Por Fernando Sánchez Resa.
Una vez transcurrida la compleja y sentimental jornada sabatina de ayer, complemento y culmen de la tarde del viernes, cojo temprano -y con ganas- el ordenador, en esta mañana dominical, fresca y veraniega, mientras escasas y finas gotas de lluvia serpentean el firmamento ubetense. Pretendo elaborar un artículo que refleje mis impresiones y reflexiones más íntimas -cual flashes emocionales de alto voltaje humano- sobre este emotivo y trascendental encuentro, habiéndome propuesto firmemente no tomar apuntes durante su transcurso, dejándolo todo en manos de mi volátil memoria y del momento de inspiración más apropiado para que no los contaminasen en demasía.
Todo empezó -para mí- el viernes por la mañana, en Sevilla, cuando tras madrugar, poner en funcionamiento a mi añorado nieto Abel y llevarlo a su cole, mi esposa y yo partimos -con ilusión renovada- hacia la “Ciudad de los Cerros”, ya que por la tarde estábamos citados en una de las aulas en las que cursamos magisterio, durante el trienio 1970-73, por José Mª Berzosa Sánchez, a las 19 h, como presidente dimisionario de nuestra Asociación de AA. AA. de Magisterio de la Safa de Úbeda, para dilucidar qué haríamos con ella, pues lleva languideciendo demasiado tiempo.
Las tres horas de viaje transcurrieron con prudencia y mesura, entreveradas de música clásica, conversación agradable, paisajes cambiantes y un tráfico intenso en el que los camiones de gran tonelaje ganaban por goleada.
La comida, en el Restaurante “El Seco”, supo compensar el cansancio y el hambre acumulados de una manera portentosa, preparándome para la cita de la tarde.
Como últimamente, siempre que venimos a Úbeda, lo hacemos de turistas residentes ocasionales, por lo que no nos faltan encargos, compras y entretentas con las que llenar el tiempo del que disfrutamos en nuestra ciudad de nacimiento, llegué un poco tarde al patio de la Safa, que estaba exultante de público, aunque no precisamente de los antiguos alumnos safistas, sino de los actuales que también tenían sus citas propias del momento en el que nos encontrábamos, casi final de curso.
Allí, tras saludar a algún conocido, fui conducido amablemente por el servicial Pepe Aranda al aula en la que ya se encontraban reunidos los tres componentes de la junta directiva de la Asociación de Antiguos Alumnos de Magisterio de la Safa de Úbeda, pues el cuarto (Paco Herrera Navarro, nuestro tesorero, que en paz descanse) ya anda disfrutando -inesperadamente- del descanso eterno, y cuatro aguerridos asistentes, a los que me sumé, para seguir debatiendo sobre el futuro de nuestra asociación, barajando dos opuestas opciones: liquidarla o reflotarla; ganando, por el momento, la segunda opción, ya que José Luis Rodríguez Sánchez se ofreció amablemente a ser el futuro presidente, al venir desde Marbella henchido de una fuerza interior arrolladora, tras su reciente jubilación. Por ello, quedamos que, en la tercera semana del próximo mes de octubre, se haga la cita anual oportuna y allí se decida democráticamente, con más fuerza, mayor número de asistentes y/o asociados y seguridad, si se acepta al nuevo presidente y en cómo debe quedar este preocupante tema.
Tras ello, marché a casa para seguir haciendo las labores propias de mi sexo, con connotaciones actualizadas de género, no sin antes charlar holgadamente con algunos de los compañeros safistas, mientras que otros alargaban el encuentro amistoso yéndose a tapear y cazar -alevosamente- la nocturnidad y la magia de la ciudad que tanta vida les insufló en su infancia y adolescencia.
Y llegó el sábado, el día grande y esperado, cuando gran cantidad de antiguos alumnos íbamos a juntarnos en tres sitios privilegiados de la casa madre safista de Úbeda: la magna y señorial iglesia; su asfaltado e inmenso patio de entrada; y el grandioso salón de actos; todos ellos testigos silenciosos de la larga historia por la que han transitado tantos alumnos, personal no docente y profesores, siendo estos tres lugares, a su vez, coprotagonistas indiscutibles de los multivariados aconteceres humanos allí vividos y vivenciados.
Yo, que suelo tener puntualidad inglesa, tuve que llegar nuevamente tarde a la santa misa, a pesar de haberme levantado temprano, pero la realización de encargos ineludibles, tanto en la plaza de abastos como en otros establecimientos ubetenses, que abrían a las 10, me impidieron estar a su comienzo, aunque tuve suficiente tiempo para poder apreciar la magnificencia del acto litúrgico, en ese incomparable marco; la devoción con la que la gente asistió; la acertada prédica del R. P. Enrique Gómez-Puig Gómez, S. J., Director General de Fundación y Patronato SAFA, que haría doblete, después, al intervenir también en la clausura del encuentro a celebrar en el salón de actos; los tres cuartos de aforo ocupados por antiguos alumnos (con o sin consortes, o pareja) creyentes y practicantes católicos, mientras otros componentes del colectivo safista permanecían en el patio de entrada, charlando y haciendo hora para estar presentes, a las 10,45 h, en la foto de conjunto que Pepe Aranda, y algún fotógrafo aficionado más, inmortalizarían para siempre; las canciones patriótico-religiosas de la época escolar durante la misa, animadas por la potente y sobresaliente voz de barítono -o quizá sea de tenor- de Rafa Gómez Perea, hermano del jesuita Padre Gómez que se encuentra enterrado en la cripta del centro; la compenetrada celebración religiosa del R. P. Enrique Gómez-Puig Gómez, S. J., con el párroco de la iglesia de San Juan Bautista, don Eusebio Figueroa; la paz sincera entre hermanos como muestra destacada del especial día que celebrábamos; y la despedida final, entonando la “Salve Madre”, dedicada a la Virgen María, las madres y las mujeres o esposas en general, que nos puso a todos el vello de punta y el alma henchida de amor al realizarla a viva voz y sin acompañamiento musical, rememorando aquellas celebraciones marianas del mes de mayo, aunque estuviésemos en junio.