“Los tres Mosqueteros”


Por Fernando Sánchez Resa.

“¡Qué pronto se nos ha colado junio, el último mes del curso cinéfilo 2014-2015!”, pensaba yo por aquel entonces, pues nos iba a proporcionar -a los cinéfilos ubetenses- una alegría especial, al saber que nos aguardaban cuatro películas clásicas de aventuras, en las que el final feliz estaba asegurado.

Y es que andábamos un poco cansados de tristezas melodramáticas y finales reales; necesitábamos -como el comer- finales virtuales a los que nos tenían acostumbrados los cineastas de nuestra infancia y adolescencia, en donde siempre triunfaba el bien sobre el mal, dándote un regustillo especial al término de la película, aun sabiendo que su director te engañaba bastante.

Así que, ese día, comenzamos el dulce melón que nos tenían reservado Andrés y Juan en su Cineclub “El Ambigú”, cual regalo especial del último ciclo, titulado “Grandes clásicos del cine de aventuras”, con estos cuatro peliculones: “Los tres Mosqueteros”, “Scaramouche”, “La isla del tesoro” y “Robín de los bosques”.

La sesión comenzó, puntualmente, a las ocho; pues, aunque la tarde era agradable e invitaba a charlar y departir amigablemente, sin embargo, la película “Los tres Mosqueteros” (“The three musketeers”, 1948), al ser de larga duración (128 minutos), urgía proyectarla pronto para que pudiésemos cumplir con el horario de cierre del Hospital de Santiago de Úbeda (las diez de la noche). Por eso, Juan fue dando pinceladas aclaratorias del filme, sin entrar en la trama de la homónima novela de Alejandro Dumas (Les trois mousquetaires), en la que se basaba la película; con un Gene Kelly, en el espléndido papel de D’Artagnan, haciendo gala de su fortaleza física y mental a lo largo de toda la película y con una bárbara actuación dancística pues, además de luchar y hacer de espadachín irrepetible, demostraría, con sus saltos y cabriolas interminables, que se encontraba en el mejor momento de su carrera, mostrándose como uno de los grandes bailarines de Hollywood (fue protagonista de “Cantando bajo la lluvia”).

Juan también nos dijo que su director, George Sidney, era experto en transmitir una inmensa energía a las escenas de lucha (años más tarde, volvería al género de capa y espada con la maravillosa “Scaramouche”); y que era conocido por sacar a las actrices muy guapas, como Lana Turner (Milady de Winter), cuya sola presencia llenaba la pantalla con su aroma de la mujer fatal; y con la mismísima reina, interpretada por la genial Angela Lansbury; así como del inmejorable plantel de actores como Van Heflin (el atormentado Athos) y al siempre carismático y cínico Vincent Price (cardenal Richelieu); y que fue nominada al Óscar como mejor fotografía a color. Nos comunicó que se iba a visionar en español, como prefería la mayoría de los asistentes, puesto que tenía una buena traducción y se le entendía muy bien; y que íbamos a disfrutar del color tan maravilloso de aquellos años y de unos paisajes y fotografías que nos haría volar la imaginación por los dos países en los que se desarrollaba la película, durante el siglo XVII: Francia e Inglaterra.

Por todo lo cual, bastantes experimentamos un renacer de nuestros ánimos al recordar esta peli maravillosa que habíamos visto en nuestra infancia, juventud o madurez, provocándonos ese viaje añorado al pasado más personal e íntimo, identificándonos y disfrutando de otras edades e ilusiones, pero mirando actualmente -en nuestra senescente edad- con otros ojos, seguramente más cansados, pero mucho más avizores y agradecidos.

La trama es bien conocida: la pugna entre el cardenal Richelieu, auténtico rey de Francia, que sabe manipular a Luis XIII (1610-1643) de maravilla y mantener un régimen dictatorial, tocando todos los resortes y poderes, valiéndose del conde de Rocheforty Milady De Winter, la guapa condesa tatuada con la flor de lis en su brazo derecho, que son la mano ejecutora de todas las felonías que van ocurriendo en esta historia, hasta que entran los tres prodigiosos espadachines que pertenecen al cuerpo de los mosqueteros: Athos, Porthos y Aramis, liderados por el mejor espadachín de toda Francia, D’Artagnan, un joven y valeroso gascón, quienes lograrán desbaratar todos los maléficos planes que el cardenal tenía proyectados.

En este filme, el sentido cinematográfico de la acción y del tiempo se funden, mostrando unas coreografías (como la excelente lucha entre D’Artagnan y Jussac) que equilibran los distintos planos, logrando una unidad en la narración, sin rebajar el ritmo de la película. Toda ella es puro espectáculo, donde todas y cada una de las escenas de lucha y esgrima parecen auténticos números musicales de baile, coreografiados por el mismo Gene Kelly. Es un filme romántico, aventurero, poético, sentimental, escalofriante…, usando equilibradamente la comedia, el musical, el romance, el suspense, etc. Me gustaría resaltar la frase de Athos, cuando se dirige a Lady de Winter«Te quiero como quiero a las guerras, como quiero a las borracheras, como todo hombre quiere aquello que es nefasto para él».

“Los tres mosqueteros” está llena de movimientos coreografiados, lujosos decorados y escenas de esgrima que parecen números musicales, los cuales se combinan con espectaculares escenas a caballo, luchas en grupo resueltas a la perfección y gran realismo en los momentos de violencia. Una sinfonía muy bien orquestada por Sidney. Si se está atento, se podrán descubrir -además de lo patente (el fulgor de la aventura y el rechinar de los floretes)- otras historias menores, en las que encontraremos promiscuidad, celos, infidelidad, asesinato, traición… Es paradójico y sorprendente cómo se entremezclan un musical, una aventura de wéstern, unos momentos oscuros propios del cine de terror gótico -como las escenas finales de Lana Turner– y una película infantil cercana al Mago de Oz.

En fin, la tarde-noche de aquel melifluo jueves, 4 de junio de 2015, en la que pasamos más de dos horas entretenidos y con el regusto de saber que llegaría el final feliz, en donde triunfaría el bien sobre el mal y los buenos sobre los malos (eventualidad harto difícil en nuestra sociedad actual), nos proporcionó tanta alegría que tuvimos fuerza y ganas suficientes para aplaudir con brío su final, en premio al regalo que los amigos Juan y Andrés nos habían proporcionado; para luego marchar con humor positivo por la tranquila “Ciudad de los Cerros”, en la que el fresco de la noche proporcionaría un nuevo refuerzo positivo a aquellos aficionados cinéfilos que siempre sueñan con la mágica tarde-noche del jueves, pues saben -a ciencia cierta- que se la colorearán de imágenes y música especiales, aureolada con la imaginación desbordante de cada cinéfilo de turno.

Sevilla, 28 de agosto de 2019.

fernandosanchezresa@hotmail.com 

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