Imposturas

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

A vueltas con los impuestos.

Impuestos sí, impuestos no. En aras de las ideologías se decantan los programas electorales por una u otra alternativa. Y a las ideologías -no lo olvidemos- las alimentan en este aspecto las teorías y prácticas económicas, tan divergentes a veces.

Ya he divagado cercanamente sobre la derecha depredadora, afín al capitalismo ídem. No defienden más que unos intereses muy particulares y concretos, alejados del concepto del bien general o bien común.

Vale; entremos en el tema: ¿Se deben pagar impuestos? ¿Son necesarios? ¿Cómo hay que gestionarlos y distribuirlos? ¿Deben ser lineales o progresivos? ¿Han de haber exenciones, bonificaciones o excepciones para entidades o personas? ¿Quiénes los deben recaudar?

Voy a retorcer la argumentación, empezando por lo que es incuestionable: que nadie quiere pagar impuestos; o, de hacerlo, que sean los mínimos.

¿Por qué en España somos tan reacios a pagar impuestos? ¿Por qué procuramos escaquearnos de esta obligación?; muy sencillo, porque no nos fiamos. Como no nos fiamos del paradero y de la utilidad que van a tener esos impuestos, pues intentamos tener la menor pérdida posible. Que eso del dinero está mejor en el bolsillo nos es claro, más cuando vemos en demasía que va a parar a manos de indeseables, chorizos de guante blanco o negro que lo derivan para los suyos, sus cuentas en el extranjero, sus inversiones en buena vida, lujos, exclusividades… Así, con estos mimbres, es lógico que no queramos contribuir, por manifiesta estafa.

También observamos cómo los impuestos son mal aplicados, empleados en empresas o programas a veces ruinosos, indeterminados, mal planteados y peor ejecutados, dilapidados en inútiles ideas sin provecho. Por eso, nuestras reticencias para creer que ese dinero que se nos detrae será aplicado en provecho de la colectividad; así que, cuanto menos, mejor; al menos, uno lo utilizará en su beneficio.

Lo anterior justifica una tradicional postura española de rechazo a los impuestos (y de su evitación), que viene de siglos de esquilmado de las clases trabajadoras y pobres en exclusivo beneficio de las pudientes, realeza, nobleza, clero… ¡Y cómo demuestran los datos y evidencias históricas esa tenaz y constante rapiña!

Que luego apareciesen teorías y prácticas, en principio más equitativas y justas, no evitó, por la forma en que se aplicaron, que el personal común se siguiese sintiendo estafado y robado. Y, por ende, empeñado en evitar serlo. Pero los tiempos, al cambiar, dejaron en manos del Estado (o de otras administraciones que ya no eran las del antiguo régimen) la obligación de atender aspectos que antaño o no se atendían o se atendían circunstancialmente y según quienes lo hiciesen. El Estado quería el bien de sus ciudadanos y debía proporcionar los medios para conseguirlo. Por lo tanto, el Estado necesitaba dinero; dinero que recaudaría vía impuestos, tasas y demás argucias. Se montó toda una tramoya, cada vez más perfeccionada, para conseguirlo.

En países, en los que la concienciación política corre paralela a la concienciación ciudadana, también va paralela la convicción de que los políticos deben procurar el bien de sus votantes y que, si en ello se emplean, se dan por buenas las contribuciones al erario público que el colectivo ciudadano aporta para facilitarle el trabajo a los políticos. Los impuestos, así entendidos (el dinero público es de todos), son buenos y necesarios.

Sin embargo, acá (y en otros lugares, cierto es) siguen clamando como programa los partidos que defienden la disminución drástica de impuestos; y si pudiesen hasta eliminarlos, creo.

Pero le pedimos al Estado (y otras administraciones) que nos apliquen y faciliten servicios e infraestructuras que cuestan bastante y eso no viene caído del cielo. No llueve maná por gracia divina. En esto, es cuando los políticos y sus agrupaciones entienden el nivel o grado que hay que emplear en las aportaciones, en quienes han de aportar, cuando y bajo qué condiciones; unos a la baja y otros al alza.

Creo que debería quedar claro que “la fama cuesta”, o sea, que tener lo que queremos tener para desarrollarnos, llegar a cierto grado de bienestar, conseguir progresar, como personas y como colectividad, es costoso. Y, para lograrlo, hay que aportar sin remedio.

La lógica nos dice que debe pagar quien más tiene, porque es que además quien más tiene es quien más disfruta y puede disponer de lo que hay en su entorno; por lo tanto, debería contribuir más para mejorarlo (por ejemplo, si quiero volar más y mejor, debería entender que pagara más por hacer aeropuertos). Negar esta lógica es meramente ir al robo y al expolio de las clases que siempre pecharon, las medias y trabajadoras.

Bueno, que hay quienes gustarían de pocos impuestos a los que más podrían pagarlos; ¿por qué?, pues porque se supone que los pudientes se apañan con sus recursos, sin necesidad de que nadie se los administre; vale, pero es el caso de, por ejemplo, que quieren más ejército; un buen ejército, numeroso y bien armado, necesita dinero, ¿no?, bastante; ¿de dónde afanar ese dinero…? Me temo que lo harían de los de siempre, ya citados. Y los de siempre se quedarían sin otros servicios, de los que no podrían prescindir sin grave lesión de sus vidas y haciendas.

Y ahí estamos. Mintiendo en lo de la rebaja de impuestos, porque no aclaran cómo se financiarían los recursos necesarios para el funcionamiento equitativo del Estado y no dicen sinceramente que lo lograrían, eliminando partidas sociales principalmente; no deseando aplicaciones fiscales progresivas, que serían las más justas. Siguen entendiendo, como ya definí, que la vida es mera lucha darwiniana, aunque lo desmientan con clamas religiosas o humanistas.

La civilización occidental es más, mucho más, que una mera retahíla de lecturas o citas histórico-doctrinarias acartonadas en las bibliotecas. Parece que alguien se olvidó del correr de los tiempos.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

Deja una respuesta