Por Fernando Sánchez Resa.
Anoche, a las 21 h, tuvimos el placer de asistir a una representación teatralizada en ese inigualable palacio, conglomerado de estilos, historia y culturas, mientras el cielo quería romper a llover tibiamente y las historias que nos contaban volaban por entre las estancias y mentes de los cuarenta y cinco agraciados que lo visitábamos en el primer turno, de los cuatro que iban a realizarse. No quiero dejar la ocasión de contarles a ustedes mis impresiones. Son tan mágicos el teatro, la historia y la cultura que sería imperdonable no trasmitírselos con detalle.
Nada que ver con la grabación porno hecha en este mismo lugar, una mañana del pasado abril, por dos actores franceses. Son dos extremos que se han representado en este magnífico y emblemático epicentro cultural e histórico sevillano.
Con puntualidad inglesa fuimos recibidos en la Puerta del León por un funcionario que nos dio breves instrucciones de nuestro comportamiento en la visita (no grabar ni fotografiar, etc.) hasta que, seguidamente, se nos presentó un actor (interpretando a Silvestre Galán) ataviado con ropajes de época para irnos conduciendo, a través de un intrincado itinerario, por los vericuetos y estancias de este palacio encantado que exhala múltiples historias (dulces, tristes y amorosas).
Fue un continuado gozo (de algo más de 75 minutos) en los que un avezado cuadro teatral de la compañía Teatro Clásico de Sevilla (ver ficha técnica adjunta) supo meternos de lleno en tres historias recreadas por Alfonso Zurro y dirigidas por Juan Motilla que nos sorprendieron gratamente; todas ellas referentes al protagonista del Año Murillo que estamos celebrando, con motivo del IV centenario de su nacimiento, y como denominador común a este monstruo pictórico del que tuvo la suerte de disfrutar Sevilla, sin que se marchase de la ciudad a las Indias (como fue su intención juvenil) o se exiliase, como tantos otros en España o fuera de ella.
La primera historia presentó a Bartolomé Esteban Murillo muy joven (con 15 años; año 1633), acudiendo al Patio de la Montería en busca de trabajo, precisamente en la compañía de teatro en la que trabajaba su tío Silvestre Galán, para pintar unos carteles o representaciones teatrales en su Corral de Comedias y en la que las gotas de humor, amor y picardía no faltaron con Leandra de Salvia y sus acompañantes. Visitamos el Patrio del León, la Sala de Justicia, el Patio del Yeso, el Cuarto del Almirante y la Casa de Contratación con la Sala de la Virgen de los Mareantes. Tres jóvenes actores sublimaron la recreación histórica mientras los asistentes asistíamos atónicos a su entretenida representación, enterándonos de muchos detalles personales del artista universal.
Luego, llegó el segundo relato ubicado en 1729, cuando Felipe V y su corte se instalaron en el Alcázar. Fue llevado a cabo por dos actrices de campeonato, ataviadas de trajes de la época que representaban a la Duquesa de Arcos y a la reina Isabel de Farnesio, consorte de Felipe V, el Animoso (el primer Borbón). Ambas con una dicción y tablas extraordinarias, no exentas de ironía, salpichirri y buen humor, supieron meternos de lleno en ese coleccionismo exacerbado que tenía la italiana por acaparar Murillos a costa de lo que fuese, mientras su marido alternaba fogosidades de cama y depresiones extremas, encerrándose en muchas de las estancias que visitamos. Así, entramos por la puerta principal del Palacio de Pedro I El Cruel y fuimos recorriendo estancias a la luz nocturna: Patio de las Doncellas, Patio de las Muñecas, Salón de Embajadores…, reviviendo y gozando de su belleza nocturna, así como de las exquisitas composiciones del músico Pablos de Marchena, con un instrumento de cuerda, y acompañado de una bailarina (Julianita la Tormentas/Marcella Perinni) a su vera, haciendo las delicias de todos los presentes, y remarcando especialmente esos marcos tan extraordinarios.
Para finalizar, nos esperaban en uno de los patios floridos, dos personajes claves, que rematarían la historia sobre Murillo de una forma magistral: la Marquesa de Villanueva y don Pablo de Olavide (año 1774), un destacado afrancesado, que había sido enviado por Carlos III, en 1767,a Andalucía para llevar a cabo proyectos de colonización y de culturización. Fue perseguido más tarde por la Inquisición, por organizar a menudo tertulias al modo francés que adquirieron fama y renombre en Sevilla, logrando huir a Francia, tras dos años de cárcel.
Mediante la excusa de proyectar una futura exposición sobre Murillo, que no llegaría a celebrarse nunca, ambos nos fueron mostrando jardines y estancias palaciegas con un brillo y textos muy acertados. Visitamos la Sala de los Tapices, el Oratorio de la Virgen de la Antigua, los jardines y Baños de Doña María de Padilla…, quedando sorprendidos por el Mapping de Fernando Brea que hizo las delicias de todos, pues pudimos disfrutar del milagro que conjugaba agua, arcos, música, danza y colorido al ir representando algunos cuadros de los más conocidos del artista Bartolomé Esteban Murillo.
Todo acabó mejor que bien con un largo aplauso y el regusto de haber asistido a una magna y conseguida representación teatral, con nocturnidad y alevosía, y con la excusa del Año Murillo, pero que supo conjugar (“poner en valor”, suele decirse en lenguaje político) una serie de factores culturales e históricos dignos de encomio y que nunca deberíamos olvidar.
A su término, cada cual marchó a alimentar su cuerpo, pues el alma ya estaba plena. Nosotros acabamos cenando pródigamente en el restaurante El Giraldillo, frente a la sempiterna Giralda, fiel compañera de todo turista que se precie, teniendo como vecinos a dos parejas de comensales extranjeros que no pararon de hablar en inglés, contando sus historias personales que algún eco y sabiduría me aportaron.
¡Fue una noche perfecta en un marco inmarchitable! ¡No sólo de problemas propios y ajenos vive el hombre (y la mujer)!
Sevilla, 12 de octubre de 2018.
fernandosanchezresa@hotmail.com