Por Fernando Sánchez Resa.
Me siento vendedor ambulante.
Yo he estado casi toda mi vida de vendedor ambulante; por eso entiendo y amo esta dura y bonita profesión. Empecé de novio acompañando a mi suegro por los pueblos de la provincia giennense y granadina, yendo en borrico y/o andando, a recoger y comprar frutas y verduras que luego vendíamos en la plaza de abastos de Úbeda. ¡Cuánto aprendí y disfruté con esos viajes en los que la juventud que tenía en mis piernas y en mi corazón no me hacía ver los peligros, cansancios o sinsabores de estos viajes de trabajo, que no de placer, aunque a mí así me lo pareciesen!
Luego le tomé el gusto y también lo hice por necesidad, a los cuantos años de casarme, con el fin de complementar el corto salario que ganaba en Biedma mientras mi familia crecía. Entonces iba, todos los domingos de buen tiempo, a Santa Eulalia (más conocida por “Santolalla”); y en donde me conocían todos por “El hombre de los domingos” o “El dominguero”. También alterné, algún que otro día, desplazándome a El Mármol para vender género de Almacenes Martín o Ferretería Biedma (que yo compraba con antelación), dando todo tipo de facilidades de pago. Primeramente, lo hice en solitario, montado con mi bicicleta de lance; luego, con mi moto Guzzi de 49 cm cúbicos y, últimamente, con el seillas de mi hijo Fernando (aunque antes ambos habíamos ido en bici a ambas aldeas especialmente la temporada de verano) hasta que lo dejé por la edad y la mejora de mi salario.
Y mira por dónde, en mi temprana jubilación, volví a reconvertirme en vendedor ambulante con mi hijo Antonio. Así he estado casi un cuarto de siglo disfrutando del trato abierto con las clientas, a las que yo llamaba cariñosamente “mariquitas”, que son las verdaderas compradoras y almas de los mercadillos ambulantes que pululan por toda nuestra provincia y España. He pasado estos años muy felices, sintiéndome útil, con el cielo por tejado y con el sol, el viento y la lluvia como fieles compañeras cotidianas, aprovechando la libertad y gozo que da el trabajo autónomo, hasta que los años y mi esposa me convencieron de que debía jubilarme definitivamente de este oficio que tanto aprecio, aunque no claudicara nunca de ser comprador o artesano.
La Guerra Civil en nuestra ciudad.
La contienda civil del 36 que tanto hemos oído o silenciado en nuestras casas y familias, gracias a la fiel memoria de mi padre ha quedado impresa en capítulos delatadores y clarividentes en nuestra obra “Relatos y Vivencias”, para que no caigan en el olvido aquellos ignominiosos hechos de nuestra verdadera memoria histórica, colectiva e individual.
Al nacer en 1923, con la fogosidad de sus 13 años y su memoria prodigiosa, fue testigo directo de lo mucho que aconteció en Úbeda, en este trienio ominoso: levantamiento militar, fidelidad de Úbeda al bando rojo hasta casi el final de la guerra civil, la entrada de las tropas de Franco, las crueles represalias de los vencidos…, que esperamos y deseamos que no vuelvan nunca a repetirse.
Siempre me contaba cómo él, en su corta edad, no se daba cuenta de la gravedad y el alcance de lo que estaba ocurriendo mientras que sus padres, familiares y abuela paterna, madre Mariana, sí que le advertían los desastres que iba a traer esta revolución.
No obstante, conforme fue envejeciendo y, especialmente en sus últimos y dorados años, ya no fue capaz de evocar estas durísimas y sangrientas imágenes, pues le provocaban gran pena y congoja, inundándosele sus ojos de lágrimas.
Por eso, no podía faltar la tenebrosa postal de nuestra incivil guerra, en Úbeda, y las elucubraciones escritas por mi padre. También se complementarán con las aportaciones orales de mi madre e, incluso, con las de mi estimada y valiente suegra que, hasta la avanzada edad de su muerte -a punto de cumplir los 97-, tuvo una memoria fiel de los hechos luctuosos y vergonzosos que ocurrieron en este período ominoso de nuestra ciudad, siendo recordados y evocados en repetidas ocasiones, especialmente en sus últimos años de su larga existencia, como confirmación de un cuadro que no quisiera que se repitiese nunca, pero que tampoco debe quedar en el olvido de las nuevas generaciones para que la conozcan, conformando así la verdadera memoria histórica -que no política-, normalmente más viva y descarnada que la que los libros de historia oficiales recogen.