Impresiones

Por Fernando Sánchez Resa.

En esta fresca noche sevillana, en la que el otoño remueve mi frágil memoria para inundarla de múltiples impresiones, amargas y dulces, a su vez, cual moneda de curso legal en el intradós de mis íntimos recuerdos, van resonando las sonoras campanadas de la torre más alta y bulbosa de Úbeda (la de la Sacra Capilla del Salvador). También se me hacen presentes las imágenes del deteriorado Huerto del Carmen, por culpa del gamberrismo y del “todo vale”, mientras los tibios rayos de sol van naciendo por el horizonte de oriente y voy experimentando, con dolor, la repetitiva desazón por la barbarie y el incivismo que nuestros jóvenes (y/o no tan jóvenes) muestran a diario con sus pintadas provocadoras y en sitios inapropiados (incluso sobre las desnudas piedras). Hasta me asquean las múltiples cacas de canes diseminadas por las calles, a cuyos propietarios les da igual que ensucien nuestra ciudad patrimonial…

Parece que, en aquel amanecer tibio, oigo el canto del gallo (tan extraño ya de oír en la gran ciudad), y cómo mis pituitarias palpan los azucarados vestigios de las tahonas de antaño; incluso quiero escuchar (sin la asiduidad y nitidez de mi lejana infancia) los cascos de las bestias caminando por las calles empedradas que en años posteriores serán sustituidas por los motores de máquinas, coches o tractores que, finalmente, se apoderarán, para siempre, del asfalto.

 

No obstante, como empedernido peripatético de mi ciudad nativa, siento en mí mucha paz, melancolía e intimismo, cuando rememoro aquel lejano amanecer que viví, hace ya varias primaveras, mientras el alegre y agradecido piar de los pajarillos iba revoloteando por árboles y arbustos, siempre dando gracias a Dios por la llegada de un nuevo día.

¡Qué buen ejemplo nos muestran estos seres vivos, porque va llegando una nueva, trepidante y esperanzada jornada! ¡Cuánto tenemos que aprender los que nos llamamos seres humanos!

Sevilla, 8 de octubre de 2018.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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