Por Mariano Valcárcel González.
Hace unas semanas asistí a un curso sobre la cuestión de la violencia de género en el siglo actual. Desde luego los asistentes, gentes de edad provecta y muy al cabo ya de la calle en cualquier tema, estábamos desde el primer día ya a favor de tal cuestión a pesar de nuestros antecedentes.
A favor, porque los hechos mandan, las evidencias son abrumadoras y la evolución de la sociedad y de las mentes requiere que nos adaptemos a las nuevas formas de pensar.
Pues basta con pensar un poco (no hay que ser ningún intelectual para ello) para aceptar que es necesario un cambio radical en la forma de abordar el hecho de que la mujer está ahí y posee todos los derechos humanos inherentes a la especie, sin distinción a priori de sexos. Hombre y mujer son dos partes de nuestra humanidad, iguales. Por lo tanto, basados en esa igualdad deben ir todos los demás aspectos y desarrollos sociales, culturales, laborales, familiares, sexuales, etc., etc. Que existen diferencias palpables (la misma división natural de cromosomas lo indica y determina) no quita que, como personas, la igualdad se deba admitir.
En esto estábamos todos los asistentes conformes. Las ponentes (pues fueron mujeres siempre) exponían, defendían y aclaraban sus conceptos teñidos de más o menos feminismo militante. Curiosamente había varios argumentos fijos reforzados por fotos y esquemas también fijos, que se repitieron casi siempre fuese quien fuese la ponente. En esto yo eché de menos más amplitud de argumentos y recursos o más avance en el análisis y en la posible acción necesaria para revertir de una vez por todas la permanente situación de desventaja y sometimiento que todavía la mujer puede sufrir (más desde luego en unos lugares que en otros).
Declaraba alguna de las profesoras la gran dificultad que encontraron para desarrollar la temática en ciertos centros educativos, sobre todo en los que predominaban los jóvenes de clase proletaria. Se sentían impotentes para argumentar la realidad de una igualdad que ellos (y tal vez ellas también) consideraban inexistente. Los roles de pareja (ella es mía) o sexuales (ella me debe satisfacer), que se imponen ahora entre los jóvenes, son un verdadero muro para alcanzar la meta de la tolerancia y el respeto hacia la mujer. El retroceso en esto es evidente y evidentes sus efectos, tal que nosotros, los que ya tenemos cierta edad y hemos vivido en una cultura machista, no lo comprendemos, pues siempre hemos pensado en el progreso del pensamiento humano. Claro, si te encuentras casos como el del papá de uno de los nenes de la “manada” que lo justifica por lo guapo que es, pues apaga y vámonos.
La violencia de género (o machista en sus casos) permanece y es una lacra, porque a los factores personales y muy particulares de cada caso se les une una inadecuada acción educativa y pedagógica dirigida a las generaciones futuras. Si el mal no se arranca de raíz, no hay nada que hacer.
Entre los temas desarrollados, el de identidad sexual y su elección era también fundamental.
Ya escribí que en su momento me interesé por la sexualidad y su enseñanza. Precisamente advertía que en el apartado de problemas, patologías o desviaciones sexuales habría que hacer revisión de lo que en ese tiempo se consideraba y se considera ahora.
Se nos mostró una panoplia actual de lo que se considera identidad de género y sus casi infinitas variantes, tal como aquellas combinaciones que estudiábamos sobre los guisantes de Mendel, que salían bastantes posibilidades. Así y según el criterio absoluto de la elección personal (supuestamente libre), las combinaciones de tendencias, actitudes, posibilidades y realidades en la sexualidad de cada persona con respecto a sí misma y a los demás son de lo más variado.
Todo basado en el libre albedrío y, por supuesto, en el respeto al mismo de todos y entre todos. Pero creo que se choca en este tema con demasiada manga ancha, en relación a olvidar que la sexualidad de cada cual no surge así de pronto y se determina también de golpe y ya bien definida; depende del desarrollo personal tanto físico -desde luego-, como, y creo fundamental, emocional y de la personalidad. Si la personalidad no está desarrollada tampoco estará desarrollada la vida afectiva, que sufrirá vaivenes a veces poco comprendidos. Por lo tanto, la vida sexual y su clara determinación y adopción no estará bien definida hasta que la personalidad lo esté; así que irse a la ligera, hacia una tendencia sexual determinada puede ser contraproducente y errática. Cierto que esto puede llevar tiempo y a veces nunca cerrarse, según la madurez personal. Yo no considero que se puede ni se deba ir por la vida encaprichado y según venga en gana ser una vez de una tendencia, al día siguiente de otra, al tercero de la contraria o, como argumentan algunos, no saber con qué carta quedarse (o sea, no saberse nada). Pues aparte de la mera sexualidad, en sí estamos hablando de los sentimientos, lo que no es baladí.
Se insistió también en el tema de los abusos sexuales sufridos por la mujer frente a una sociedad machista dominante. Los abusos de esta clase, por ejemplo los de los empresarios que tienen empleadas, han sido constantes en nuestro conocimiento; todos sabíamos de esa existencia, lacra del señoritismo en ciertas zonas. Sí; si quería tener trabajo (el que fuese) la mujer, muchas veces tenía que aguantar al patrón o jefe sobón, de mano tonta y bragueta abierta, bastantes de ellos puercos hipócritas de misa y escapulario.
Surgido eso, llamado “me too”, como denuncia atrasada de los abusos de jefes y compañeros de trabajo de actrices o mujeres destacadas en sus profesiones (incluso políticas) se ha desatado cierta –creo- histeria al respecto. No es que no se entienda como aberración y abuso (llegando al delito) el ejercido por esos varones prepotentes que sabían que tenían en sus manos las llaves de ciertas carreras y profesiones de las mujeres a su sombra, no; es que irse a la destrucción absoluta ahora de quienes eso hicieron (y disfrutaron) en muchos años atrás, ya tal vez no tenga más justificante que una clara venganza. Es pedir cadena perpetua por los errores de antaño, nunca así expiados ni con posibilidad de redención.
El caso, precisamente, de Plácido Domingo es paradigmático, tanto en su génesis y realidad como en el desarrollo de las denuncias, de las justificaciones del tenor vacilantes y luego muy tardías, y de las consecuencias que lo dejan en triste término de una carrera antes exitosa.
Puede que se pretenda llegar al escarmiento público para que en la actualidad y en el futuro no se vuelvan a repetir tales barbaridades, vistos los ejemplos. Sí, pero esto es como cuando se pide el perdón de actos en los que nadie actualmente intervino… Ya se llega tarde.
Debiera tener prioridad para llegar a un verdadero cambio de pensamiento y de acción la educación desde niveles escolares, educación completa y no coja, o porque solo contempla un barniz religioso con el pecado como referente, o porque exalta las diferencias prioritarias de un sexo contra el contrario, o porque basa todo en mera fisiología sexual y sus opciones. Tratar este tema sin contemplar todos sus aspectos es fracasar. Y de fracaso andamos sobrados.