Lo malo sigue

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Dos noticias me han llamado la atención estos días. Una, las declaraciones de una chica que se dice representante de Arran, rama juvenil del independentismo catalán, más radical incluso que sus valedores, los de la CUP. La otra, que se afirma que en Cuba no hay desnutrición infantil.

Aparentemente no tienen nada que ver, pero si se escarba un tantico las dos noticias se verá que algún enlace hay entre ellas. Las dos atañen a cuestiones que afectan a la sociedad y a la manera que una parte de la casta política tiene de concebirla o de estructurarla, incluso de gobernarla. Las dos tiene una base doctrinal en la que el individuo se diluye entre el colectivo, pues este tiene más importancia que aquel.

La chica “arranista”, sin pudor alguno, dijo que no se puede atender a los derechos individuales, no se pueden tener en cuenta, porque los derechos colectivos priman y lo afirma desde la seguridad firme y roqueña que le da el tener razón, “su” razón (ya escribí sobre esto de la razón como facedora de monstruos) y no hay más tu tía.

El régimen cubano desde luego obedece a esta línea, al menos teóricamente. Es el colectivo, “la nación”, al que hay que dirigir los actos políticos que deriven en actos concretos sobre la sociedad y, supuestamente, esos actos siempre irán dirigidos hacia el bien común. “Es por tu bien”. Y sí, en determinados aspectos esos actos están bien dirigidos y administrados, como en el caso de la nutrición infantil, o de la sanidad, o de la escolarización…

¿Es por eso el régimen cubano mejor que los demás? Se debería decirme que no; que no todo el monte es orégano y que hay un gran fallo en la conculcación, precisamente, de los derechos individuales. Que están, no se olvide, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Del equilibrio necesario entre los derechos individuales y los colectivos deviene, o devendría, el equilibrio social y político de las naciones.

¿Es una utopía lo anterior? ¿Es utópico pretender que tanto lo individual como lo colectivo tienen su encaje y que, si no lo tienen, debe procurarse encontrarlo, conseguirlo y aplicarlo?

Utópico no sé, pero sí que es necesario. Porque, de no realizarlo, la división social cada vez será más tremenda; la grieta y fractura entre la riqueza y la pobreza será insalvable, pero también insufrible y ello no dará lugar más que al caos irremediable. Será inevitable la insurrección de los oprimidos, de la mano de quienes únicamente les prometan la salvación colectiva (o sea, una vuelta a la tortilla).

El derecho individual es sagrado. Bien, no lo neguemos ni destruyamos; mas pongámosle límites. Sí, a la individualidad hay que enfrentarle la colectividad en sus intereses de grupo, como otro derecho también inalienable. La acción individual y su iniciativa no pueden ni debe socavar el bienestar de la sociedad en su conjunto, ni imponerse como factor más importante y, a la vez, decisivo sobre la acción y decisión colectiva.

He leído que una sociedad, para que sea verdaderamente democrática, ha de ser, a su vez, equitativa y distributiva, pues si no hay verdadera igualdad de oportunidades no hay verdadera democracia (no se parte de la misma condición ni circunstancias y, por lo tanto, nunca la carrera será justa). Alguien me dirá que existen quienes han logrado ascender, superar las dificultades de sus circunstancias personales y sociales y llegar a altas metas; sí, eso es verdad (¡ah, la quimera americana como ejemplar!), pero se debe, desde luego, más al esfuerzo titánico de mentalidades fuertemente motivadas e individualistas que a las facilidades que proporciona el sistema. En el terreno hacia el éxito quedan muchos cadáveres. No son ejemplos de nada, lo diga y predique quien lo diga o predique.

La iniciativa privada, el derecho individual, la protección de la persona como persona y no como mero componente de la masa amorfa o moldeable ha de ser básico. Y una vez llegada esa persona al alcance de sus ilusiones, metas y realidades hay que hacerle entender que existen unos límites que no debe traspasar, si ese traspaso significa ir contra los derechos individuales de los demás. Están en esa declaración nombrada con anterioridad; no nos llevemos a engaño.

El individuo ha de laborar para su bien y el de los demás (y si no le interesa el de los demás, al menos ha de ser consciente de que no puede ir hacia su destrucción, porque conllevaría la propia). Cuando se traspasan ciertos límites, la sociedad ha de defenderse como garante del bien colectivo. Por ello, la necesidad de las reglas de juego que ayuden. Los impuestos, las limitaciones empresariales y de las sociedades económicas, de los capitales y sus movimientos incontrolados, las inversiones en bienes colectivos que no beneficien solo a unos pocos, la contaduría responsable que redistribuye parte del capital y de los valores añadidos, las plusvalías, todo debe ir encaminado hacia la sutura de la brecha social.

No digo que todo sea de todos (eso siempre fue mentira) o que todos deban caer en la utopía de la igualdad fraternal (otra mentira que nunca se cumplió, porque además es imposible), sino que cada cual, en su mismisidad total (personalidad, constitución, inteligencia, sentimientos…), sepa y constate que es tenido en cuenta, valorado, servido y a la vez servidor. Que tiene sus derechos garantizados y a la vez colabora en los derechos de los demás. Sin sentirse dirigido ni agobiado por unos cuantos que se erigen en sus guías y salvadores indiscutibles, ni esclavizado y explotado por quienes piensan que sus derechos sacrosantos al poder, el dinero, la vida excesiva les es consustancial y de lo que no tienen que dar explicación alguna, ni menos todavía repartir sus excedentes.

Aunque el egoísmo nos sea innato, no debemos darle carta de naturalidad para que practique exitosamente la depredación social. Si de depredación y selección natural hablamos, habremos de entender que en esa cadena se debe mantener el equilibrio necesario para que todos sobrevivan; cuando se hipertrofia un sector, el desequilibrio lleva a la extinción del mismo; no lo olvidemos.

Si no tomamos cuenta del peligro en que nos encontramos (tan letal como el desastre ecológico), irremisiblemente se nos llevará a la catástrofe. Si esto no lo quieren entender esas supuestas élites dirigentes y, a su vez, dirigidas por los intereses sectoriales más egoístas y ambiciosos (y, entendámoslo de una vez, a los que les importa un pepino si el planeta se va al carajo o si los niños de cualquier zona pasan hambrunas mortales, que a ellos les mueve la obtención del beneficio puro y duro y, a veces, sus fanatismos religiosos), entonces y para salvarnos habremos de relevarlos, quitarlos de sus sillones y establecer un orden nuevo.

Pero no habría que llegar a tanto; solo actuar con inteligencia, conciencia y lógica.

Y hablar muy claro. Vocear. Pregonar las verdades del barquero. Porque con tanta mentira inducida y tanto adormecimiento (y tergiversaciones hábiles), mientras lo malo sigue.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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