Ahora que ya creemos estar en la sociedad más avanzada del mundo mundial y todo nos parece bien, sin que nos extrañe nada, es posible que pronto surja un nuevo tipo de familia, inventado y promovido por los norteamericanos (complementado con tecnología china, como casi todo), puesto que los hábitos sexuales están cambiando vertiginosamente.
La proporción de adultos que no tienen relaciones sexuales ha alcanzado un máximo histórico en América del Norte (y, por imitación, en el resto del mundo civilizado occidental); por lo que puede no resultar vergonzoso declarar públicamente que se encuentra emparejado o amancebado (¡qué mal suena esta palabra hoy en día!) con un robot sexual más o menos inteligente que satisface todos sus apetitos sexuales de una manera metódica, sin oponerse nunca a nada, y que no le calienta la cabeza con problemas de ningún tipo; claro, eso, si el robot no tiene voz ni inteligencia artificial, porque si las tiene instaladas, mal anda todo aquel que quiera tener privacidad y silencio en sus relaciones de alcoba; a no ser que lo silencie antes de empezar.
Sabemos que ya abundan los dispositivos con forma y aspecto de mujer, principalmente; aunque los hay igualmente masculinos, que son una minoría. En caso de que se popularizase esta opción, se alterarían simultáneamente los índices de natalidad y algo más profundo: los vínculos íntimos entre los individuos, dado que en esta controversia confluiría tanto en lo físico como en lo mental, pues producirán daños psicológicos y amenazas morales en los individuos y la sociedad.
Algunos robots están programados para protestar o crear un escenario de violación sexual; o hasta están diseñados para que parezcan niños. Se ofrece una muñeca a tamaño real que puede pestañear o mover sus ojos, cuello y labios e, incluso, habla, lo cual le permite desarrollar una relación con su dueño. También se están programando robots sexuales que comienzan a negarse a tener sexo con sus dueños si detectan actitudes poco éticas o desagradables, pues simplemente se apagarán y quedarán desactivados como si de un maniquí se tratase.
Como seguro que también el robot tiene su corazoncito (y derechos) es posible que -con el tiempo- denuncie a su amo (o ama) por trato vejatorio y esclavista, en cuanto tenga la menor ocasión. ¿No será más fácil reconducir esa testosterona desbordante y administrarla cuándo y dónde sea conveniente hacerlo? Pero es que eso ya no se lleva. Ahora nos están -y estamos enseñando- que todo está permitido y que cualquier necesidad o pulsión es preciso conseguirla o alcanzarla en el preciso momento en el que se está pensando y no dejarlo para más tarde (cual lactante de pecho). La frustración se instalaría en su mente de por vida…
Vamos, que esto va a suponer un suma y sigue en la actividad sexual del ser humano célibe (especialmente varón; sin descartar a la fémina que así lo desee) que muestra su animalidad más descarnada en este tipo de actos libidinosos, tan necesarios por cierto, para la descarga física y mental de cualquier individuo; a no ser que sepa sublimarlos con otros servicios fraternos menos peliagudos e íntimos.
Yo creo que es mejor tener un robot sexual que un coronavirus a la mano, ahora que nos quieren atenazar y meter miedo en el cuerpo los medios de comunicación sobre ese tema tan chino que se expande como gota de aceite por el resto de los países del mundo; aunque -pensándolo bien- la naturaleza, tan sabia siempre, ha creado dos sexos para crecer y multiplicarnos, además de otros goces terrenales nada desdeñables. ¿Por qué no aprovecharlo? Todos sabemos que una relación de pareja se basa en la intimidad, apego y reciprocidad. Son cosas que no pueden ser replicadas por una máquina.
Por eso me hago un par de preguntas: ¿Seguiremos normalizando en un futuro la idea de mujeres como objetos sexuales? ¿Normalizaremos nuestra relación en pareja con un robot pensando que es tan bueno como una persona ya que no tenemos que discutir ni razonar nada con él? A ver si ahora va a resultar que lo que necesitamos los humanos es más comprensión y cariño (mutuo) que otras pulsiones súbitas, que declinarán con la edad y serán fungibles antes de lo que pensamos.
Como dirían nuestros abuelos y antepasados: «¿A dónde vamos a llegar?»
Sevilla, 28 de febrero de 2020.
Fernando Sánchez Resa