la COVI-19 que lo eche todo “a caralto” (a perder, vamos, hablando en castellano paladino) y hagan de tu vida un enclaustramiento continuo y perpetuo hasta que lo manden las autoridades competentes.
Entonces es cuando realmente te das cuenta que estás en una edad difícil y complicada, pues has rebasado los 65 años, la edad de corte (como en la mili, cuando nos llevaban por obligación a servir a la patria a los 21 años), en la que no eres dueño de tu destino, en el aspecto fundamental de poder salir y disfrutar de la vida. Ustedes me dirán, amables lectores, que así estamos todos, excepto los niños, que este próximo domingo podrán -por fin- disfrutar de sus añoradas salidas tras tantos días de encierro forzoso y tanto envidiar al perro o mascota de casa o del vecino que ha tenido la suerte de ser exonerado del enclaustramiento y poder salir todos los días, varias veces, del hogar.
Pero a los mayores como se nos viene ahora a decir, antes eran los de la “tercera edad” (muy sugerente la doble palabreja inventada, creo, por los franceses), abuelos o viejos, como se les ha llamado toda la vida de Dios, antes de que la falsa corrección lingüística y política nos dictase u obligase a poner eufemismos a troche y moche, porque decir la verdad no es políticamente correcto (como decían en mi pueblo «decirle al pelón “pelao”, no es “pecao”»…)
Pero es que estoy viendo que los políticos y otras gentes de mando en plaza o que tienen mano en la opinión pública van marcándonos territorio y ya quieren, además de encerrarnos en nuestros domicilios (muy atendidos por multitud de voluntarios, bancos u ONGs para que nos lleven la comida, hagan gestiones o nos traigan medicinas), que nos vacunemos y tengamos una cartilla o documento en donde vengan contenidos nuestras enfermedades y tratamientos médicos, todo ello en aras de defendernos de la pandemia y otras enfermedades, sin salvaguardar la privacidad que todos esos datos merecen, pero confinándonos -al fin- a la soledad del hogar y al alejamiento de nuestros seres más queridos, todo en aras del mimo y cuidado que nos tienen…
Ya podrían ser menos amorosos y más prácticos y bondadosos con nosotros y no meternos en el mismo lote a jubilados de 65-70-75 años y ancianos que sobrepasan los noventa, cual si fuésemos rebaño del mismo redil, sin tener en cuenta nuestras características personales y genéticas (nuestra inteligencia, sabiduría, sentido común, dotes personales, experiencia… que no se van de un plumado, pasada la barrera de la jubilación; tampoco se nos esfuma la valentía de afrontar lo que la vida nos ofrezca ni nuestras ansias de vivir en libertad sin restricciones por la edad que se tiene). A esta gente que así nos trata y baraja, también les llegará alguna vez la jubilación y la vejez, y a lo mejor o peor, comprenderá, posiblemente tarde ya, lo que nos están haciendo con tanto confinamiento y empecinamiento de cuidado intensivo para tenernos fuera de juego de la vida. Somos personas con sentimientos, emociones, proyectos de vida… que queremos seguir experimentándolos y llevándolos a cabo para que nuestra realización personal y social sea lo más completa posible y de manera libre y espontánea.
En este puzle social que formamos todas las personas de todas las edades, los ancianos -más o menos jóvenes o viejos- somos imprescindibles y es una inconsciencia y un despilfarro tirar por la borda todo lo que podemos aportar -y de hecho aportamos- en todos los campos de la vida (familiar, social, económico, ejemplar, etc.).
Por eso quiero acabar este artículo con el chiste que he oído contar, tantas veces, referente a este caso que estoy tratando, aunque suene un tanto escatológico u ordinario, pero valga la idea que representa. Estaba en su casa un viejo, sentado en su sillón, mientras el resto de la familia deambulaba a su alrededor, y viendo como aquél se bamboleaba de una lado para otro, mientras todos decían «cuidado, el abuelo se va a caer, cuidado que el abuelo se caerá…», hasta que tuvo que saltar, cual exabrupto, el propio anciano, exclamando «Ya es que no se puede pegar uno ni un “peo” a gusto en su casa…»
Termino diciendo, como el viejo en su hogar, que nos dejen tranquilos vivir nuestra propia vida, sin aprovecharse -en exceso- de las circunstancias sanitarias, políticas y ambientales que nos ha tocado vivir a todos…
¡Basta ya!
Sevilla, 24 de abril de 2020.
Fernando Sánchez Resa