Por Mariano Valcárcel González.
Visitando recientemente la capital provincial, comprobé algún que otro “capricho” urbano y cultural realizados o iniciados en la misma y que merecen cierta crítica y reflexión.
Pero vayamos antes a justificar los posteriores argumentos a ese respecto, con la reiteración de ciertas reflexiones pertinentes y el uso de casuísticas a modo de novelas no ejemplares.
Empiezo por afirmar -mejor reafirmar- que nunca puede existir el dictador sin colaboradores que le ayuden, alimenten, adulen y sirvan. No; no es posible que una persona sola y dejada a sus únicas iniciativas y fuerzas logre llevar a un amplio colectivo, léase a toda una nación, a ciertas metas, sean estas positivas o negativas (y casi siempre son negativas).
Sus enemigos (del dictador), si lo combaten o si logran su caída, centran siempre y fijan su nombre e imagen en la diana del enemigo que batir. Solo su imagen, solo su persona. En general, se aplica aquello de “muerto el perro se acabó la rabia” y, si se logra esa muerte o desaparición (real o poniendo tierra por medio) del dictador, ya se entiende que ha caído su dictadura y, con ello, sus efectos. Pareciese como un tumor extirpado, fuera la enfermedad pues; pero frecuentemente los tumores tienen metástasis y, en estos casos dictatoriales, es amplia y extendida.
Según mi parecer, nunca se acaba una dictadura si no se acaba también con quienes ayudaron a mantenerla y ampliarla, que igual o mayor delito tienen que el fundador, líder, caudillo o comandante de la misma.
Con lo anterior, quiero decir que hasta para ejercer una dictadura hace falta más de un dictador (sea el de los carteles o no); y la responsabilidad es, pues, colectiva y compartida.
También en la democracia se entiende que la responsabilidad es compartida, tanto entre quienes salen electos para ejercer sus cargos y servicios, como entre quienes los votan, delegando en ellos tales responsabilidades (lo que no los exonera, a los electores, de haber contribuido tal vez alocadamente a poner en puestos relevantes o ejecutivos a unos ineptos o mentirosos). Al ser la responsabilidad, en realidad, compartida, compartidos han de ser los méritos y deméritos.
Concretándonos al área de la política local, y con esto ya voy a lo de la entrada, cuando se forma un equipo de gobierno municipal, sea de partido único o merced a una coalición, la autoridad máxima se entiende que es representada por el alcalde (o alcaldesa), pero no se puede olvidar que la responsabilidad, de esos actos de administración municipal, recae en la totalidad de los concejales que apoyan al alcalde.
Y esto es cosa muy olvidada -parece ser- en la práctica municipal; que, cuando se hace algo o se decide algo, siempre se tiende a personalizar en quien mantiene la vara; tanto si sus decisiones y acciones son positivas (gloria al alcalde), como negativas o nefastas (leña al alcalde). Y sus concejales se van de rositas. Se entiende que las decisiones adoptadas son decisiones colegiadas y, como tales, responsabilidad de la totalidad del equipo de gobierno. Pero no.
Un ejemplo de Úbeda: se entiende que la decisión de no favorecer la ampliación de la Academia de la Guardia Civil (a la postre, beneficiosa para la actividad local), fue obra del alcalde socialista de entonces y así se encargaron todos de pregonarlo. Ningún concejal del equipo gobernante hizo defensa firme y abierta de la decisión; se produjo aquello de “quien calla otorga” y el baldón cayó indefectiblemente sobre el edil. Mas habremos de preguntarnos, ¿qué diantre hacían los demás permitiendo a su alcalde decidir algo por sí mismo?, ¿algo, se supone, en lo que no estaban de acuerdo…? Habrían de haber sido valientes y, de no estar de acuerdo, haberse posicionado claramente, incluso con la dimisión.
Resultaría así que los colectivos que presumiblemente existen así, colectivos que deben ejercer los gobiernos, solo se mueven y guían, agradecidos, por quien los nombra y a quien no osan contradecir ni enmendarle la plana si desbarra; dándose por entendido que, en realidad, es ese factótum quien lo decide, hace y lleva todo.
Así que encontramos que, durante los periodos de mandatos entre elecciones, lo que se ejerce en verdad pudiera ser una dictadura encubierta.
Vuelvo a lo encontrado en mi capital provincial. En primer lugar, unas pruebas evidentes, pues son costurones y cicatrices en el mismo casco urbano, del fiasco total sobrevenido por el empeño de una alcaldesa (y se supone su equipo de gobierno) de dotar a la ciudad de un tranvía. Como cosa moderna, que debería descongestionar el tráfico, facilitar el desplazamiento de las personas, atacar la producción contaminante y muchas ventajas más… Claro, muy bonito, sueño de una noche de verano, calurosa; pero en estas cosas hace falta mente fría, cálculos previos, tanto de viabilidad como de diseño, de financiación asegurada, de las necesidades de mantenimiento y sus costes…; en fin, unos estudios concretos y determinados sobre los que trabajar, debatir y posteriormente decidir. Y, según todo esto, se va a la materialización del plan o se deja para momentos más oportunos. Visto el resultado actual, nada de ello se tuvo en cuenta, si no fue la cabezonería de una edil y sus acólitos sumisos y obedientes. Los millones gastados no los pagan ni ella ni, por supuesto, quienes se lo permitieron; total, que ya dijo otra, que el dinero público no es de nadie.
Por otro lado, tenemos un monumento a mayor gloria de los que manejan los destinos provinciales. Otro empeño sin pies ni cabeza, tal vez por el deseo de inaugurar y que se ponga su nombre en alguna placa, que debió costar un pico levantarlo y que debe costar mantenerlo; me refiero al llamado Museo Ibero. Edificio precioso, muy moderno. Lindo. Sí, pero vacuo. Veamos; para tener un museo se necesitan fondos propios en cierta cantidad y de cierta calidad, aunque luego se vayan aumentando y también se reciban y exhiban colecciones itinerantes o prestadas (esto lo hacen todos los museos de prestigio); este museo no tiene fondos propios y lo que ahora exhibe debe, en algún momento, devolverlo a sus centros o poblaciones. Además, que debe ser bastante dificultoso el poder obligar a que ciertos materiales se le trasladen desde otros lugares, por la fuerza (me viene a la mente lo de Cástulo). Se ha hecho antes el continente sin disponer de contenido permanente y propio; vamos, como si una bodega no tiene barriles. ¿Y a quién o quiénes les pedimos responsabilidades?, ¿quiénes darán la cara ante el dislate? Con seguridad nadie aceptará culpas ni responsabilidades y, de culparse a alguien, lo será quien detenta el poder provincial o regional en la actualidad (sea de la rama que sea).
Estas cosas son exponentes de la baja calidad de la democracia que detentamos, acostumbrados al dirigismo, al caudillismo y a hacer genuflexiones ante el jefe, por un pedazo de pan, por una prebenda, por mero y acendrado peloteo. Al final, todos en manos del dictadorzuelo o la dictadora de turno.