Mi nuevo reto

Por Margarita Latorre García.

Hace casi dos años que, por motivos familiares, tuvimos que mudarnos a Sevilla. Así que después de buscar en internet, que sabe y tiene de todo, por fin encontramos, en la zona más céntrica de la capital hispalense, un pisito donde acomodarnos.

Quien me conoce sabe que los cambios me cuestan horrores y que otra cosa que me supera es orientarme en un sitio nuevo. Al principio, me conformé con saber ir a casa de mi hija y poco más; siempre que salía a otros sitios era acompañada por mi marido; así descubrí, con gran sorpresa, que la calle Sierpes, de la que tanto había oído hablar, estaba muy cerquita de donde vivimos.

Poco a poco, con las distintas salidas, fui ampliando mi círculo de movimientos. En uno de esos paseos y, casi sin darme cuenta, vi una tienda con una colcha en el escaparate donde vendían telas para patchwork. Siempre me había llamado la atención esa técnica, pero nunca me decidí a buscar quién me la enseñase. Para otros aprendizajes me he servido del ordenador; pero, para ésta, no me atrevía.

En fin, entre unas cosas y otras, casi habían pasado tres meses desde nuestro aterrizaje en Sevilla, cuando un día, después de mucho dudar y animada por Fernando, entré en la tienda, solo para preguntar. Allí me atendió un señor muy amable que me dijo que daban clases de patchwork y me presentó a Inma, su señora, y dueña de la tienda. Total; yo, que solo entré a preguntar, salí apuntada a las clases, que serían -todos los lunes- de cinco y media a siete y media y que empezaría en enero, en cuanto acabasen las fiestas.

Cuando éstas pasaron y el calendario dijo que era lunes, agarré mi bolso y pertrechos de costura, además de algo para escribir y, con muchos nervios, que intenté disimular, me fui para empezar mi primera clase de patchwork.

Inma me presentó a Salud, la que sería mi profesora. Cuál no sería nuestra sorpresa que, al preguntarme ella de dónde era y decirle yo que de Úbeda, me respondió, con alegría, que allí tenía unos primos, los Medel, y que si los conocía…

Claro, dije, yo. ¿Quién no los conoce? En su tienda tenían de todo. Acaban de jubilarse… “El mundo es un pañuelo”, pensé yo.

Las compañeras, muy amables y simpáticas, se presentaron; y, si digo la verdad, no me quedé con ningún nombre, ni siquiera con el de la profesora. Recuerdo que en una de las siguientes clases la llamé Salomé, en lugar de Salud. Yo sabía que el nombre empezaba por s.

Bueno, pues Salud me preguntó por mi nivel en esta técnica, a lo que respondí «nada de nada, o sea, cero patatero». Y después de comprar mis primeras tres telas (una blanca y dos azules), empezó a explicarme los rudimentos de la técnica para hacer el Sampler, que para entendernos es como un muestrario base para aprender distintas técnicas y maneras de coser en patchwork.

Ese día solo corté las piezas del primer bloque, llamado El vuelo de la oca, y empecé a coser muy modosa y calladita, lo que me había mandado la profe. Para el lunes siguiente llevé hechos los deberes y otros materiales, como la lija y el cuaderno. En los distintos lunes, Salud me fue explicando otros bloques: La estrella de Ohio, Log cavin, El borracho, El compás del marinero…; y otras que no tienen nombre, siendo todas preciosas, con lo que me fui haciendo con las distintas formas de coserlas y sus bonitos diseños. Como es natural, necesité más telas, que fui añadiendo con las distintas muestras. Yo ya iba cada lunes más sueltecilla, no solo en costuras, sino en hablar, y además hice alguna cosilla distinta de los bloques, como los acericos, las gallinas, la pelota…; pero siempre admirando la soltura de mis compañeras, a las que veía -y sigo viendo- como verdaderas expertas.

Lo que se me seguía resistiendo eran los nombres de mis compañeras. La verdad que me aprendí solo el de Salud, aunque poco a poco y, gracias al grupo de WhatsApp con el que nos comunicamos, me aprendí alguno. Y así llegó el final de curso, en junio. Yo llevaba treinta y cinco bloques hechos, pero le dije a Salud que, si le parecía bien, en vez del Sampler, podría hacer con ellos dos colchas para sendas camas de noventa. Ella dijo que perfecto. Me hizo el cálculo de bloques y eran cuarenta y cinco para cada colcha, por lo que necesitaba noventa, en total. El último lunes compré más telas y, muy animada, pensé que en el verano y hasta octubre, que empezaría el nuevo curso, haría y llevaría todos mis bloques. ¡Qué equivocada estaba! Recordé aquel refrán de mi padre: “El perro que se traga un hueso, fuerza tiene en su pescuezo”.

