Relatos y vivencias del ayer ubetense, 01

Por Fernando Sánchez Resa.

Quiero dedicar esta conferencia que tan amablemente me ha ofrecido mi docto y buen amigo Antonio del Castillo Vico, insuperable Vocal de Cultura de este dinámico y renacido Club Diana de Úbeda (Jaén), a la memoria de mi padre que tanto amó a su ciudad de nacimiento, infundiéndonos, desde pequeños, tanto a mis hermanos como a mí,  este bello y acendrado sentimiento; sabiendo, además, dejar su particular huella, largamente escrita, sobre nuestra ciudad, con su cultura popular y mundana, puesto que no tuvo la suerte de asistir a la escuela todo lo que su mente y capacidad hubiesen necesitado para ser una gran escritor. ¡Tiempos aquellos de penuria y necesidad, si se nacía en una familia pobre…!

Muchas gracias al Club Diana y a su excelso presidente, Adolfo Vivancos García, así como al mencionado Antonio del Castillo Vico, por ser tan amables y ofrecerme esta oportunidad de dar a conocer, un poco mejor, la Úbeda de mi padre, que es ni más ni menos que la de la generación que nos precedió y a la que tanto debemos, vista por un ciudadano de a pie.

Por eso, he pensando que les voy a regalar a todos ustedes seis postales dedicadas, en color sepia, contando el ayer ubedí, basándome en los relatos y las vivencias, tanto escritos como orales de mi padre (aunque, también, la oralidad de mi madre estará entreverada), pero canalizadas por mi humilde escritura, cual si fuese él el que nos hablase, para dejarnos constancia fehaciente y melancólica de aquellos tiempos de anteayer, durante el convulso siglo XX, de nuestra simpar ciudad, “Patrimonio de la Humanidad”.

Espero y deseo que les gusten.

Al encontrarme ante este nutrido auditorio de vecinos, compañeros, familiares y amigos va a ser más fácil y gratificante mi intervención.

Sacra Capilla del Salvador.

Es mañana oscura de invierno, cuando camino presuroso por esta renacentista plaza Vázquez de Molina en busca de este edificio colosal del que siempre quedaré admirado. Hay que ver qué maravilla se cuajaron don Francisco de los Cobos y Molina y su joven esposa, doña María de Mendoza y Sarmiento, como tumba funeraria. Desde luego, Andrés de Vandelvira, Diego de Siloé y Esteban Jamete -entre otros artistas- han dejado en Úbeda una huella pétrea impresionante, por los siglos de los siglos. ¡Y qué decir del impactante retablo de Alonso de Berruguete, destruido bárbaramente por ignorantes que odiaban la religión, la cultura y el arte!

Todavía no ha amanecido y ya me encuentro subiendo las tortuosas y sombrías escaleras hasta el primer piso (que es en donde se encuentran las cuerdas para tocar las campanas) de la torre más alta de esta ciudad, la de mi querida iglesia de El Salvador, en el que se mezclan lo religioso y lo profano de una manera pasmosa y sorprendente. He de repicarlas para misa de ocho y tengo un frío que espanta. ¡Brrr, qué frío! Con lo miedoso que soy y he tenido que aceptar ser uno de los monaguillos de esta iglesia, para ganar así unas perras más que cuando empecé de seise, pues en mi casa necesitan ingresos de todo tipo para alimentar las muchas bocas que allí comemos. Luego, ¡estoy seguro!, cuando sea mayor, llegaré a arrepentirme de haber cambiado de oficio, pues de seise se está más calentito y se aprende música y canto, sin tener que abonar nada por ello, aunque se gane un poco menos que de monaguillo. Pero así es la vida; y más la de un niño que va a lo fácil, aunque sea lo más difícil. ¡Uff! Qué susto me acabo de llevar: un murciélago o paloma -no sé bien lo que es, con esta oscuridad de cementerio- ha salido a mi encuentro y por poco me caigo escaleras abajo. Menos mal que estoy ducho en la materia y he sabido esquivarlo a tiempo.

Hay veces que me llego hasta arriba de la torre para admirar y extasiarme en la vista celestial que se presenta ante mis ojos: parece que estoy flotando entre las nubes con el valle del Guadalquivir en lontananza.

Ahora me estoy acordando de cuando mi hermano Juan -que me llevaba dos años- y yo estuvimos presentes, cuando abrieron la cripta funeraria que hay debajo del altar mayor. ¡Qué tétricas y desoladoras imágenes y sensaciones experimentamos al ver los restos y esculturas de los titulares mancillados y destruidos por los franceses en la invasión napoleónica! Luego, llegaría un segundo flagelo para este templo cristiano y todos los que tanto lo amamos: nuestra incivil guerra (1936-39), que relataré en otra postal.

Tocaré las campanas y me voy rapidito para abajo, pues tengo que ayudar a misa a don Fernando del Moral, más conocido como “el cura centimillo”, y he de marcharme después a la escuela, pues don Atilano es muy exigente y no perdona las tardanzas.

Luego tendré que ayudar en casa, pues a mí siempre me ha gustado ser cocinitas y hacer todos los recados que mi santa madre me encomienda. ¡Estoy tan enamorado de ella y la quiero tanto…!

¡Mis días de niño y zangalitrón son largos, pero intensos y aprovechados; incluso tengo tiempo de jugar con mis amigos en la calle, en donde bestias, paseantes y vendedores ambulantes transitan diariamente!

fernandosanchezresa@hotmail.com

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