Me acabo de levantar temprano, como casi siempre (mi sistema nervioso me juega malas pasadas a esta edad), y me he acordado lo que me lo decía mi abuelo «¡Qué amarga es la vejez!, cuando tienes todo el tiempo del mundo, la salud no te responde y se duerme a “pijotás”; pero a todo hay que hacerse…». Es lo que hoy le llaman los psicólogos la resiliencia. La que teníamos antes -las generaciones pasadas- a raudales pues la vida era dura desde la cuna a la sepultura y las excesivas comodidades de las que disponemos hoy en día la clase media y alta brillaban -entonces- mayoritariamente por su ausencia.
Mas no creas, amable lector, que no éramos felices sino que -por el contrario- sabíamos saborear la vida de una manera más auténtica, a pesar de que la sociedad establecida nos asignara, ya desde el nacimiento, un rol preestablecido por ser mujer u hombre, muchas veces difícil de interpretar.