La verdad es que, en principio, me apliqué bastante; y, además de los bloques, hice unos bolsos de verano preciosos, pero me cansé y me puse a hacer otras labores, “abandonando” un tanto el patchwork.

Y así llegó nuevamente octubre. Esta vez adelantamos las clases, media hora, o sea, eran de cinco a siete. No volvimos todas, pero sí seis de las que estábamos el curso anterior. Y esta vez decidí que me aprendería todos los nombres: Mari Carmen, Inma, Concha, Adela, Bienve. Se sumó una nueva Concha. Así que nos juntamos siete, más la profe, o sea ocho.

Seguí con mis bloques, a los que no les veía el fin. Noventa son muchos, con demasiados puntos, aunque todas me animaban a montar -al menos- una de las colchas. Yo siempre decía que tenía que tener todas las muestras. La verdad es que al principio he estado algo lenta; luego me animé y me animaron (¡tengo unas compas y una profe maravillosas!), y además de los bloques he hecho un bolso muy chulo, unos monederos, un perro para Abel y un costurero de viaje. ¡Ah! y los “vacia-bolsillos”, cuatro en total. Esos que decíamos que eran para pedir en las iglesias pero, al final, aún no he podido terminar las colchas. Tengo una, casi cosida, y comprados los materiales para acabar ambas, pero me ha sido imposible. Espero que este verano cosa la base de la segunda. Y el próximo curso, por fin, pueda terminarlas. ¡Esto me está durando más que la obra de El Escorial!

He hablado un poco de Salud, nuestra profesora, pero me gustaría añadir que es simpática, agradable, con una paciencia infinita y con mucha pedagogía y habilidad innatas para enseñar; o sea, un verdadero diamante y no precisamente en bruto, sino súper elaborado y de muchos quilates. También quiero hablar de mis -al principio- compañeras y, ahora, amigas: son todas maravillosas.

Inma, con sus continuas prisas, bolsos, los famosos “poños”, y sus preciosos pinos de Navidad, amén de otras labores como los monederos de hexágonos que estaba haciendo cuando empecé y que me causaron tanta sensación.

Concha es muy simpática; con sus viajes al extranjero a ver a su hija y nietos y al norte para comer marisco con su hijo; y que junto con Bienve y Mari Carmen están acometiendo una obra de costura que yo veo dificilísima, con tanto cuadrito y tantas piezas minúsculas.

Bienve, a la que ya he mentado, con su carácter decidido y siempre pensando en hacer algo nuevo, aunque luego -como dice ella, graciosamente- sea para guardarlo en la cajita.

La otra Concha que se incorporó al principio de este curso, haciendo aquel bolso para su nuera en tonos malva, que era una preciosidad. Siempre muy trabajadora y aprovechando el tiempo al máximo.

¿Qué decir de Adela? Siempre está haciendo muchas cosas, como las preciosas colchas de cuna para sus casi nietos, que le han nacido este año, y para el que le vendrá en breve. Como muestra de su bondad, tengo que decir que me ha dejado su sitio, frente al aire acondicionado, esos días de calor bestial, que para mí tanto abundan en Sevilla, en los que hasta El Giraldillo coge el abanico…

Y Mari Carmen siempre dispuesta a dar ánimos y a ayudar en cualquier tarea, sobre todo a la hora de escoger telas, cosa que se le da de fábula. Llamándome por teléfono para ver cómo van las muestras, los remolinos, el acolchado… En fin, todo lo que hago.

Nuestra última compañera ha sido Menchu. Llegó muy avanzado el curso, venía de otras clases de las que parece no andaba muy contenta y dispuesta a acabar el Sampler y empezar otras labores. En seguida, ha cogido onda y ya es una más del grupo.

Un recuerdo muy especial para Maruja, a la que solo vi una vez; pero que a través del WhatsApp, siempre estaba muy presente en nuestras clases. Seguro que ahora -desde el cielo- nos verá todos los lunes y allí también hará las preciosas labores que tanto le gustaban.

En realidad, creo que todas venimos, además de aprender algo bonito y útil, a pasar un rato agradable y desconectar de las neuras y prisas del día a día.

¡Qué bien nos lo pasamos en esta última comida de despedida de este curso, aunque se echó en falta a las dos Conchas y a Menchu! A ver si para la próxima comida podemos estar todas.

Estamos en julio y os echo de menos. Con vosotras, además de familia, tengo amigas. Gracias por vuestra ayuda y cariño. Sevilla es muy bonita, pero lo es más desde que estáis vosotras en mi vida.

¡Muchas gracias amigas!

Nota: las seis primeras imágenes son trabajos de la autora; el resto, de la profesora y de algunas alumnas.

Sevilla, 23 de julio de 2019.

margaritalatorreg@gmail.com

Deja una respuesta