Por Mariano Valcárcel González.
Como hay quienes propugnan volver a la “reconquista” y para ello se acuerdan de Don Pelayo y de los Reyes Católicos, no es menos cierto que saben que para empresa de tal calibre hace falta apercibirse de un grueso ejército, vamos, mesnadas a tutiplén.
Entonces van y recuerdan que en algunos tiempos existió el servicio militar obligatorio, popularmente denominado “la mili” (que no era una de aquellas famosas gemelas, Pili y Mili). Y quieren que vuelva, ¡por Dios y gloria de España, vuelve! Debieran recordar también que fue uno de los suyos (y no un desgraciado rojo) el que suprimió tal corvea; y es que, al igual que con eso de la familia tradicional, son los de estas cuerdas los que, precisamente, menos se aplicaron en el deber militar (y si no que se pregunte quién la hizo, la mili, y quienes se escaparon de la misma, que habrá sorpresas).
Ya escribí también algo sobre el ejército que me tocó de reemplazo, ejército franquista; pero primero algunas consideraciones respecto a la idea del retorno.
Ya de por sí el iniciar nueva recluta tendría que adaptarse a los tiempos, que no son los mismos que los de antaño (aunque alguno se lo crea), y para empezar es de suponer el rechazo mayoritario de los afectados y la apelación a la objeción de conciencia, aparte de los condicionantes sociales y económicos de los jóvenes (y de las jóvenes, que supuesto es que entrarían en las levas al igual que los varones).
Y en cuanto a la estructura, organización, acondicionamiento y financiación de todo lo que el proceso determinase la cosa tendría sus más y sus menos… ¿Se querría un ejército realmente efectivo, bien dotado, adiestrado y organizado? Pues eso se logra con dinero, mucho dinero y no solo para las pagas de oficiales y suboficiales, sino para mantenerlo en forma y apto para intervenir si se requiriese.
Como miran tanto hacia atrás, tal vez se conformasen con tener un ejército tipo franquista, apenas un asustaviejas para mantener apariencia de orden y mando sobre la sociedad civil. Algunas unidades operativas y dotadas convenientemente y lo demás verdadero saldo solo con la intención de mantener puestos y cargos y los sueldos correspondientes. Aquél ejército era una verdadera ruina; pero, eso sí, nos tenía atrapados a generaciones enteras o en sus acuartelamientos durante bastante tiempo o en la reserva (y las revistas de la cartilla militar). Y sin trabajo en ese periodo castrense.
Así que irse al retorno del servicio militar obligatorio en aras del falso patriotismo y de un llamado a la disciplina regeneradora de hábitos cívicos sin más (aparte de fomentar la influencia de la casta militar) es irse a la nada.
¿De dónde se habría de sacar el dinero necesario para este tema (y otros no menos importantes)? Alguien pensaría con gran lógica que debiera ser de los impuestos pagados. Los impuestos son el combustible de la máquina administrativa y gubernativa y, si se le pide más trabajo e inversión, habrá de aumentar la tasa impositiva. Pero es que, paradójicamente, quienes propugnan lo anterior, a la vez claman por la reducción drástica de los impuestos. Aquí no vale lo de “¡más maera que es la guerra!”…
La derecha, en especial la extrema, es darwinista. Sí, practica, o eso quiere, un darwinismo social inmisericorde. El que puede lo tiene, el que no, se fastidia o que lo hubiese previsto. El darwinismo social se aplica por la fuerza bruta del capitalismo salvaje o de un supuesto liberalismo extremo, más atento a la propiedad, los bienes y su explotación y beneficio exclusivo que por la aplicación cívica de la igualdad, la legalidad y la libertad aplicada a establecer una sociedad librepensadora y democrática, donde el ciudadano pueda tener acceso a los beneficios resultantes en igualdad de condiciones.
No; el darwinismo social solo considera útil y efectivo lo que suponga triunfar sobre los demás en lo económico y en los privilegios que de ello se derivan. Y en la insolidaridad como lema. Si los impuestos significan solidaridad con el débil, anúlense esos impuestos (pues el dinero donde mejor está es en el bolsillo del que lo tiene, según dicen algunos políticos). Para esta derecha depredadora, cuanto menos Estado interventor mejor, cuantas menos regulaciones, mejor; parecerían anarquistas y en realidad parten de su misma idea, solo que el anarquismo es de un idealismo evangélico y buenista y, el de aquellos, mera lucha.
Para colmo, se dicen también “humanistas”; evocan una esencia que tendría supuestamente al hombre como referencia en la dimensión de un humanismo cristiano. O sea, que apuntan a la esencia doctrinaria de la cultura judeocristiana como fuente y base firme y útil de la existencia occidental. Un humanismo que debería ser interpretado como pervivencia de toda la tradición llegada hasta nuestros días, religiosa y cultural, y que mama de las ubres también de siglos de conocimientos grecorromanos.
Deben ser bipolares. ¿Cómo apelar al humanismo, con su carga esencial centrada en el hombre y sus valores y miserias, como ser a tener siempre en cuenta, y a la vez irse a practicar el tremendo e injusto darwinismo económico y social que excluye a millones de hombres y los deja a merced de sus escasos recursos y posibilidades…? ¿Es eso humano?
Tengamos recursos para que nuestra casta, nuestro estrato social y económico pueda vivir seguro y bien; primero apelemos a nuestros propios recursos, ganados generalmente con el esfuerzo de otros; luego apelemos a los recursos del Estado que deben garantizarnos esa seguridad, tanto personal como global y de medios. Hasta ahí han de llegar los recursos comunes allegados vía imposición y no más. Lo que quede descolgado lo podremos solucionar con nuestra riqueza, aunque a los demás no les llegue para remediarse.
Sanidad, enseñanza, justicia… ¿A qué preocuparse? Ahora, eso sí, habilitemos un ejército, no demasiado caro, claro, para sentirnos seguros.