Por Mariano Valcárcel González.
Nos llega la noticia de que un investigador chino ha logrado la gestación de dos gemelos/as en las que previamente se había realizado una modificación y corrección de su genoma de tal forma que presumiblemente se logra sean inmunes a ciertas enfermedades futuras. Se ha puesto el grito en el cielo y se han hecho demostraciones de escándalo y sorpresa estúpida ante el hecho consumado.
Y yo me pregunto, ¿por qué ese escándalo y esa fingida sorpresa…? Vamos a ver; es que no se le pueden poner puertas al campo y dados los avances conocidos (y los que no se conocen, pero ahí pueden estar ya) y los que vendrán seguidamente y con más rapidez de la que nos podamos imaginar es ya imposible e impensable creer o pretender que estos hechos se puedan parar.
Siempre pasó igual y en todas las épocas, que lo nuevo era motivo de escándalo, de prevención y, todavía más, de prohibición; prohibición que tal vez lo lograba frenar un poco, pero nunca detener. Pues si ello hubiese sucedido, todavía estaríamos subidos a los árboles.
Los avances en genética han sido espectaculares y lo que se consideraba que tardaría décadas (descifrar y secuenciar el genoma) se ha logrado en un tiempo récord. A partir de ahí, la manipulación de las secuencias de ADN quedan abiertas y, con ello, un universo de posibilidades de modificar al ser humano. Sí, llegar a hacerlo a la carta. Y, por ello, se lazan las protestas y se apela a ciertas cuestiones éticas. Pura hipocresía.
Partamos de una realidad muy evidente y concreta: quienes han tenido el dinero y el poder han dispuesto y han disfrutado en su favor y beneficio de las mejoras y de los avances habidos, de cualquier género. Y eso sigue siendo así, ¿no es cierto? Nunca los poderosos se han parado en mientes ante argumentaciones en contra de sus intereses. Lo que han podido comprar y disfrutar, públicamente o en secreto, lo han disfrutado. Si en la actualidad se les brinda la oportunidad que la ciencia les ofrece ¿la van a desperdiciar…? Con toda seguridad que no.
Si tenemos el más puro ejemplo en el sistema americano de salud (y enfermedad y muerte, claro), la salud o su alcance y la cura de las enfermedades se las paga quien puede pagárselas y así el rico podrá disfrutar de los beneficios de la medicina y de la investigación y el pobre no. Lo tienen así de admitido; es aberrante, lo admito (y creo que todos lo admitimos), pero en aras de no sé qué estúpida ”libertad de elección” se lo tragan bastantes millones de estadounidenses (que, sin embargo, muchas veces son víctimas de ese mismo sistema discriminatorio y asocial); pues eso, que no los convences. ¿Y por qué no?, pues porque el sistema favorece a las grandes corporaciones de seguros médicos, a las clínicas y hospitales privados y a la estructura sanitaria basada en la rentabilidad y la ganancia, por encima de demás consideraciones (y desde luego nunca éticas).
También sabemos que se hacen esfuerzos enormes por estas tierras para lograr que la sanidad pública ceda terreno ante la iniciativa y la utilización de la privada; la sanidad privada tiene sus pilares en lo dicho anteriormente para el caso americano: la rentabilidad por delante. Y si esto es así, y al menos lo contemplamos como cosa lógica, ¿a qué asombrarnos ni de qué asombrarnos, que pueda ir ocurriendo en años sucesivos?
Nada hay nuevo bajo el sol. Cuando la gente moría, por ejemplo, de tuberculosis ¿quiénes y dónde se intentaba tratar la enfermedad de forma más eficaz?; pues en las magníficas clínicas y sanatorios que los pudientes se permitían pagar, allá en las zonas más propicias (y apartadas), en las montañas donde proliferaban esos oasis socio-sanitarios (asociados también con los lujosos balnearios). Mientras, la plebe, caía como chinches, grandes y pequeños, hacinados (cuando se les socorría) en sórdidos hospitales.
Admitámoslo, pues el poderoso mañana (y hoy ya) tendrá acceso a los avances que la investigación y la medicina nos tiene preparados. Se beneficiará, porque lo podrá pagar, de la selección a la carta de su progenie, criaturas a veces a su imagen y semejanza (por la clonación), o libres de taras hereditarias, o inmunes a enfermedades tremendas, o que tengan ya hasta programadas sus futuras capacidades. También, entre esos beneficios, la posibilidad de vivir más y sin las consecuencias que actualmente la vejez conlleva (pues todos nos hemos planteado eso de vivir más años, pero en qué condiciones).
Y antes, que los demás tendrán acceso a “piezas de recambio”, o sea, a trasplantes o cambios de órganos deteriorados por otros nuevos, vengan de donde vengan o se obtengan como se obtengan, que el futuro promete mucho en este campo; y no me refiero ya a esos trasplantes secretos e ilegales (incluso criminales) que sin duda se realizan, porque los pagan.
Pararnos en cuestiones éticas a estas alturas es vivir en la inopia, en la utopía o en creer que el poder de la religión (cualquiera) y la culpa asociada o el poder de las leyes actuales o que se puedan redactar (que siempre irán tarde y a destiempo); y, con ello, se prevendrán las consecuencias que se intuyen y se llegará a una situación en la cual, acotados los intereses mezquinos de los poderosos, todas las ventajas y beneficios de la ciencia pueden revertir democráticamente en la sociedad entera, sin distingos más que las necesidades inmediatas.
Como escribo, es absurdo pensar así, si en la actualidad no hemos conseguido que el factor beneficio, negocio, dinero, sea erradicado totalmente de estos temas. Es como la cerrazón (acompañada de muchas cerrazones y otras creencias y teorías absurdas o muy interesadas) que mantiene el presidente Trump respecto a la evidencia del cambio climático o de la incidencia de nuestras actividades en el mismo y que provoca la retención de iniciativas necesarias ya para evitar más deterioro. Todo por mero interés de las corporaciones y empresas, atentas más al beneficio capitalista que al beneficio ambiental (que incluye nuestra supervivencia en el planeta). Ande yo caliente y ríase la gente y el que venga detrás que arree.
Ante esta evidencia de un egoísmo tremendo de los poderosos y que es la predominante, ¿podemos pensar inocentemente en un porvenir inmaculado y perfecto, sujeto a normas que en realidad ya se dejaron de lado hace mucho tiempo? El consuelo que nos queda es que, como en todo, los adelantos poco a poco (y tras su control y explotación) se puedan universalizar.