La Roldana, 1

Por Fernando Sánchez Resa.

El pasado 26 de octubre tuve la suerte de asistir a la primera ruta gratuita con nombre de mujer, dentro del otoño feminista, que el excelentísimo ayuntamiento de Sevilla ha organizado este año. Era una tarde en la que la capital andaluza iba a explosionar por el gran número de visitantes locales y foráneos (sobre todo en las calles adyacentes a la catedral), premonitoria del próximo traslado de la Virgen de la Esperanza de Triana a la catedral.

La visita la empezamos un poco más tarde de lo anunciado (17:30 h), pues la gente se fue retrasando y, al final, no pudimos entrar en el Archivo de Indias, como estaba programado. Nuestro guía comenzó repartiendo los coquetos y violetas folletos de las tres rutas, a realizar, en días diferentes (La Roldana, Pompeya Plotina y María Luisa), mientras la mayoría del personal asistente permanecía sentado en las amplias escaleras de entrada del Archivo de Indias, tomando fuerzas para la prolongada caminata que se avecinaba y el largo plantón en las diversas paradas programadas.

La primera estación fue en la puerta principal del Archivo de Indias; luego, ante la puerta de la iglesia del Sagrario, donde penetramos para visionar y recibir sabias y silenciosas explicaciones; después, en la esquina de la plaza de San Francisco, junto a la trasera del ayuntamiento, enterándonos del porqué de la Cruz de la Inquisición, donde se sacrificó su última víctima en Sevilla y, junto a ella, en el testero de la pared, el logotipo del dólar, en relieve, copiado por los americanos de los sevillanos. A continuación, nos fuimos a Plaza Nueva, delante del monumento a San Fernando, y allí se produjo una gran sentada en sus gradas para oír la explicación del documentado guía, mientras unos niños jugaban a la pelota con el riesgo de darnos algún que otro pelotazo, puesto que en sus proximidades disputaban su particular y acérrimo partido, que no lo interrumpieron, a pesar de las amonestaciones del guía y de algún que otro asistente a la visita; después entramos en San Onofre para admirar su retablo en el que descubrimos huellas de la Roldana; y la última parada no pude hacerla, cuando íbamos camino de la Magdalena o a otro lugar aledaño, pues había tal gentío por la calle Tetuán que casi me pierdo y, como estaba bastante cansado, abandoné la visita para descansar y tomar aliento.

Nos dejó claro, nuestro guía, que una persona como La Roldana, no sale así como así por generación espontánea, ciencia infusa o como ejemplar único, sino que había más mujeres artistas de este calibre en su época (y en otras), pero que solo fue ella la que ha pasado a la historia, por ahora.

Luisa Roldán Villavicencio (1652-1706), más conocida por “La Roldana”, nació en Sevilla y se formó en el taller de su padre (Pedro Roldán), que era inmenso, pues pillaba todo un amplio barrio de Sevilla y con el mérito de trabajar con luz natural o velas y con la dificultad que ello conllevaba, junto a varios de sus hermanos, y otros miembros de su familia, todos ellos pintores, retablistas y escultores, vinculados a la vida artística.

En contra de la voluntad de su padre, se casó (muy joven) en la iglesia de San Marcos de Sevilla con Luis Antonio de los Arcos, también escultor del taller paterno. El matrimonio tuvo seis hijos, de los cuales murieron cuatro a temprana edad y sólo dos le sobrevivieron. Murió en Madrid tras haber firmado una declaración de pobreza, hallándose enterrada en la parroquia de San Andrés de la capital de España.

Fuimos enterados de la personalidad oculta de esta sevillana que fue la primera escultora española registrada y una de las principales figuras de la escultura del Barroco en la Andalucía de finales del siglo XVII y principios del XVIII. Su fama alcanza mayor relieve desde que Antonio Palomino la reconoció como una escultora tan importante como su padre, Pedro Roldán. Ella recoge su testigo, siendo su mejor discípulo. En sus trabajos se pueden reconocer las características generales de la escultura barroca española, aunque con signos ya de rompimiento, destacando como rasgos propios: una fuerte incidencia en la movilidad, el gusto por los detalles pintorescos y un cierto acento delicado y femenino.

Utilizó tanto la madera como el barro. Su obra en cerámica y en piezas pequeñas tuvo una gran influencia, saliéndole muchos imitadores. En su haber tiene figuras de ángeles, belenes y niños Jesús, tanto para el culto privado como para iglesias conventuales. Principalmente con temas religiosos interpretados con gran dulzura en escenas sencillas que recuerdan el buen hacer de Murillo, junto con un cierto refinamiento que preludian las características del rococó.

De entre sus obras sevillanas destacamos: la “Virgen con el Niño” del convento de Las Teresas, de 1699, realizado en barro cocido y policromado; los “Ángeles Pasionarios” de la Hermandad de La Exaltación de la iglesia de Santa Catalina, realizados hacia 1684 en madera policromada y dotados de una gran fuerza barroca; una Inmaculada del convento de Santa María de Jesús (atribuida); otra Inmaculada de la parroquia de Santa Ana; la imagen de la Virgen de la Paz, de la iglesia del mismo nombre; los ángeles lampadarios de la iglesia del Santo Ángel; y los ángeles pasionarios de la Parroquia de San Lorenzo.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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