Por Mariano Valcárcel González.
Como anda uno ya muy baqueteado por todos sitios y direcciones y se le da una higa de ayuntamientos y componendas variadas, en aras de complacer al respetable (cuando respeta), se queda un algo boquiabierto y patidifuso ante la marea de memeces e idioteces variadas que nacen y crecen ante sus propias narices (y que espera mueran pronto).
Pero en la tesitura de esperar el decaimiento y cese de tanto dislate desmadrado que pulula por estos predios y territorios continentales e intercontinentales, no se puede quedar este uno (que no huno) sin al menos manifestar su propia opinión, sea disensión o adhesión, de lo que acá escribiré. Más por nada, por quedarme tan pancho y satisfecho.
La maldita moda de la llamada corrección política, bien asentada e institucionalizada ya en USA y exportada con eficacia a nuestro territorio, trata de no rascar en lo que no gusta, según parámetros a la moda; no incidir en realidades que no por menos reales dejan de ser terribles o injustas o meramente evidentes; esa supuesta corrección consiste en no herir susceptibilidades ni sentimientos superficiales en los supuestos heridos o apelados; y digo sentimientos superficiales porque los profundos, los generados durante siglos de horrores o injusticias, los que se transmitieron de generación en generación, esos no los borran ni los consiguen erradicar por muchas correcciones que se les hagan a los hechos, a las palabras, a las leyes.
Con la corrección, llega el fariseísmo y el melindre.
Y no es que yo diga ni predique que hay que ser incorrecto para ser eso que otros dicen “auténtico”. Esto es otra tontunada inventada e instaurada como virtud deseada para, en realidad, ocultar una mala, malísima educación y una grandísima falta de argumentación, de capacidad dialéctica y de cultura. El insulto, insulto es. Un magnífico muestrario de insultos lo hemos tenido en el mejor escaparate posible de nuestro país: en el Congreso.
Pero los fariseos de la corrección ocultan también así su capacidad de asumir las responsabilidades (o la defensa de sus irresponsabilidades) ante la historia, ante los evidentes desajustes devenidos en barbaridades y en acontecimientos despreciables o que, ahora, así nos lo parecen bajo nuestra actual sensibilidad. Y abundan en peticiones absurdas de declaraciones de culpabilidades, de expresas peticiones de perdón a los que en estos tiempos viven, pero no vivieron aquellos tiempos, solicitudes de autos inquisitoriales al más rancio espíritu de “Si un padre peca, ¿cuántas generaciones han de pagar ese pecado?”.
Llamar al pan, pan, y al vino, vino, no es ni descortesía ni incorrección; es solo ir a la verdad. Otra cosa es que no se desee, en realidad, conocer o recordar esa realidad (que es lo que según mi parecer se trata de hacer con este movimiento de almas sensibles y ofendidas o de supuestos ofensores, que ya lo son, nada más que en cuanto respiran por supuesta mala intención).
Y vienen desde todos los lados, pues si al blanco le duele que le recuerden su mal hacer, al negro el ser mal tratado; si al indio le duele haber sido conquistado, al blanco el ser nombrado genocida… Si al rojo le duele que le recuerden sus barbaridades, al azul ni se le recuerden sus larguísimos años de dictadura. A las gordas, o gordos, ni les mientes su obesidad (que es de mal gusto); a los minusválidos, su defecto, porque les hieres. No critiques al pederasta si pertenece a alguna institución importante, que es ir contra esa misma institución; y en tratándose de cuestión de género… En cuestión de género se ha llegado ya a la cúspide de la censura.
Sí, de la supuesta corrección se ha pasado a una auténtica censura que arrambla contra todo lo que signifique cuestionar las posiciones de las ramas más extremas de los movimientos de género, de no género, de ambivalencia genérica, de no sé si tengo coño o chorra, de me quiero a mí misma o mismo, o de otras cosas por surgir. Al confundir la cuestión de género, sus diferencias o afinidades, con la penosa cuestión de violencia contra las personas de distinto género, especialmente las que forman pareja del hombre (o sea su compañera, matrimonialmente o no) se ha penalizado tanto lo que se dijo, escribió, se diga o escriba ahora, que se ha de andar uno bien listo y alerta por si con cualquier acto traspasa ese límite radical de la corrección política en este campo.
En aras de lo anterior, se ha tratado (y creo que se va con éxito) no solo de neutralizar todo lo que anteriormente se hizo (literatura, pintura, cine, etc.), sino hasta querer reinterpretarlo o incluso destruirlo. Así que, por una causa justa, se va derecho a la injusticia. La historia está ahí para lo bueno y para lo malo y lo que hay es que interpretarla y enseñarla según los parámetros de antaño, pero bajo la óptica de hogaño. Eso sí que es admisible y justo. Ahora, irse contra todo lo que ya no coincide con nuestro pensamiento… Se habla -no ya no se habla-; se hace, de revisar cualquier material elaborado (cultural, artístico e incluso científico) que moleste hasta abogar por su supresión, desaparición en las catacumbas de la historia; negar su existencia. Así que, aunque el producto tuviese determinado valor antaño reconocido, sea excomulgado sin más. Quemas de libros según Savonarola (o Hitler, tal que también los quemó).
Se olvidan que lo importante es la persona en sí misma, sea o pretenda optar por el género que sea. Los actos de la persona. Luego se irá a las circunstancias que los rodearon y a su valoración. Es lo más justo.
En Úbeda, posiblemente, actuará esta primavera el tenor Plácido Domingo. Es hombre cuestionado (y tal cuestionamiento salió precisamente desde la cuna de la corrección política) por supuestos actos anteriores que yo no cuestiono ni positiva ni negativamente; pero ya han salido las de la lucha intransigente contra los abusos y los abusadores (supuestos o reales) para amenazar esa actuación meramente musical de este hombre. Los actos son nuestra responsabilidad y, de ellos, deberíamos dar siempre cuenta si se nos pide; pero ¿deberán afectar siempre, por siempre y a todo lo que nos rodee? Que uno sepa que Domingo canta y dirige orquestas…, eso se supone que hará en su comparecencia. Si tuvo una conducta poco adecuada (¿ven mi corrección política?) no sería arriba del escenario, por lo que se le aplaude; sin embargo, se interfiere en su desarrollo laboral y con éxito ya en América (expulsado de los escenarios). Práctica muy antigua la de la expulsión al fuego eterno (o del paraíso) a los declarados culpables; en este caso, de abusos de género.
Siendo la cuestión la que es, no tiraremos ninguna piedra, no vaya que nos alcance.
Hemos llegado a un extremo, en el cual andar por la cuerda floja, es lo que le sucede a quienes no tragan con la censura manifiesta, la coacción a la libertad de expresión y de opinión, la castración de las ideas. Callar incluso ante los insultos y la presunción manifiesta de tu culpabilidad. Amoldarse al perfil plano que se te exige. Amansarse.
Grandes rebaños de borregos pacen, manejados por pastores y pastoras estridentes.